Las escenas de los finales de gobierno quedan enmarcadas por las mudanzas, tristezas, dolores, fracasos; y al otro lado del mostrador, las esperanzas, promesas y expectativas.
En la Argentina que nació en 1983, la de una democracia eleccionaria definitiva, tuvimos finales de gobierno enlutados por saqueos, violencia y muerte. Con un presidente que se cansó de la extorsión y renunció para adelantar su sucesión en 1989; y con otro, que no comprendió la magnitud de la tragedia y debió irse en 2001.
Enfrente, más allá de la especulación, con el correr de los años comprendieron –en su mayoría- que poco favor le habían hecho al sistema democrático con el agite del conflicto social en las calles; o con las corridas de la City, guionadas en complicidad con los mercados.
Los muertos de 1989 y en 2001 se contaron decenas; los comercios saqueados, por centenares; las pérdidas económicas, por millones. Tuvimos un nuevo ramalazo en esta década que se va, y desde el poder central se desoyó el pedido de auxilio desesperado de tucumanos y cordobeses. La angustia es la moneda común. Esa escena de revancha de masas que alguna vez un dirigente peronista identificó socarronamente como “un refuerzo del aguinaldo”, hicieron de la Argentina un peor país.
Hoy la democracia recuperada cumple 36 años, ya está madura. Debemos celebrarlo, no es poco, y lo cumple con el sello democrático que nos faltaba a todos los argentinos, el de este final de mandato. Eso habla bien de esta coalición de gobierno, y dice mucho también de este peronismo modelo 2019.
A Alfonsín hoy lo lloran con culpa los viejos militantes opositores, desde los que deambularon por las distintas carpas del peronismo, pasando por los intransigentes y los míticos cuadros de la Fede. Sólo un puñado a extrema derecha e izquierda, sigue endilgándole responsabilidad y culpa en la crisis económica que se llevó puesta a la Argentina de la movilidad social.
Para de la Rúa, la cosa es bien distinta. Sin embargo, la certeza de que un acuerdo amplio daría por tierra con el peronismo neotatcheriano de los 90, lo hizo presidente sin balotaje… El sueño acabó pronto.
Nuevamente, los saqueos y la violencia en las calles se cargaron a un gobierno surgido del voto popular. Sé que nadie lo creerá, pero de la Rúa y Álvarez cosecharon más de 9 millones de sufragios; y la participación electoral superó el 82 por ciento. Veinte de los 24 distritos fueron para el dueto aliancista en aquellas presidenciales.
Una construcción que tenía entre sus mujeres y hombres a Darío Alessandro, Dora Barrancos, Alfredo Bravo, Guillermo Estévez Boero, Graciela Fernández Meijide, Nilda Garré, Aníbal Ibarra, Eduardo Jozami, Norberto Laporta, Héctor Polino, Adriana Puiggrós, Néstor Vicente, y Eugenio Raúl Zaffaroni ; entre muchos otros.
El radicalismo volvió al poder en 2015, por tercera vez desde 1983. Sin presidente y sin vice. Con una participación secundaria cargó con la mochila de los dos desenlaces no queridos. Y la UCR que eligió una alianza por derecha, a contramano de las de 1983 y 1999; termina siendo la coprotagonista de este triunfo que nadie festeja.
Primero, porque a partir de su decisión, consolidó un bloque conservador que le permitió acceder al poder a un espacio ideológico que por formación y pertenencia social, siempre se sintió tributario de los regímenes autoritarios. Sin embargo, 2015 fue la posibilidad de que la sociedad vía el voto popular, le diera una oportunidad de gestión al PRO, una fuerza surgida de los cascos urbanos que con estirpe conservadora lideró la coalición de gobierno.
A de la Rúa la historia debe agradecerle que fue el primero en triunfar con el peronismo en el poder, y no es poco. Primero, porque pudo dimensionar que se necesitaba de una alianza que superara al espacio acotado de la UCR.
A Alfonsín la historia ya le agradece su triunfo sin par, y el haber demostrado que se podía derrotar sin proscripciones al peronismo, un PJ que marchó aliado a la dictadura por un pacto sindical militar que garantizaba la autoamnistía. Ese punto iniciático, es todo de Alfonsín.
A de la Rúa la historia debe agradecerle que fue el primero en triunfar con el peronismo en el poder, y no es poco. Primero, porque pudo dimensionar que se necesitaba de una alianza que superara al espacio acotado de la UCR. Y segundo, porque logró lo impensado, que el peronismo entregara banda y bastón de mando sin condicionamiento alguno. Menem lo hizo.
Queda para el final este 10, el del presidente no radical que lideró una coalición conservadora. Macri que al igual que Alfonsín le ganó sin proscripciones al peronismo. Al igual que de la Rúa le ganó al peronismo en el poder. A diferencia de ellos, completará su mandato.
Hoy la democracia recuperada cumple 36 años, ya está madura. Debemos celebrarlo, no es poco, y lo cumple con el sello democrático que nos faltaba a todos los argentinos, el de este final de mandato. Eso habla bien de esta coalición de gobierno, y dice mucho también de este peronismo modelo 2019.