Finalmente, Emmanuel Macron sacó por decreto su tan ansiada reforma jubilatoria, desatando la furia de la gran mayoría de los trabajadores franceses, que se encuentran en pie de guerra desde hace semanas para evitarlo. Las pilas de basura se expanden por todo París debido a la huelga de los recolectores, mientras que las calles se convierten en barricadas incendiarias al estilo de la época del Mayo Francés. Macron es, aunque lo niegue, un hijo arquetípico del 68, un hombre de mediana edad liberal, sobreescolarizado, y con una visión del mundo “globalista”. El presidente estudió Filosofía en Nanterre, cuna de las protestas de mayo, y a su campaña presidencial, incluso, se sumó el ex Dany el Rojo, Daniel Cohn-Bendit, icono estudiantil de las revueltas reconvertido en ambientalista liberal y europarlamentario. Sin embargo, Macron, desde su primera campaña, se ha mostrado decidido a enterrar el espíritu de mayo del 68, la deconstrucción de la autoridad, que, según su visión, tanto daño les hizo a los galos.
Enfrente, Macron tiene a dos adversarios cada vez más fuertes, que se disputan mutuamente con el objetivo de capitalizar el descontento. Por un lado, la ultraderechista Marine Le Pen, y por la vereda directamente contraria, el izquierdista Jean Luc Mélenchon. Ambos afirman ser la voz de los trabajadores, de los excluidos por las políticas cada vez más duras en materia de austeridad fiscal de Macron; no obstante, difieren en puntos centrales de sus cosmovisiones del mundo. Le Pen históricamente tuvo un discurso de odio duro contra los inmigrantes y los musulmanes, algo que, aunque el presidente jamás admitiría, comparte bastante con Macron, que lo tiene, pero de manera más solapada y elegante. Mélenchon, en cambio, aboga por un país multicultural, abierto e inclusivo. Tanto Le Pen como Mélenchon son, también, y cada uno a su manera, hijos del mayo del 68, por oposición y por adhesión.
La reforma jubilatoria y sus consecuencias sociales son seguidas con atención por Bruselas y por el resto de los países de la Unión Europea ya que Francia, por ahora, es apenas un globo de ensayo para las futuras medidas que tomarán los otros países de la región. Pronto podrían seguirla la España de Pedro Sánchez o el Reino Unido de Rishi Sunak, entre otros. Quienes están a favor de las reformas aducen que, como la esperanza de vida ha aumentado significativamente en las últimas décadas, las personas viven más años y, por lo tanto, tienen que trabajar durante más tiempo para poder financiar sus años de jubilación. Aseguran que a medida que la población envejece y las tasas de natalidad disminuyen, hay menos trabajadores activos para financiar los sistemas de pensiones y, por lo tanto, menos dinero disponible para pagar las pensiones a los jubilados. También dicen que el mercado laboral ha cambiado en las últimas décadas y muchos trabajadores ahora tienen empleos que no requieren un esfuerzo físico tan intenso; por eso, los liberales argumentan que los trabajadores pueden trabajar durante más tiempo antes de jubilarse.
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De más está decir que estos argumentos pueden ser fácilmente rebatidos ya que omiten el gran desgaste mental que este tipo de trabajos implica, además de que el aumento de la esperanza de vida no es igual para todos. Aumentar la edad jubilatoria puede perpetuar la discriminación por edad, ya que es cada vez más difícil para las personas mayores encontrar trabajo. A su vez, a medida que envejecemos, nos cuesta cada vez más trabajar sin poner en peligro nuestra salud, física y mental, eso tiene un impacto desproporcionado en aquellos que tienen trabajos físicamente exigentes o que han trabajado en empleos con bajos salarios durante toda su vida. Al aumentar la edad jubilatoria, se espera que los trabajadores mayores permanezcan en el mercado laboral por más tiempo. Esto podría reducir las oportunidades de empleo en un mundo donde el trabajo escasea cada vez más y las tareas humanas son cada vez menos necesarias.
De forma equivocada, el presidente comparó las protestas en contra de sus medidas con la toma del Capitolio del 6 de enero de 2021 en Estados Unidos o el intento de insurrección contra Lula da Silva en Brasilia del 7 de enero de 2023.
Hoy, a diferencia de las revueltas del 68, “exigir lo imposible” ya no es pedir grandes cambios sociales ni perseguir reformas ambiciosas sino, simplemente, oponerse a perder lo ya obtenido. Los franceses parecen dispuestos a resistir hasta donde puedan el avance de las flexibilizaciones laborales y las reformas del sistema de pensiones en un mundo donde la incertidumbre por el avance de la inteligencia artificial y la pérdida creciente de puestos de trabajo ponen en jaque lo que conocemos hasta ahora. Los ecos del 68 resuenan en los fuegos de las barricadas parisinas mientras Macron está decidido a enterrarlos para siempre.
*Becario doctoral del Conicet.