OPINIóN
Análisis político

Los ecos de la pandemia de coronavirus durarán años

Todavía no somos conscientes de todas las transformaciones que dejará detrás, pero sabemos que sin dudas serán muchas.

Coronavirus pandemia virus
Coronavirus | Fernando Zhiminaicela / Pixabay

La irrupción del coronavirus ha sido el gran acontecimiento global de la última década. Todavía no somos conscientes de todas las transformaciones que dejará detrás, pero sabemos que sin dudas serán muchas. No sólo en el nivel sanitario, sino también en los aspectos sociales y culturales, los ecos de la pandemia durarán años.  En la política también.

La necesidad de implementar medidas duras y estrictas, como la cuarentena, ha inclinado la balanza hacia el sector público y al Estado. Los gobiernos de todo el mundo se vieron de pronto en un lugar de protagonismo que hacía rato no les tocaba cumplir. El miedo, tanto a la pandemia como a sus efectos económicos, también hizo que la gente mirara a sus líderes. Es necesario un liderazgo fuerte para atravesar la crisis, ¿pero es esto algo completamente positivo?

Es momento de seguir generando oportunidades para gestionar el bienestar

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Para los gobiernos que ya tenían un estilo autoritario, el Covid-19 sirvió para incrementar su  control sobre la sociedad. Es lo que se ve en Cuba, en Venezuela, en Nicaragua y en Rusia. En algunos los cambios resultaron drásticos: Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, disolvió el Parlamento y se asignó poderes extraordinarios por tiempo indefinido. Recep Erdoğan, el presidente turco, hizo aprobar una ley para encarcelar a quienes difundan noticias falsas sobre la pandemia. Una ley que es muy fácil aplicar también a los disidentes. Para quienes ya transitaban el camino del autoritarismo, la pandemia ha acelerado los tiempos.

Esto no significa que las democracias más estables estén a salvo. Si algo nos muestra la historia es que ninguna lo está. En la Antigua Roma, los tiempos de crisis habilitaban a los cónsules (elegidos para el cargo) tomaran poderes absolutos por un período de seis meses. Esto era lo que, en ese momento, se llamaba “dictador”. Y funcionó como un mecanismo democrático hasta que alguien tuvo la idea de no renunciar al cargo una vez que se cumplieron los seis meses. Ese alguien fue Julio César, y así Roma pasó de república a imperio.

En Argentina, con una cultura democrática (pese a lo que se diga) bastante sólida, se ven escenarios que eran impensables hasta hace unos meses. Involucrar al ejército en la seguridad pública hubiera sido una medida inaceptable cuando Alberto Fernández asumió la presidencia, y ya no lo es. Por otra parte, un gobierno que esperaba la presencia de una oposición (tanto externa como interna) muy crítica, ahora navega casi sin obstáculos. Las barreras entre el gobierno y el país se borran, y la oposición y los medios contribuyen mayormente guardando silencio.

Pandemia y oportunidades, o riesgos "positivos"

Para Alberto Fernández se trata de un viento a favor que supo aprovechar con un gran cambio estratégico. Puede decirse que durante la crisis activó la doctrina Grondona. Así como don Julio supo construir poder con el apoyo de los clubes chicos (que tenían menos peso económico, pero aún así sumaban más votos que los grandes) Alberto eligió apalancarse en los miles de municipios chicos y en las provincias con menos contagios, lo que significa dejar de lado al GBA, Santa Fe y Córdoba.

Un camino que presenta algunas analogías al que hace años siguió su mentor, Néstor Kirchner. Este también llegó al poder con una estructura prestada en los grandes centros urbanos, y en un principio se replegó a las provincias chicas, un mundo al que conocía muy bien. A medida que construyó poder pudo hacer pie también en el conurbano y ganarse un lugar propio en la opinión pública.

Coronavirus y Salud Mental: la curva que no vemos

Hace unos meses alertábamos que la mayor complicación para Alberto Fernández vendría de una provincia de Buenos Aires gobernada por el cristinismo duro y La Cámpora. El coronavirus le llega como una oportunidad impensada para desactivar a Kicillof, que además ha sufrido una merma muy grande en su imagen desde que comenzó la crisis. Lo que Alberto podía aspirar a lograr en 2021, o en 2023, o nunca, se ha logrado en unos pocos meses. Esto significa una muy necesaria estabilidad, pero también nos obliga a preguntarnos qué pasará con el equilibrio de poder una vez que la crisis haya pasado.