Los testimonios reunidos en este libro son puntuales, referidos a momentos, situaciones precisas. Y justamente, su mérito es que el conjunto ofrece una síntesis detallada, sentida, de lo vivido en aquellos años por ciudadanos que militaban tanto en grupos armados como en partidos republicanos o el sindicalismo; o por pensar, estudiar, hablar o escribir; o sólo por ser amigo o vecino de alguien. La odisea del exilio y sus enseñanzas.
Jerôme Guillot es franco-argentino, pero aunque nació y se educó en Francia, oyéndolo hablar pasa por un porteño educado en colegio francés. Esta es otra de las claves del libro: cuenta la experiencia vivida entonces por argentinos, franceses o franco-argentinos en Argentina y en Francia, bajo la orientación de un autor que tiene el cerebro, el corazón y las costumbres tanto de un lado como del otro.
En lo que me toca, siendo mi ascendencia cento per cento italiana, llegué a Francia sin hablar palabra del idioma, pero acabé trabajando como periodista para medios franceses y hoy paso por argento-francés, al revés de Jerôme. Algo que les ocurrió a muchos exiliados en los diversos países de acogida, tanto en América como Europa y los países entonces socialistas; sobre todo en aquellos que concentraron a la mayoría y más próximos culturalmente: Venezuela y México en la región; España, Italia y Francia en Europa.
Los argentinos que hicimos la experiencia francesa nos adentramos en un sistema, una cultura, que ya había pasado por momentos incluso peores al nuestro, pero había aprendido de eso. Ya era una democracia plena, en el sentido de que no sólo venía de arriba, de leyes y gobiernos, sino que también era ejercida por la mayoría de la población.
Escuchamos anécdotas personales de la ocupación nazi y el colaboracionismo de media Francia, sus dramas, miserias y heroísmos. A mediados de los ’70, cuando llegamos, se vivían los coletazos, avances y retrocesos de mayo del ’68. Pero todo sintetizado, y para mejor.
En las ciudades, los motociclistas ponen el guiño incluso antes de salir del carril, y nunca te pasan por la derecha. Y si alguien lo hace, es repudiado por todo el mundo; si no es que acaba multado o preso. Un día, casi apenas llegado, me sumé a una enorme manifestación contra la dictadura de Pinochet; decenas de miles marchando por un carril de los Campos Elíseos, sin obstruir el tráfico. Pero apenas dos cuadras después se detuvo y comenzó a dispersarse en orden. Consternado, pregunté qué pasaba y recibí por respuesta que “tenían permiso hasta ese punto y esa hora”. Esa noche y al día siguiente, todos los medios reprodujeron los reclamos de los manifestantes. Igual que aquí, donde levantando las mismas justas banderas, obstruimos a media ciudad y después no se habla más que de los problemas ocasionados al transporte público, trabajadores, comercios, escuelas; a todo el mundo.
Los argentinos nos sorprendimos con la puntualidad, el respeto y los modales franceses; ellos con nuestro estilo confianzudo y a veces irrespetuoso; el “que hacés, loco” (hoy “boludo”), que tanto los divertía como escandalizaba. A todos se nos reveló la influencia del argot francés en nuestro lunfardo; de su cultura en la nuestra.
Y viceversa. Porque a los argentinos se nos hizo evidente la imagen y la influencia cultural que nuestro país ha tenido en el mundo. El tango, por supuesto, pero también la literatura, la música clásica, la plástica, el teatro, el cine, el deporte, la educación, las ciencias, los premios Nobel. En la historia, la gesta de San Martín; la Constitución de 1853; la educación pública, laica, gratuita y obligatoria desde 1884; la Reforma Universitaria de 1918; el voto femenino desde 1949… hasta este presente de injusticia, corrupción y pobreza. Aquella Argentina dejó en el mundo una imagen de opulencia, sabiduría y progreso. Es la razón por la que los europeos preguntan: ¿a ustedes, qué les pasa?...
La experiencia del exilio fue variada, según la historia y cultura de cada país, pero positiva en la mayor parte de los casos, porque incorpora y sintetiza experiencias ajenas. En países de gran desarrollo económico y cultural, como Francia y en general la actual Unión Europea, los “subdesarrollados” comprobamos que todos hemos vivido las mismas historias, sólo que algunos países son más viejos y están en etapas superiores. Que en ninguna parte “están todos los que son, ni son todos los que están”, pero que en los países más viejos se los distingue mejor, tanto en los gobiernos como en los parlamentos y la justicia, pero sobre todo entre y por los propios ciudadanos. También aprendimos que nada es definitivo y que las conquistas materiales, sociales y políticas deben ser preservadas, que el tiempo, los hechos y ciertas gentes las ponen en peligro. “La historia se desarrolla en círculos sucesivos”, como señaló el napolitano Vico hace cientos de años.
En fin, que “Resiliencia”, en testimonios simples y sin pretensiones, rememora tiempos duros, tristes, trágicos, compartidos por argentinos y franceses. Todos guardamos de esos tiempos el recuerdo emocionado de la solidaridad humana y la experiencia de lo que no hay que volver a hacer y de lo que hay que hacer mejor; para que no se repitan.
*Periodista y escritor.