Uno de los supuestos precandidatos presidenciales del Frente de Todos, Eduardo “Wado” De Pedro, retomó el principio rector de la política de medios de comunicación que se llevó adelante durante la gestión de Cristina Kirchner: mencionó en el programa de Alejandro Fantino que, de ser elegido presidente, lo que haría con los medios sería “democratizarlos”.
Entre las cosas que De Pedro criticó de tales medios es que tienen “mucho poder” e indicó que “no hay fuerza política que pueda ir contra un monstruo tan grande”, y además formuló la hipótesis de que “el nivel de concentración mediática hace que la libertad de expresión se vea condicionada”. Vale la pena analizar un poco dichos conceptos.
Los medios tienen poder, es cierto. La prensa lo tiene, aquí y en todo el mundo. Lo debe tener. No lo tiene cuando gobiernan dictadores o tiranos que reprimen la libertad de expresión y utilizan la censura como instrumento de control de la opinión pública o represión del disenso. La libertad de prensa, única con doble tutela constitucional, es la base misma del sistema de democracia republicana y eso le otorga un poder fenomenal, mal que le pese a De Pedro. Cuando los poderes del Estado ceden al peso de un dictador, solo queda la prensa. Así lo reconoce la Constitución Nacional y el Pacto de San José de Costa Rica que en su art. 13 delimita claramente los estándares de vinculación democrática entre los Estados y los medios.
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Asimismo, es imperativo hacerle saber al precandidato, que no es necesario “ir contra un monstruo tan grande”, porque no el Estado nunca debe ir contra los medios. En realidad, su función es administrar con eficiencia los recursos de todos, y ser transparente, para no tener que combatir a quienes desnudan la carencia de dicha transparencia. El mismo concepto de “ir contra” es autoritario.
Por fin, debe agregarse que la libertad de prensa no se ve condicionada por su “tamaño”, sino por el uso extorsivo de la pauta publicitaria oficial, que durante las administraciones del Frente de Todos se ha utilizado siempre para cooptar líneas editoriales, generar condiciones de censura indirecta, o provocar la autocensura en muchos casos. Muchos medios de comunicación, bajo la extrema crisis económica provocada por el gobierno, del que De Pedro es ministro del Interior, tienen una importante dependencia financiera de la inversión publicitaria oficial.
Salvo excepciones, la empresa de medios que no cuenta el beneficio de la pauta oficial, perece. Por ende, es función del Estado abstenerse de utilizar ese recurso para condicionar la opinión o censurar la información aprovechando el estado de debilidad financiera de tales medios, bajo apercibimiento de desfinanciarlos ilegítimamente. Esa monumental transferencia de recursos utilizados sistemáticamente en los últimos años ha generado concentración. De esa concentración mediática no habla el ministro, pero es un fenómeno que se repite como receta vieja. Cientos de periodistas y trabajadores de prensa se quedaron sin fuente de trabajo ni cobertura cuando los empresarios afines, dueños de una pléyade de medios “para-oficialistas” comprados con los millones recibidos a través de la pauta oficial, se fugaron a finales del 2015, dejando diarios y radios desfinanciadas una vez que dejaron de recibir recursos de la administración de Cristina Fernández de Kirchner.
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Eso sería lo que De Pedro caracterizó, en otra entrevista el año pasado, como la prostitución de los medios. Si existen medios que se prostituyen es porque hay un “cafishio” que los subyuga con dinero, pretende manipular su información o su opinión, y ese sería el Estado.
La tentativa de “democratizar” a los medios, fue un diseño retórico del kirchnerismo para acabar con las opiniones disidentes en los albores del 2009 cuando se impulsaba la Ley de Medios. Justamente ese intento fracasó, porque algunos medios tuvieron el volumen necesario para poder afrontar litigios judiciales hasta lograr distintos fallos de la Corte Suprema que ordenaron la restitución de los recursos negados, o rechazaron los intentos de readecuación confiscatoria de licencias audiovisuales.
No fue así en Venezuela, por ejemplo, donde la dictadura pudo doblegar a todos los medios por igual, sin importar el volumen económico o penetración del medio en las audiencias. Chávez arrasó con todos desde el primero hasta el último medio independiente, de allí la admiración, no solo del Ministro, sino también del Presidente en ejercicio quien sorprendiera en estos días con una foto muy sonriente junto al dictador sucesor, Maduro, el Presidente venezolano.
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Hay que dejar de recurrir a la retórica de la violencia para poder disfrutar de una democracia sana. El buen gobierno incluye una relación fluida y normalizada con la prensa, transparencia, acceso a la información, conferencias de prensa donde los periodistas sean respetados, ese sería el modo correcto de “democratizar” la relación con los medios, no el que se basa en el control y la hegemonía estatal por sobre todas las voces.
Nada bueno ofrecerá un funcionario que intente iniciar una campaña electoral proponiéndole a la sociedad que lo elija, mientras califica a la prensa como el monstruo más grande.
*Por Silvana Giúdici, presidenta de la Fundación LED (Libertad de Expresión+Democracia) y Horacio Minotti, miembro de Fundación LED.