OPINIóN
Análisis

El erotismo de la muerte: las necropolíticas seducen a una sociedad sadomasoquista

La atracción social por las necropolíticas expresa la carencia de proyectos de las elites sádicas, de una democracia masoquista y un sistema político castrado.

Vida y muerte - 1908 - Gustav Klimt.
“Vida y muerte” - 1908 - Gustav Klimt. | Cedoc

“Peligrosas fuerzas habitan en mi interior. Ustedes las despertaron, y no para su beneficio. Ustedes saben cómo pintar placer, crueldad, arrogancia con resplandecientes colores.”
Leopold von Sacher-Masoch, La venus de las pieles, 1870.

1. El eros del tánatos.

Las políticas de la humillación y del dolor, envidia y resentimiento, los discursos de odio y la violencia política, la policía vocacional y la persecución del otro, el Estado de negación y de pánico instrumental, la falta de escucha y el abandono por parte de políticos profesionales, las guerras culturales por vanidades identitarias y artificiales mientras los incendios y sequías decoran el horizonte, o sea, todas las necropolíticas, hace tiempo seducen a una sociedad masoquista atrapada en un laberinto de restricciones e imposibilidades construido entre elites sádicas y un sistema político servil e impotente.

La falta de un proyecto siquiera precario y de corto plazo de la coalición de poder económico y de la coalición a la que le delega el gobierno invitan a que el futuro siga en sintonía con más expresiones de descontento estructural, demencia social y violencia sin sentido. La desorientación, el cortoplacismo y la impotencia reflexiva son pasmosos, incluso en los más privilegiados, los grupos que tienen recursos ilimitados pero la imaginación esterilizada. Esto se traducirá en un nuevo ciclo de inestabilidad e improvisación miope y hueca frente a desafíos concretos y peligros reales.

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La crueldad social parece cerrar la grieta. La sociedad es seducida por la muerte, el eros del tánatos. Hay un erotismo extraño (como ya afirmamos en esta nota), y tanto la discusión social en los últimos años como la actual oferta electoral toman formas de necropolíticas.

Las necropolíticas son producto de un diálogo de prácticas sociales sostenidas en el tiempo, de una guerra silenciosa que se puede rastrear en diferentes hitos de las últimas cuatro décadas pero que se intensificó especialmente en la última.

Hostigar, excluir, borrar, castigar, humillar, silenciar, censurar y hacer desaparecer voces en el espacio público fue parte de una práctica social participativa y transversal a nivel partidario e ideológico. Ostracismo, linchamientos, escraches, muertes civiles, redes de rumores burocráticos, exclusiones y persecuciones organizadas en base a la búsqueda de estatus, de falsa virtud, procesos que son condenas y el placer del dolor ajeno fueron pasos necesarios para construir un futuro atroz. Falsas denuncias de corrupción, procesos espectaculares que terminan en mera dispersión, pánicos sociales y sexuales sin dudas ni pruebas. Todo distracción y dominación de la atención que oculta el proceso de empobrecimiento más fuerte de la historia económica argentina. Consumo sin sentido y desarrollo infinito en un mundo que cruje por la finitud de sus recursos. La última generación con derechos está sedada entre la distracción y el disfrute del sufrimiento ajeno.

La sociedad goza con el dolor ajeno pero se desentiende de sus efectos. No se puede gozar del sufrimiento social sin consecuencias. Ese espectáculo social distrae a la sociedad de su propio empobrecimiento y embrutecimiento. Los brutalismos sociales se expanden junto a las políticas de resentimiento que hoy sorprenden incluso a los grupos que las fomentaron de forma entusiasta. La sociedad que goza de las humillaciones, al anunciar purgas, las propuestas de exterminar al otro, que quiere comenzar de nuevo, volver al Estado de naturaleza, hacer más pobres a los pobres, generar miedo de manera alegre, entre otras cosas más, parece ignorar que su goce es una autohumillación, que su goce es sobre un daño que se hace a sí misma.

El dolor espectacular al que la sociedad le presta atención desplaza y oculta el padecimiento propio. La falta de sentido la lleva a vivir consumiendo la mismísima nada, emular el conocimiento y la educación con el entretenimiento estupidizante. Mientras se empobrece sin límite, se embrutece sin pausa, no acepta la derrota de su pensamiento mágico, de su hedonismo depresivo que oculta una desesperación generacional y la imposibilidad de conectar con algo que la trascienda, construir un mañana fuera de un presente amnésico.

