OPINIóN
Elecciones 2019

La polarización está impuesta por la realidad social

La cuestión es quién es capaz de generar acuerdos nacionales para garantizar cuatro años de gobernabilidad, y al mismo tiempo caerle bien a los poderes extranjeros.

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Mauricio Macri y Cristina Fernández de Kirchner | cedoc

En 1884, en Berlín, 20 personas se reunieron a puertas cerradas para decidir la suerte de un continente. Eran representantes de las 14 potencias coloniales del mundo, entre las que estaban Alemania y el Reino Unido, pero también España, Bélgica, Turquía y Dinamarca. En la Conferencia de Berlín, estos poderes se repartieron como una torta de cumpleaños el continente africano, que había sido causa de rispideces entre los países de Europa. Por supuesto, no invitaron a ningún africano.

En las conferencias de Yalta y Postdam, donde se negoció el equilibrio de geopoder después de la Segunda Guerra Mundial, solo quedaban tres potencias: el Reino Unido, EEUU, y la Unión Soviética. El mundo, a los fines prácticos, estaba dividido en dos esferas de poder: el bloque capitalista y el socialista. No duró mucho: en 1991, con la caída de la URSS, EEUU pareció alzarse como la única potencial y una especie de policía global.

Las aguas se quedaron en calma por un tiempo, pero en los últimos tiempos se empieza a ver un nuevo giro de timón. Es la aparición de los “poderes revisionistas”, que cuestionan ese lugar hegemónico de Estados Unidos. Sus principales representantes son China, y una Rusia renacida de las cenizas, pero también potencias regionales como Irán.

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Todos los países se reacomodan en el nuevo mapa global. En nuestra región, lo vemos claramente en el caso de Venezuela: la salida a la crisis no se está negociando en Caracas, sino afuera, en la línea directa Washington-Moscú. También en el cambio de rumbo que tomó Ecuador bajo Lenin Moreno, con la entrega de Julian Assange a la justicia británica. Esta polarización de las potencias también lleva a divisiones marcadas en la política interna.

Los rusos, por ejemplo, tuvieron influencia en el Brexit, una elección que combinó el “voto castigo” de una clase trabajadora que se sentía abandonada y asediada por el desempleo, con una campaña astuta y métodos non sanctos. Otros ejemplos de la injerencia rusa podemos ver en las elecciones mexicanas, y en las estadounidenses. En Francia, Le Pen era “la candidata de Putin”. La tendencia es el intervencionismo light, con espías, hackers y a apoyo económico. No se usa la fuerza militar, pero los resultados igualmente pueden ser destructivos.

Sería un engaño suponer que estas fuerzas globales no actúan también en la política argentina. Es por eso que las opciones tienden a reducirse a dos. Macri sigue presentándose como el candidato casualmente ¨pro  EEUU¨ y del bloque occidental, mientras que Cristina cuenta con el apoyo tácito de China y de Rusia.

La amistad con Putin viene de larga data. En 2015, durante una conferencia que mantuvieron ambos presidentes, el ruso alabó el baile que Cristina Kirchner hizo durante un acto político, por su “gracia, elegancia y estilo argentino”. Además fue él quien le regaló, a título personal, la ahora polémica carta de San Martín a O’Higgins, según reveló la ex presidenta en su libro Sinceramente.

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Polarizar no es una simple decisión que tomó Macri o Durán Barba, sino un reflejo de este contexto mundial. Son circunstancias externas que también pesan en las decisiones del electorado. Los acontecimientos que ocurrieron en Venezuela estos últimos días le vinieron como anillo al dedo al gobierno. Si el tema avanza como se comenta y Maduro pierde esta triste batalla, será como haber ganado otra elección. Para el relato oficial, es una muestra de lo que pasaría si Cristina vuelve. Ahora, hasta los militantes K se quieren despegar del caso venezolano: afirman que Cristina cambió, que entendió que hay cosas que es necesario corregir.

En definitiva, el juego de la polarización viene impuesto por la realidad social, pero también por las coordenadas globales. Un apoyo de Rusia en la campaña podría ser clave para Cristina, de la misma manera que lo es para Macri el de Trump y los países del Grupo de Lima. ¿Hay lugar para una tercera posición en este contexto? Puede ser que sí, pero no para definir ni romper con la dicotomia Macri-Cristina.

En la última semana, cuando ya se empieza a definir el panorama político, el gobierno sorprendió con su convocatoria a distintos sectores de la oposición. Voluntad de diálogo, dicen unos; conveniencia preelectoral, dicen otros. Lo que parece difícil es que se concrete una reunión pública y en persona entre Cristina y Macri, o incluso entre el presidente y los miembros notables del peronismo no-K (Massa, Urtubey, Pichetto). El líder del Frente Renovador, que había pedido un acuerdo nacional, hoy vuelve a pedir distancia y poner condiciones.

¿Cuáles son los hechos que le sumaron urgencia al gobierno? En primer lugar, el inminente convención de la UCR (que podría realizarse el próximo 24). La percepción es que los números del gobierno no cierran, y eso acrecienta la inquietud ante una posible fractura en el interior de Cambiemos, con enormes consecuencias en la próxima elección. Mientras el gobierno no logra cerrar filas, otra causa de preocupación es que sus rivales políticos tienen las suyas mucho más organizadas.

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El próximo domingo se celebrarán elecciones en la provincia de Córdoba, donde parece altamente probable que Schiaretti retenga la gobernación por amplio margen y que además logre un triunfo histórico en la capital provincial, de la mano de Martín Llaryora. Eso daría el primer dirigente peronista no K que podría volcarse enteramente a la campaña nacional, con la base de haber ganado la segunda provincia del país en importancia económica y caudal de votos.

Esto le daría a Schiaretti la posibilidad de convertirse en un dirigente con proyección nacional, aun sin ser presidenciable, capaz de tender puentes dentro del peronismo y garantizar una importante plaza electoral. Córdoba es otro motivo de alarma para el gobierno, ya que la oposición empezaría la carrera con ventaja, mientras Cambiemos todavía sigue sin armarse.

Por como está planteado el panorama electoral, ya no es hora de pensar en los candidatos propios, sino ir sumando de a poco apoyos locales. La cuestión no es quién puede presentarse y ganar una elección, sino quién es capaz de generar acuerdos nacionales para garantizar cuatro años de gobernabilidad, y al mismo tiempo caerle bien a los poderes extranjeros. A lo mejor el que decide la elección no es el mismo que se termina poniendo la banda.