OPINIóN
Aniversario

Independencia de México: homenaje de dos exiliados argentinos

En la década del 70, México se convirtió en la nueva casa de millares de sudamericanos que salieron de sus países por motivos políticos.

México
México. | ZENITH LR / Pixabay.

“No hay antipatía o prejuicio en nuestro país contra ningún país o raza del mundo. En México tratamos a todos de la misma manera, sin distinción de raza o color.” Las distinciones o persecuciones a cualquier sector de la población son contrarias al espíritu y a las leyes de mi gobierno. Entre nosotros, todo norteamericano es bienvenido, blanco o negro, judío o católico, todo lo que les pedimos es que cumplan con nuestras leyes de inmigración”

Lázaro Cárdenas

Ya desde la Independencia se registraron los primeros asilados que hacia 1826 llegaron procedentes de la República Centroamericana, cuando el gobierno federal conservador suprimió el gobierno liberal de Guatemala y varios de sus dirigentes penetraron en la región de Comitán. Es simbólico que el primer convenio internacional firmado por México como país independiente, en 1823, ya incluía el derecho de asilo. Años más tarde, tanto en la Constitución de 1857 como en la nueva Carta Magna de 1917 -artículo 15- se hizo clara referencia a la protección de los perseguidos en estos términos:

“No se autoriza la celebración de tratados para la extradición de reos políticos ni para la de aquellos delincuentes del orden común que hayan tenido, en el país donde cometieron el delito, la condición de esclavos; ni de convenios o tratados en virtud de los que se alteren las garantías y derechos establecidos por esta Constitución para el hombre y el ciudadano.”

El exilio político y económico, una constante de la Argentina contemporánea

En 1848, México fue signatario de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, cuyo artículo 14 establece que toda persona tiene derecho a buscar asilo en caso de sufrir persecución por motivos políticos.

En 1937 el gobierno presidido por Lázaro Cárdenas otorga asilo al revolucionario ruso León Trotsky, desplazado y perseguido por las fuerzas stalinistas, dueñas del poder en la URSS.

Durante la guerra civil española, el país acoge a 500 huérfanos españoles, los que serán establecidos en Morelia, donde crecerán y se educarán. Y luego del triunfo de las fuerzas de Francisco Franco y el derrocamiento de la República, llegarán 30 mil republicanos.

México fue también una esperanza concreta para miles de judíos perseguidos por el nazismo en Alemania y Polonia.

En lo que se refiere a América Latina y el Caribe, a partir de los años treinta hubo un flujo continuo y constante de ciudadanos de diferentes países que, acosados por motivos políticos, buscaron refugio en las sedes diplomáticas mexicanas. Tal fue el caso de intelectuales de la talla de Pablo Neruda en 1947.

Desde  entonces y hasta la década de los ochenta, México dio cobijo a un numero considerable de exiliados políticos de primera línea como el guatemalteco Juan José Arévalo; el peruano Víctor Haya de la Torre; el derrocado presidente venezolano Rómulo Gallegos y su compatriota el poeta Andrés Eloy Blanco; multitud de perseguidos políticos durante las largas estancias en el poder de Trujillo en la República Dominicana, de los Somoza en Nicaragua y de la dinastía Duvalier en Haití, y gran cantidad de fugitivos del gobierno de Maximiliano Martínez, de Honduras controlada por Tiburcio Carías, de Bolivia gobernada por Gualberto Villarroel y perseguidos por el régimen costarricense de José Figueres. A México llegaron algunos de los responsables del asalto al cuartel Moncada en Cuba, quienes después constituirían la tripulación del Granma; también vivieron el exilio Alfonso López y Carlos Lleras Restrepo, dirigentes liberales de Colombia. Francisco Julião, fundador de las Ligas campesinas.

En la década del 70, México se convirtió en la nueva casa de millares de sudamericanos que salieron de sus países por motivos políticos. Nosotros dos entre ellos.

Indemnizaron a una joven por haber nacido en el exilio durante la dictadura

No nos fue fácil acomodarnos y adaptarnos a una nueva situación. El Distrito Federal, con 20 millones de habitantes, era la capital de un país muy lejano para nosotros. Caminar por la calle y sentir que nadie te va a golpear en el hombro, mirar durante horas desde una ventana de tu casa hacia la calle, extrañar la vida nocturna, el olor de la pizza, los cafés, la yerba mate, el azul del cielo de Buenos Aires, así como enterarte por teléfono de la muerte de un familiar directo no son datos insignificantes.

En México nosotros pusimos todo. Allí ha quedado una parte importante de nuestras vidas, en lo individual nos vimos en la necesidad de monologar con nuestra propia vida, involucrados en la vida del país tratamos de hacer nuestro trabajo lo mejor posible; como matrimonio fuimos felices, nuestro hijo mayor, Ernesto Martín, vivió su infancia y adolescencia; el menor, Marcelo Daniel, nació el 31 de diciembre, el día en que nacieron todas las flores; si bien ya no pudimos actuar políticamente, en cambio encontramos trabajo, vivienda, seguridad, amigas y amigos como Tere Carrera, Consuelo Nocetti, Maru Sacristán, Carmen Novoa, Mussy Navarro, Sylvia García Franco, Gustavo Torres, Julio García, Miguel Carrera, Rafael López, Mariano Miranda, Juan Carlos Rebolledo y Julio Rojas, entre otros.

Ser exiliado es duro, sobre todo si no es un exilio privilegiado. Sin embargo, el tiempo todo lo cura y la vida recobra bríos gracias a la presencia de nuevos recuerdos: el 12 de diciembre con la Virgen de Guadalupe, cumpleaños con Las Mañanitas y piñatas coloridas y pintorescas; cantar corridos y bailar con mariachis; descubrir los sabores de chiles y el cilantro; los tacos al pastor, las enchiladas suizas, los molletes, los huevos rancheros, los festivales cervantinos, las posadas, Acapulco, el Popocatépetl en el atardecer, los Vips y los Sanborns, el hollín del smog, el Instituto Educativo Olinca, donde se educaron nuestros hijos, la cancha del Atlante, algunos poemas prehispánicos, el mercado de Mixcoac, la Villa Olímpica, el día de los muertos, la Primera Cumbre Iberoamericana y la paz en El Salvador, el Festival Internacional Cervantino en la bella ciudad de Guanajuato, la fe religiosa de los tzotziles, el terremoto de 1985, el Mundial de Fútbol en 1986, los Premios Nobel mexicanos, las dos visitas del Papa Juan Pablo II, el eclipse de sol en 1991, el intercambio y la convivencia con gente de diversos países que luchaba por el pan y las ilusiones en gran parte del continente…¡y la celebración del Día de la Independencia de México el 15 de septiembre en el Zócalo!

Esa noche, a las 23 horas, dábamos el grito con nuestros amigos, con sombreros de charro con ponchos mexicanos, comíamos buñuelos, antojitos y mirábamos maravillados el balcón donde aparecía el presidente de México, gritando: “¡Viva Hidalgo! ¡Viva Morelos! ¡Viva Josefa Ortiz de Domínguez!  ¡Viva Allende! ¡Viva Aldama!, ¡Viva Matamoros! ¡Viva la Independencia Nacional!”

¡Viva México!

¡Viva México!

¡Viva México!

Gracias México, por habernos dado refugio, cariño, oportunidades, amigos, siempre serás nuestra segunda patria.

 

Ana Lía Fernández, Doctora en Educación. Universidad del Salvador.

Ángel Cabaña, Profesor y Licenciado en Historia.