OPINIóN
Análisis

Nuevas segregaciones y cámara de ecos: la sociedad cerrada y sus amigos

Los algoritmos que moldean conductas y consumos no son neutrales ni inocentes y sus efectos todavía insospechados. Los Estados están entre la parálisis y la incertidumbre.

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"El problema con el que todos vivimos" (1963), de Norman Rockwell. | CEDOC

Si volvemos el tiempo atrás podemos encontrar tribus que estaban únicamente comprometidas culturalmente con sus miembros tribales. Si eras miembro de otra tribu, podías ser asesinado con impunidad”. Peter Singer, Ética Práctica, 1980.

1.-

El ideal de las sociedades abiertas y sus contradicciones. Las Constituciones modernas del Siglo XVIII al XX con sus límites, hipocresías y contradicciones proclamaban fomentar una sociedad abierta y un sistema de protección de sus derechos y libertades. Los artículos de las constituciones comparadas lo demuestran. Las prácticas históricas siempre son más complejas. Algunos canales se abrieron y otros se mantuvieron cerrados, excluyentes y selectivos, endogámicos e integristas. Varias de las sociedades abiertas fueron fundadas por sus peores enemigos y ellos hicieron -y hacen- esfuerzos sostenidos por mantener sus privilegios premodernos, en contra de las libertades democráticas y esfuerzos republicanos.

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La segunda posguerra mundial consolidó esa tendencia, los procesos de liberación imperial y la caída del muro de Berlín terminó de expandir ese impulso hacia sociedades más abiertas. Desiguales e injustas pero más abiertas. A pesar de poder observar esa línea histórica, con sus excepciones claras -las autocracias y gobiernos de autoritarismos competitivos en pleno Siglo XXI-, hoy parece que las sociedades se están comenzando a cerrar, a volver más tribales, con nuevas segregaciones -tan ideológicas como comerciales- y con la potencia aceleracionista de la pandemia y los algoritmos esto se puede profundizar.
Henri Bergson postuló por primera vez la distinción entre sociedades abiertas y cerradas en 1932 analizando el rol de la moralidad y la religión en la cohesión de las sociedades industriales como organismos vivos. Popper reconoce el concepto de Bergson y lo hace central en su clásico “La sociedad abierta y sus enemigos” (1943-1947) al decir -desde su misma introducción- que las sociedades abiertas son las que dejan en total libertad las facultades críticas de las personas. Las sociedades -más o menos- abiertas se nutren de instituciones como el Estado, democracia, mercado, derechos y garantías, y libertades de pensamiento y expresión, todos presupuestos del uso de la razón para coordinar los disensos sobre la política. Más allá de los desacuerdos entre Bergson y Popper la pregunta hacia el primer cuarto de siglo XXI es si volverá esa tendencia hacia sociedades más abiertas y democráticas o -por el contrario- estamos en dirección a sociedades más cerradas y nuevas formas de feudalismo. 

¿Hay alguna forma de construir una política en el plano analógico para salvar la guerra total de la esfera pública digital? ¿Sobrevivirán las repúblicas democráticas a la irracionalidad colectiva y al salvajismo que las tecnologías refuerzan? ¿Cuánto resiste un sistema político en un contexto de descomposición económica, de irrelevancia geopolítica y de guerras judiciales, institucionales y culturales mediadas por redes que venden identidades políticas con estrategias publicitarias? La llamada “esfera pública” es un conjunto de espacios privados dominados y regulados por modelos de negocios e incentivos de marketing. El mejor mercado es el desregulado y el mejor consumidor es el adicto. Un espacio digital en Estado de naturaleza que no es susceptible de ser controlado en tiempo real por las leyes de ningún Estado. Un nuevo continente de big data para depredar con nuevas formas imperiales. Otro tipo de extractivismo sin freno. Un espacio más allá del Estado de Derecho que amenaza la posibilidad de debate público que se demuestra cada vez más polarizado. En esa esfera vemos reforzar la violencia, las noticias falsas, irracionalidades extremas y diferentes formas de cripto-autoritarismo.

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2.-

Sociedad digital, sesgos de confirmación y tribus de validación. La primera cámara de eco es la mente humana. La red sólo suma nodos y espejos. La adicción a la validación externa es el mercado más preciado para vender cámaras de eco que reproduzcan los discursos de las sociedades cerradas y ofrecer los productos de una identidad superficial que mutará en el contexto de la propia capacidad sistémica de afectar simultáneamente la demanda y la oferta por parte de los monopolios tecnológicos. Al adquirir sus productos digitales también compran sus realidades y así incapacitan a sus participantes para un mundo hostil y en crisis fuera de las proyección filtrada con voluntarismo mágico y optimismo forzado de los dispositivos. Sesgos de confirmación que generan adicciones sociales a la dopamina y shock límbico. La incapacidad de vivir sin ser validado sólo augura un futuro en el que el disenso es declaración de guerra a las tribus de pertenencia. 

Los algoritmos que moldean conductas y consumos no son neutrales ni inocentes y sus efectos todavía insospechados. Los Estados están entre la parálisis y la incertidumbre. Sus diseñadores también construyen sesgos de discriminación, segregan personas y grupos. Hay discursos que por su nivel de complejidad, no espectacularidad, ni teatralidad, dejan de circular en los medios porque no cumplen con la función de un modelo de negocios que juega a un suma cero extremo. Algoritmos que fomentan polarización por un lado y censuran videos o discursos preventivamente por otro. Esa censura se suma a varios procesos culturales propios de la participación social en las plataformas que limitan la libertad de expresión y desincentivan el pensamiento crítico. El bullying de plataforma como forma de control social horizontal y cruzado fomenta prácticas autoritarias, un espiral de silencio y la autocensura de las elites desleales.

La sociedad de la red 

Las sociedades digitalmente cerradas por el sesgo de confirmación y las cámaras de ecos diseñadas por sus nuevos amigos y socios capitalistas traen consigo un sistema de derechos diferente. Una esfera digital divorciada de toda responsabilidad, inevitablemente, traerá prácticas de la banalidad del mal, mecanismos de crueldad y autodestrucción nihilista. Otra libertad, justicia y derecho. Otro contrato social como nuevos términos de servicio impuestos y actualizables por corporaciones. Un cambio que vendrá no de la legislación ni de las instituciones sino del diseño de plataformas y metaversos. Muchas prácticas sociales de la esfera digital implican una nueva interpretación no sólo de lo que llamamos realidad -no compartida- sino de los derechos y libertades, de las garantías constitucionales, de la salud mental y de la responsabilidad social ante su uso, con nuevos criterios de verdad. Hay una disonancia cognitiva entre el sistema de derechos y los sistemas sociales digitales. No es azaroso que la idea de la sociedad cerrada y sus amigos ya haya sido utilizada en un conflicto visceral y explosivo como el del Estado Catalán. ¿Qué sistema de derechos generará estas burbujas sociales en un contexto de personas distraídas, polarizadas, angustiadas, hiper narcisistas y adictas a esas cámaras de eco?

El diseño de estas nuevas castas, los incentivos hacia la segregación y la capacidad de hackear milimétricamente a diferentes grupos sociales de acuerdo a los niveles de vulnerabilidad y dependencia con las tecnologías impactarán cada día más en la vida democrática y en el precario porvenir de los derechos de todos. Los autoritarismos y brutalismos, tanto arcaicos como futuristas, parecen hablar el lenguaje de las tecnologías y la capacidad del Estado y de la sociedad de regular o reconducir los nuevos procesos tecno-culturales está entre la ceguera y la parálisis.


* Lucas Arrimada. Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho (UBA).