OPINIóN
Efemérides 16 de septiembre

El recuerdo de Julio Bárbaro: “Los golpistas persiguieron inocentes y se bañaron las manos de sangre”

“El golpe antidemocrático se dio sobre una sociedad productiva, no desintegrada como la posterior”, dice el autor. La gente salía con las sillas a la vereda, se compraba los primeros autos nacionales y el tiempo y el empleo sobraban. Admite que, a pesar de su barbarie, “no fueron colonialistas ni vendieron el patrimonio nacional”.

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Golpe del 16 de septiembre 1955. | CEDOC

Mi padre y seis de sus hermanos eran antiperonistas de pura cepa; la octava, en cambio, adhería al Justicialismo. Se habían enriquecido en esos tiempos, habían ascendido socialmente, pero mantenían su rechazo hacia aquello que veían como el poder de los de abajo, de los cabecitas negras. Ese problema de clase estaba demasiado vigente, aun cuando en el barrio, en mi Castro Barros y Agrelo, habitaban gallegos, italianos, alemanes, judíos, cabecitas… todos juntos, mezclados en los bares y en las peluquerías.

Era una sociedad en crecimiento y un crisol de razas constante, todo antes del televisor, época en que se sacaban las sillas a la vereda porque la principal distracción estaba en la calle.

Mi padre había comprado la parte delantera de un conventillo; los del fondo eran peronistas, mi viejo, socialista. Pero salíamos juntos a tomar aire y, hasta mi madre, gorila, terminó invitando a la hija de los peronistas para que pasara un verano con nosotros en San Clemente. Una sociedad fracturada, sí, pero arriba y abajo convivíamos como podíamos.

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Aparecían los coches nacionales, eran tiempos del auge de los aviones propios, de la fabricación de locomotoras y el acero era el sello de la industria. También estaba la compra de terrenos en el conurbano, las quintas que se iban adquiriendo.

El del 55 fue un golpe de Estado que se dio sobre una sociedad absolutamente productiva, no desintegrada como lo sería después.

Esa sociedad en pleno desarrollo industrial la viví con mi familia, que pasó de un cacharro viejo, un camión destartalado a un Dodge 400 que pudimos comprarnos. El coche marcaba etapas donde el descubrimiento se daba en la carretera. Hasta no mucho antes de la aparición de la tecnología y el plástico, se veían el carro del lechero y el del vendedor de barras de hielo en esa ciudad.

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Eran tiempos donde la inseguridad no existía y sobraba empleo. Tengo un recuerdo vago de cuando tendría 12 años: las familias nos compraban los pantalones largos y ese era un símbolo de cambio en nuestras vidas como varones. En fin, tradiciones y rituales de transición.

Los bares en las esquinas eran los lugares de reunión de los hombres antes del regreso a casa. El Cafetín de Buenos Aires de Discépolo es, sin duda, una genial descripción de un mundo cotidiano. Cuando íbamos a la escuela, veíamos a los albañiles detenerse en esos bares y, sin apuro, desayunar con alguna grapa o una ginebra para entonar el cuerpo antes del trabajo.

Pero también era una sociedad en ebullición. Pasaban los aviones, los tanques, había movimientos de tropas. Cómo olvidar que el 16 de junio del 55 los aviones bombardearon a inocentes en la Plaza de Mayo, con la Marina, siempre la más inglesa de las fuerzas.

Hubo más de 300 muertos y 1200 heridos a quienes poco se recuerda en tanto símbolo de una auténtica masacre. Y esos aviones llevaban pintadas en las alas la cruz y la P del “Cristo vence”. Nosotros, después del 72 —como jugada de campaña— íbamos a borrar la cruz y dejar la P, para robarnos el símbolo y hacerlo nuestro. Los antiperonistas olvidan que previamente les había pertenecido a ellos.

El golpe del 16 de septiembre de 1955 agarró a la sociedad en un momento de fractura, pero no de enfrentamientos sociales ni en las calles, ni en las casas, ni en los barrios. La mezcla de “razas” contribuía también al enriquecimiento de la mezcla de ideas. Sobre esa ciudadanía caería ese atentado a la democracia, centrado en la idea de que el peronismo era una dictadura, lo que llevaría a los golpistas a perseguir a inocentes, a denunciar y condenar, a determinar la muerte de alguien que había sido su vecino. Iban a dar pasos aberrantes y a mancharse las manos de sangre, algo en lo que el peronismo, denunciado por violento, nunca había caído.

El 55 y el tercer golpe de Estado del siglo XX: ¿ni vencedores ni vencidos?

Mi padre, como dije, era socialista y antiperonista. No me iba a votar en el 73, tampoco en el 83 —las dos veces que su hijo sería diputado— pero tras el golpe, él —que nunca me llevaba a ninguna parte— nos hizo recorrer a mi hermano y a mí, donde hoy está la Biblioteca Nacional, una exhibición de los vestidos y los zapatos de Evita. Como si en ellos se depositara toda la denuncia contra un Gobierno al que acusaban de asesinatos. Se mostraba una colección de zapatos y vestidos que a esa oligarquía le parecía excesiva para que la poseyera una plebeya bastarda.

