El derrocamiento del presidente Arturo Frondizi, el 29 de marzo de 1962, precipitó una serie de luchas internas en el Ejército, las que para algunos amenazaron con hundir a nuestro país en la guerra civil.
Su sucesor, José María Guido, no pudo evitar la anarquía institucional y los frecuentes e inusuales cambios de altos mandos en la Fuerza; varios de ellos duraban algunos meses en sus cargos. Entre el 1° de abril y el 17 de septiembre de 1962, tuvimos tres comandantes en jefe: los generales Raúl Poggi, Juan B. Loza y Juan Lorio, no existía ninguna facción predominante. Los generales se pronunciaban públicamente por medio de proclamas y radiogramas (cables). En menos de dos años, marzo del ´62 a octubre del ´63, hubo seis ministros del Interior y doce entre ministros de Defensa, Economía y Relaciones Exteriores.
Desaparecidos y desaparecedores
En su breve interregno, Guido quiso restablecer el orden constitucional, pero chocó con irreductibles posiciones encabezadas, entre otros, por los generales Bernardino Labayru, José Cornejo Saravia, Juan Lorio y Federico Toranzo Montero, quienes conformaron un bando contrario a cualquier institucionalización; entre los mandos medios, estaban el teniente coronel Jorge R. Videla, Roberto Viola y Jorge Carcagno, y los mayores Leopoldo F. Galtieri y Alberto Ruiz Palacios.
Del lado opuesto, el general Juan C. Onganía, comandante del Cuerpo de Caballería, encabezó el autodenominado sector legalista, secundado, entre otros, por los generales Carlos A. Caro, Pascual Pistarini y Julio Alsogaray, los coroneles Alejandro A. Lanusse, Roberto Levingston, Tomás Sánchez de Bustamante, Manuel Laprida y Alcides López Aufranc. El brigadier de la Fuerza Aérea Gilberto Oliva ofreció su apoyo. La Armada, aparentemente, permaneció al margen.
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Hasta ese momento, Onganía era un general poco conocido, limitado profesionalmente por carecer de los títulos de Oficial de Estado Mayor o Ingeniero Militar; sin embargo, era reconocido por firme carácter y aptitudes de mando, un buen “tropero” en el léxico castrense. Las fuerzas “legalistas” de Onganía se autodenominaron Azules, denominación que en los juegos de guerra se aplica a las fuerzas propias o amigas; la facción de Labayru tuvo que aceptar que se la denominara Colorados; en este caso, sinónimo de fuerzas enemigas. Los primeros tenían un poder de combate relativo menor que los segundos, pero desnivelaba a su favor el empleo de blindados (tanques), el apoyo aéreo, la unidad de comando, el espíritu de cuerpo y la profesionalidad de sus mandos. Esa facción realizó una ejemplar acción psicológica. En uno de sus comunicados expresaba: “El verdadero Ejército, que quiere ser mandado por militares profesionales y no por bandas armadas. El Ejército en el cual se respeten y se apliquen las leyes y los reglamentos militares, sin discriminaciones (…) El Ejército para custodiar la Constitución y las leyes; para servir y proteger a la Nación y no para juzgarla y someterla”. En ese entonces, con el grado de teniente, yo estaba destinado en el Colegio Militar de la Nación que adhirió al bando azul.
Entre los días 17 y 23 de septiembre de 1962, la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores vivieron una situación que algunos exageradamente llamaron de combate, debido a la presencia de viejos tanques Sherman en las calles, y aviones que realizaron vuelos intimidatorios y disparos de advertencia sobre el bando Colorado. Hubo enfrentamientos en la zona de los parques Avellaneda y Chacabuco, y en plaza Constitución. El día 23 se concretó el “triunfo de los Azules”. Las bajas, en ambas facciones, fueron muy pocas. Determinante fue la astuta acción comunicacional realizada por los Azules, sobre el Ejército y sobre la población, conducida por dos profesionales que conocían la idiosincrasia militar: el sociólogo Enrique Miguens y el periodista Mariano Grondona. Este último fue el redactor del conocido Comunicado N° 150 del bando Azul, cuyas ideas centrales eran:
- Mantener el Poder Ejecutivo Nacional y concretar en el más breve plazo la plena vigencia de la Constitución Nacional.
- En el frente interno del Ejército, terminar con los actos de indisciplina, imponer el acatamiento a las leyes y reglamentos militares, y la subordinación militar al poder civil.
- El retorno al Estado de derecho se realizaría mediante elecciones libres y sin proscripciones.
Posteriormente quedó demostrado que la argumentación no era sincera. Casi nada de ello se concretó, excepto unas condicionadas elecciones el 7 de julio de 1963. Las Fuerzas Armadas (FFAA), los partidos políticos opositores y sectores civiles presionaron y lograron la proscripción del peronismo, del neoperonismo y de sus aliados demócrata-cristianos y conservadores populares. No fue poco el mérito de Onganía de disciplinar al Ejército y atenuar la anarquía, al costo de 180 retiros obligatorios de oficiales más otros 300que fueron sancionados solo con arrestos.
La cuestión Malvinas sigue esperando
Tarde, como muchos, comprendí que las reales motivaciones de los bandos Azules y Colorados no eran muy diferentes; se trataba de una lucha por la expansión del poder político dentro de las FFAA por sobre los mandatos civiles, y surgían “pretores y cónsules” vernáculos, como así también un debilitamiento de las reales virtudes del soldado profesional. No fue casual que de todos los nombrados, seis de ellos fueron presidentes de facto: Onganía, Lanusse, Levingston, Videla, Viola y Galtieri. Retrospectivamente, podríamos concluir con que las dictaduras cívico-militares del siglo pasado, principalmente a partir de 1955, solo trajeron inestabilidad, violencia, muerte e insurgencia y, desde ya, desprestigio a las FFAA. Todo eso pertenece a un lamentable pasado definitivamente superado.
*Martín Balza. Ex Jefe del Ejército Argentino. Veterano de la Guerra de Malvinas y ex Embajador en Colombia y Costa Rica.