Es importante entender a la evaluación como parte del proceso de enseñanza y aprendizaje, como uno más de sus elementos. Así como nos preguntamos “¿Qué voy a enseñar? ¿Cómo lo voy a hacer? ¿Para qué?”, la pregunta por la evaluación debe concebirse como intrínseca al proceso, no como algo aislado sino en relación y simultaneidad con la pregunta del qué, para qué y cómo de la enseñanza. Parafraseando a Edith Litwin podemos decir que evaluar es una práctica sin sorpresa, enmarcada en la enseñanza, que no se aleja del ritmo y tipo de actividad de la clase, en la que los desafíos cognitivos no son temas exclusivos de las evaluaciones sino que emergen en la vida cotidiana del aula.
El contexto actual de cuarentena por el coronavirus sumergió al mundo educativo en el desafío de la virtualidad y ésta puede transformarse en una aliada sin precedentes para mejorar la experiencia de aprendizaje de los estudiantes. En este sentido, recuperar la función pedagógica de la evaluación nos ayudará a trabajarla como estrategia y herramienta promotora del aprendizaje sin dejar de lado su función social de acreditación y certificación de la formación.
Este contexto nos desafía a desarrollar evaluaciones más atractivas para los estudiantes y con consecuencias positivas para los aprendizajes, más enfocadas en promover su mejora y desarrollo que en la mera medición para la acreditación o selección.
Gran parte del esfuerzo y tiempo que las instituciones educativas invierten hoy en conocer y aplicar dispositivos tecnológicos y en dar recomendaciones a fin de asegurar que los alumnos “no se copien” bien podría invertirse en pensar evaluaciones formativas, focalizadas y significativas. Está demostrado cómo las autoevaluaciones y las evaluaciones de pares complementan las de los docentes y mejoran la calidad de las evidencias de los aprendizajes. También la explicitación de los criterios de evaluación y de los niveles de desempeño esperados es una brújula que guía tanto al estudiante como al docente durante todo el proceso. Valorar la incorporación de la retroalimentación cualitativa en todas las instancias de evaluación se torna aún más necesaria en los entornos virtuales.
¿Y por qué no decir que la evaluación también puede ir más allá de lo planificado y hacerse eco de aquellos resultados imprevistos, colaterales, que no por inesperados son menos importantes? La toma de conciencia por parte de los estudiantes, y del profesor, de la existencia de estos aprendizajes “no planificados”, es una información muy valiosa y que una evaluación con preguntas abiertas, o con el e-portfolio, se puede obtener.
Este contexto nos desafía a desarrollar evaluaciones más atractivas para los estudiantes y con consecuencias positivas para los aprendizajes, más enfocadas en promover su mejora y desarrollo que en la mera medición para la acreditación o selección.
*Especialista en evaluación educativa y profesora de la Escuela de Educación de la Universidad Austral.