El golpe “democrático” va a derrocar a Perón, tendrá primero un conflicto con uno de sus gestores, Eduardo Lonardi, quien se atrevió a pronunciar una frase histórica: “Ni vencedores ni vencidos”. Lo echaron inmediatamente, y los enanos Rojas —esos que terminaron abrazados con el turco Menem— se quedaron con el poder. Al final, lo único que perduró fue su frase, expresión que debería acompañarnos hoy, en tiempos de escisiones entre los argentinos.

Revolución Libertadora del 16 de septiembre de 1955 20250910

Ese gobierno de la autodenominada “Revolución Libertadora”, presidido por Pedro Eugenio Aramburu, va a llamar a elecciones en 1958, con un peronismo proscripto y la prohibición incluso de emplear la palabra peronismo o el nombre de Perón. Esa proscripción arrastrará sus propias sombras. Quizás haya habido algunos excesos de personalismo durante el gobierno peronista, no lo niego, pero no se lo curaba con masacres e interdicciones.

Así, con el movimiento proscripto y un acuerdo que Rogelio Frigerio y otros dirigentes van a negociar con Perón en Madrid, gana Arturo Frondizi en el 58. Su propuesta durará hasta el 62, porque los “demócratas” le van a dar un nuevo golpe a ese hombre brillante que era don Arturo.

Tras la caída de Frondizi se convoca nuevamente a un proceso electoral, en el que triunfa Arturo Illia en el 63 con un peronismo siempre proscripto. Y nos encontraremos ante un nuevo quiebre definitivo del orden constitucional en el 66 y la imposición de la dictadura de Onganía, sin futuro de paz ni consenso.

Contaba con un tiempo económico y un tiempo social, pero el tiempo político era una postergación permanente e indefinida. El gobierno de facto de Juan Carlos Onganía terminará atacando a las universidades. Yo era dirigente estudiantil en el 66; discutíamos los precios de los apuntes y de los sándwiches en el bar.

De pronto, a los pocos días, llegó la Noche de los Bastones Largos, esa invasión a la universidad que iba a expulsar a matemáticos, físicos, químicos, a toda una intelectualidad que la Argentina estaba formando y preparando para el desarrollo de su industria nacional.

Después del golpe, los estudiantes vimos cómo iban bajando el nivel de exigencia: el promedio de aprobación, que era de siete, lo redujeron a cuatro puntos. Y nosotros cantábamos alegremente: “A la lata, al latero, eximición con cero”. Pero la realidad era muy diferente: nos iban a perseguir por “marxistas”, como si la ciencia tuviera ideología. Obviamente, ninguno de los que acompañaban a Onganía podía haber leído, ni tener en su historia, la experiencia de más de un libro.

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Volviendo al del 55, la Iglesia estuvo bastante involucrada, al menos una parte de ella. El día de Corpus Christi hubo una enorme manifestación. No podemos negar que las reacciones fueron duras, como la quema de iglesias, exceso al que se llegó en el marco del conflicto.

En los finales del peronismo, se puede decir que después del 52, con la muerte de Eva Perón, el gobierno va a tener una debilidad estructural, porque ella ocupaba el lugar de polea de transmisión entre el General y su pueblo. Algunos llegaron a inventar incluso acusaciones de antisemitismo, cuando fuimos el segundo país del mundo en reconocer la creación del Estado de Israel y en enviar como embajador a Pablo Manguel, cuyo nombre, de hecho, preside una de las salas de nuestra embajada en aquel país.

Debo admitir que el golpe del 55, con sus fusilamientos y asesinatos, la masacre de los basurales de José León Suárez, con toda su sangre derramada, todavía no había llegado a la barbarie que alcanzaría el del 76.

Desde ese momento y hasta el 76, las distintas rupturas del orden constitucional se mantuvieron en el margen de “defender los grandes intereses nacionales”, pero no de ser colonialistas ni de vender el patrimonio nacional. De eso habrían de ocuparse, finalmente, tanto Martínez de Hoz como la nefasta dinastía de los Menem, que fue mucho peor en cuanto a capacidad de destrucción que los gobiernos de la década conservadora del 30 o de lo ocurrido en otros tiempos.

Setenta años de golpes cívico-militares han sido setenta años de los sueños de dictadura, pero esencialmente de la imposibilidad de los argentinos de encontrarnos y dialogar. Yo tuve la suerte de participar, tanto en el 73 como en el 83, de un Parlamento donde la dirigencia política no solo convivía, también se respetaba, reflexionaba, debatía y tenía un excelente nivel de pensamiento.

Setenta años desde aquel golpe, pero solo cincuenta desde la verdadera decadencia, que va a iniciarse con Martínez de Hoz y a profundizarse con Carlos Menem. Tristes recuerdos, que esperemos sirvan de aprendizaje para construir futuros mejores, con presencia del Estado para proteger la salud y la educación, la ciencia y la tecnología, con trabajo digno, distribución de la riqueza e integración social para todos los argentinos.

ML