¿A qué jugó/juega la sociedad con las cancelaciones, los linchamientos y las guerras culturales con las que destruyó la cultura de derechos humanos y la misma cultura democrática? ¿Qué construyó con pánicos morales y sexuales para generar miedo, soledad, manipular la opinión pública y aumentar los problemas de salud mental de una generación con ansiedad autolesiva? ¿Qué puede conjurar una sociedad con sus emociones desbordadas, con la violencia política y la crueldad social? ¿Qué siembra la sociedad con castigo, persecución y exclusión festiva como forma de distracción de un futuro cada vez más distópico? ¿Qué consecuencias traerá la alianza de los progresismos y la izquierda con el Estado punitivo y represivo en expansión? En ese contexto de una economía de contracción (menos recursos, menos para repartir) ¿sus pedagogías de la crueldad le permitirán construir un futuro más democrático e igualitario o una cultura de la guerra de viejos pobres contra nuevos pobres?

Muchos de los que hoy “quieren evitar una catástrofe democrática” fueron creadores y responsables directos de las condiciones de posibilidad de esa catástrofe. El autoritarismo, el cortoplacismo, la destrucción de lo público, su transformación en negocio privado, el negacionismo progresista, el narcisismo patológico de funcionarios impotentes, la simulación de las virtudes de las que carecen y que aborrecen, la ironía ante las broncas sociales, las políticas de descuidado y los victimismos que nutren atroces punitivismos, la hipocresía insensible, la indiferencia ante las próximas décadas de restricciones económicas, el abandono de las responsabilidades políticas, el impulso por exterminar y autodestruirse no están sólo en las fuerzas que impulsan el resentimiento y las versiones más extremas de las políticas de muerte.

La clase política que nutrió a Milei de forma central, con políticas de abandono y sin imaginación política y económica, lo usa para consolidarse como proyecto salvador, después de negar el malestar que crecía, taparlo con risas bobas, con todo el consumo irónico, con su falsa superioridad moral y la soberbia de nunca sufrir las consecuencias, de nunca poner el cuerpo doliente.

Todas las incapacidades e impotencias de la clase política parieron a Milei como amenaza. El candidato hoy le permite victimizarse, reconstruirse como solución y opción razonable. Milei es, en efecto, un peligro real, una amenaza inmediata, un salto al vacío. Sin embargo, la elite económica y el sistema político, que son los padres de Milei, son los responsable de esta situación, porque hace cuatro décadas gobernaron improvisadamente, sin plan ni proyecto de largo plazo, a pleno zig zag. Ni siquiera pudieron construir un modelo económico estable, salvo el que les permites endeudarse y fugar, gobernar el dólar para pagar menos con la inflación como fuente de especulación y ajuste constante.

La falta de proyecto político de largo plazo, la ausencia de un proyecto de país es la amenaza que genera todos los peligros políticos, todo lo que vendrá. La carencia de proyecto es la fuente de todas las amenazas. Es la amenaza mediata y real, es el abismo, el vacío creciendo que nos come por dentro y ya devoró estos 40 años. Nos llevará a estar en cuatro años en una situación como la que estamos hoy pero mucho más atroz, tramitando exilios internos o externos.

El sistema económico y político es el responsable directo de lo que Milei representa en la encrucijada y lo que su masividad expresa en una sociedad que seguirá indócil e incierta, con propuestas cada vez más extremas y populistas.

La sociedad se expresa más sincera y auténticamente con el voto extremo que con el voto de autopreservación. Lo nuevo y sincero -aunque peligroso y autolesivo- está en ese extremo. Ambos votos tienen una crítica al sistema político que éste posiblemente nunca procesará e ignorará con su insensibilidad histórica. Las elites estarán sorprendidas en cuatro años (o mucho antes) por un nuevo emerger del descontento que ellos crearon, alimentaron e ignoraron.

El sistema político es el padre de Milei y en lugar de enfrentar las razones estructurales que lo hicieron crecer, lo enfrenta como síntoma, como un objeto anómalo en un cuerpo social sano y predecible, en buen estado. Así el único Estado sobre el que hay consenso democrático en todo el arco político es el Estado de negación. Hay áreas estructurales de Gobierno en las que hay 40 años de negación democrática.

