La apertura de las sesiones ordinarias es uno de los actos simbólicos más relevantes de nuestra democracia. Desde la primera, inaugurada el 25 de mayo de 1862 por el presidente Bartolomé Mitre, hasta hoy, se realizaron un total de 137. Solo dejaron de celebrarse bajo las distintas dictaduras militares y, en una oportunidad, cuando el Congreso estuvo cerrado por decreto.
¿Para qué sirve, o debería servir, la apertura de las sesiones? La Constitución lo dice en su artículo 99: el Presidente la lleva a cabo “dando cuenta del estado de la Nación, de las reformas prometidas por la Constitución, y recomendando a su consideración [de las cámaras] las medidas que juzgue necesarias y convenientes”.
Como decíamos, tiene una relevancia más que nada simbólica, porque -obviamente- ningún senador ni diputado necesita de este discurso presidencial para conocer el estado en el que se encuentra la Nación. El discurso del Presidente tampoco busca describirlo, sino dar una interpretación: explicar por qué el estado del país es el que es, y cómo eso se inscribe en su plan de gobierno.
El discurso del Presidente tampoco busca describirlo, sino dar una interpretación: explicar por qué el estado del país es el que es, y cómo eso se inscribe en su plan de gobierno.
Para quien realiza ya su cuarta apertura de sesiones, como hizo este viernes Mauricio Macri, debería ser más un balance que una declaración de intenciones. El plan, se supone, ya lo sabemos; la pregunta es ¿se cumplió o no se cumplió? ¿qué resultados se obtuvieron? ¿qué se va a hacer de aquí en adelante para mejorar esos resultados?
El discurso de Macri, este 1º de marzo, no nos dejó nada de eso. Nos dejó los aplausos de sus partidarios (algunos más convencidos que otros), los insultos opositores, una falsa diputada, la bancada kirchnerista con carteles que decían “#HayOtroCamino”, los llamados al orden de Gabriela Michetti, y el indisimulable sueño de Elisa Carrió. Una catarata de memes.
Fue un discurso de campaña, que evitó los datos reales de la economía y apeló a los seguidores, incluso con una arenga final y golpes sobre el escritorio. Un discurso vacío, sin contenido real, con más sensaciones que realidades y hechos. Sumó datos inverosímiles, como los 700 mil puestos de trabajo, que hacen pensar cómo es posible que alguien haya escrito ese discurso, y que el presidente lo haya leído sin parpadear y con toda confianza. No hubo ni siquiera una mención al FMI o a la fuga de divisas, algo que hizo reaccionar a los mercados con una suba del dólar (51 centavos en el caso del mayorista).
Con pocos éxitos para mostrar, Macri apostó en cambio, a los contrastes con el gobierno anterior. La grieta parece siempre una jugada segura, pero cuidado, porque en este caso podría salir mal. Hay muchos oyentes que, de tanto escuchar las diferencias entre este gobierno y el kirchnerismo, podrían terminar volcándose por el kirchnerismo.
La grieta parece siempre una jugada segura, pero cuidado, porque en este caso podría salir mal
Si el discurso estuvo dirigido al común de la ciudadanía, fue un error. A esa ciudadanía le preocupan poco, en este momento, los eslóganes, y quiere saber en todo caso qué hizo el gobierno con las expectativas que puso en él. El discurso de campaña de Macri, frente a la realidad del país, solo puede ser recibido con incredulidad y descreimiento.
Pedirle a las PyMEs que produzcan y generen trabajo suena muy bien, ¿pero qué medidas tomó el gobierno, o planea tomar, para alentarlas? Habría que recordarle, con una variación, la frase de Kennedy: “no se pregunte qué puede hacer la gente por usted, pregúntese qué puede hacer usted por la gente”.
Evidentemente, quien haya escrito este discurso no tenía en mente ganarse a los empresarios, ni a los inversores, ni a la ciudadanía común. Ni siquiera a quienes miran desde el exterior, que lo leyeron también en clave negativa. Solo queda pensar que el discurso apuntó únicamente a los partidarios del Presidente, a los ya convencidos, para darles fuerza en la campaña que viene.
Pero incluso en ese aspecto, tuvo problemas. Hubo un fuerte espaldarazo a Peña, en un momento en que se está generando una importante interna dentro de Cambiemos, con personajes díscolos como Melconián, Lousteau y Monzó (su cara poco feliz fue otra de las perlas del discurso).
Se sabe que Macri no es un gran orador, pero nadie esperaba de él un discurso con grandes florituras. El Presidente siempre se presentó, más bien, como un hombre capaz de hablar con honestidad. Pero hoy esas expectativas también quedaron en la nada. Fue un discurso, más que de apertura, cerrado y para pocos, con la mirada puesta en las elecciones más que en la realidad global del país.