El sistema económico y político niega a su propio hijo. Milei es hijo del Pacto de Olivos, de los pactos de gobernabilidad de las elites económicas y políticas. Todos los que fomentaron mentiras, delirios intensos, polarización, fragmentación, procesos de humillación cruzada y guerras culturales, hoy dicen temer las consecuencias lógicas de sus prácticas. La negación sería graciosa si no fuese tan irresponsable de llevarnos al precipicio. Los que cultivaron el odio industrial hoy posan con falsa indignación, temen las tempestades que cosecharon. Todos lucraron con la grieta autodestructiva, creando audiencias resentidas y quemando puentes de racionalidad, con la división social y la inflación comiéndose los salarios, devorando la paz mental.

2. Votar al dolor, plebiscitar la violencia.

La sociedad sadomasoquista lleva décadas de sufrimiento y parece atraída por una propuesta más extrema que la que le ofrece el sistema político dominado por la elite. Un sistema político que es una comunidad de negocios más que de sentido o de responsabilidad, más que una comunidad política, que juega un juego teatral reactivo y ya casi sin audiencias, que tiene como objetivo principal seguir obteniendo honorarios políticos y judiciales trabajando para unos pocos.

Parte de la sociedad reconoce la indiferencia frente a sus necesidades por parte de la comunidad de negocios que en la actualidad es la política y prefiere apostar por sufrimiento más intenso, pactado en un nuevo contrato social: el contrato de la humillación y la crueldad, el contrato sadomasoquista.

La elite somete al sistema político, le dice, “tenés que gobernar con las manos atadas, en una arena movediza”. En esa subordinación hay dominación, control del juego, cancha inclinada. El sistema político acepta las condiciones de gobernabilidad sin discutirlas incluso cuando puede hacerlo, cuando debe hacerlo para cuidar a su amada elite. La economía de la crueldad administra el dolor social. La única garantía es que vamos a empobrecernos.

En ese contexto, la sociedad llevada al extremo parece querer autoprotegerse de ese abandono que sufrirá, irremediable e inevitable, de ese deterioro asegurado por parte del sistema político. Se protege con un daño más intenso, con un placer pactado, con una autoflagelación mayor, contractual, aceptada. Las elites sádicas participan en la oferta -en parte- de ese contrato masoquista, un placer en el dolor propio desplazado, lo veo en otros, mientras lo veo, lo gozo y sufro con goce en mi empobrecimiento. El dolor es ajeno pero también es mío, lo desplazo al ver el espectáculo del dolor ajeno.

Esto empodera a la sociedad, porque muestra la fragilidad de esa clase política hipócrita e insensible que dice cuidarla pero la somete a más sufrimiento garantizado. Entonces la sociedad parece querer someterse a un dolor más extremo, incluso autodestructivo, para tener una soberanía incluso en su dolor, en la subordinación, en un sufrimiento que entonces se hace placer al autoinflingirse con mayor intensidad. Rechaza el clásico daño del hipócrita, abrazando con un consentimiento atípico la crueldad cínica de otra autoridad humillante, de otro empobrecedor, como expandiendo su capacidad de decidir cuando se autodenigra.

Una sociedad sadomasoquista, una sociedad que dice rechazar la violencia pero la cultiva como espectáculo, que dice querer derechos humanos pero los niega, que dice ser democrática pero no está dispuesta a construir ciudadanía con paciencia, disciplina y obligaciones. Esa sociedad, con su elite económica y política, consolidó una democracia que goza y educa a las nuevas generaciones con el miedo, el dolor y su placer mórbido, con ese sadismo y masoquismo hoy tan presentes.

Ugo Kier y Jean Marc Barr vigilan la democracia deliberativa de Bryce Dallas Howard en Manderlay (2005) de Lars von Trier.
Ugo Kier y Jean Marc Barr vigilan la democracia deliberativa de Bryce Dallas Howard en Manderlay (2005) de Lars von Trier.

“Es una receta de opresión y de humillación. Desde el comienzo al fin” dice Grace (Bryce Dallas Howard) la protagonista de Manderlay (2005) de Lars von Trier. Habla de “La Ley de Mamá”, una Constitución política que justifica una situación opresiva para evitar otra potencialmente más opresiva, un contrato que quiere evitar un mal mayor con un mal menor. Así como hay contratos sociales hipócritas, puede haber contratos sociales cínicos y sadomasoquistas. Parte de la sociedad parece estar dispuesta a firmar consciente o inconscientemente, directa o indirectamente, un contrato que le promete un dolor extremo para tomar soberanía final sobre el dolor al que será sometida. Se dice elegir el dolor atroz del aterrizaje que vendrá con el salto al vacío.

Después de saltar al vacío mucha gente se arrepentirá y dirá que no quiso saltar al vacío, que a él/ella no le aplicaba ese contrato sadomaso que firmó, que justamente era el dolor para los demás, el ajuste era para los otros.

El contrato sadomasoquista parece querer evitar un mal menor con un mal mayor. Ese mal menor está incluido en el mal mayor seguramente. Pero la decisión de apostar por un contrato nuevo le quita el poder –no sus privilegios–al ejecutor clásico, hay una soberanía recobrada en la expansión de daños sobre su entorno, que se goza, y sobre sí mismo, que no se observa o se niega.

Hubo necropolíticas constituyentes tanto en el siglo XIX como en todo el siglo XX. Golpes de Estado, Estados de Sitio, autoritarismo, violencia política, racial, de clase y género, Terrorismo de Estado y un plan económico tras el horror y el miedo, haciendo pública la deuda privada, entre otras, fueron algunas de las más intensas en el siglo pasado. Hoy debemos pensar cómo puede ser compatible una democracia constitucional con el co-gobierno de hecho del Fondo Monetario Internacional y sus acreedores.

Lo que representa Milei excede a Milei. Es resultado de un largo proceso cuya gestación va mucho más allá de la coyuntura electoral. En la última década podemos señalar, la absoluta irresponsabilidad de las fuerzas progresistas, de parte de las izquierdas que posan de forma tanática, entran en parálisis, dejan de hacer política democrática, de las propias fuerzas peronistas y antiperonistas que llevan al extremo un teatro de la crueldad mientras tantas veces comparten negocios y prácticas comerciales, y de toda oposición que se encerró en círculos de odio que terminó devorándola y dejándola como un apéndice de una fuerza puramente destructiva. Fue la participación de la sociedad en la destrucción de su propia estabilidad mental y ciertos pactos hipócritas que hoy parece imposible seguir sosteniendo lo que hizo crecer las necropolíticas.

La sociedad argentina no racionaliza sus procesos violentos, sus brotes irracionales. No lo hizo a lo largo del Siglo XX. Esta elección contiene debates que ya son transgeneracionales, que cruzan dos o más generaciones. Dictadura, Malvinas, democracia, 2001, ausencia de proyectos de país. Las/os jóvenes puestos en jaque y abandonados a un futuro cada vez más distópico, humillados y resentidos, en guerras culturales identitarias, participan en debates generacionales sobre los setenta en el peor contexto, entre gritos y mala fe, entre las chicanas y los dogmatismos de los negacionistas progresistas y los negacionistas autoritarios. Fomentar debates inter-generacionales en contextos inflacionarios nos debería recordar los intuitivos textos de Walter Benjamin.

Las necropolíticas cruzan la sociedad, están en todo el espectro electoral sin distinción. Hay necropolíticas de cortísimo plazo y de mediano plazo, de dolor directo o de sufrimiento indirecto. Como práctica social se han difundido desde organismos de derechos humanos hasta los rincones más retrógrados, desde sectores del periodismo o de la cultura hasta los espacios educativos e institucionales. Los inquisidores de la virtud distorsionan sus espejos para no verse reflejados en sus versiones más extremas en el espectro político contrario.

Hay una generación de padres y madres irresponsables que nuevamente alimentaron un clima de violencia y gestaron esta encrucijada, que están entregando a sus hijos a un mundo de intensa crueldad y adversidades estructurales. Un mundo lleno de sombras sociales colectivas que se expresan de forma violenta y caótica.

Estamos en un tiempo en el que destruir es más fácil que construir. Excluir y reprimir tendrá más caudal de votos que tender puentes, que dialogar, que reducir la violencia, que edificar las bases necesarias para una paz posible. Se puede ganar una elección clave, un ballotage, pero el juego necropolítico continuará, las sombras psicosociales de esas prácticas sostenidas en el tiempo seguirán presentes gritando, generando la confusión que invita a ese salto al vacío. El sistema político y económico ofrecen placer enfermo y goce en el dolor ajeno como forma de distracción. Se necesitará mucha imaginación y sensibilidad, un nuevo eros, un nuevo deseo democrático, una nueva forma de seducción política para salir de este contrato social sadomasoquista.

 

Lucas Arrimada es docente de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho.