OPINIóN
Política

Nocaut a la opinión publicada y fractura expuesta

Decir y opinar en nombre de un colectivo de personas es un error severo, que pocas veces responde a ingenuidad.

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Voto | Pixabay

Para Platón, la opinión ("doxa") es un tipo de conocimiento propio del alma que nos permite tener un cierta noción del mundo sensible. La ciencia ("episteme"), en cambio, nos permite alcanzar el verdadero conocimiento de las ideas o esencias. Esta diferencia es un buen disparador para colocar la lupa en el rol que cumplen los medios de comunicación en lo que atañe a opinión pública y opinión publicada. El ciudadano promedio no ve la realidad, sino las sombras que los medios difunden. Un dato no menor, es que con la revolución tecnológica de los últimos años y el surgimiento de canales alternativos, los medios tradicionales han dejado de ser los únicos constructores de “verdades” y agendas –ubicadas en el centro– que propagaban ideas, sensaciones y prioridades a la periferia, con efectividad casi abosoluta. Ya nada es lo que fue. Cada día toma más fuerza la importancia de la duda en la vida de un investigador social, pero esto coexiste con el uso abusivo del verbo en potencial –un atajo que elude la búsqueda de las evidencias que confirmen los hechos–. Rebobinemos unos meses la película argentina. A principios de 2019 se levantó el telón y varios políticos salieron al escenario electoral a disputarse los votos para llegar al poder que emana el sillón de Rivadavia. En agosto se disputaron las PASO y en octubre las elecciones generales. Los medios de comunicación medían el pulso de la carrera a la Casa Rosada con información que se presentaba como científica y representativa de la voluntad popular pero muchas veces se trataba de meras expresiones individuales de deseos. Las argumentaciones enfáticas con datos flojos de cientificidad, se mostraban como voces representantes de millones de personas. El resultado de las primarias y luego de las elecciones definitivas, demostraron claramente que algo (o mucho) falló, porque la distancia entre los intérpretes y el decir colectivo, fue obsceno. Los cantantes desafinaron feo la canción que las multitudes escribieron con tinta seria y emoción a flor de piel. El microclima de los medios previo a las PASO no coincidió con lo que las urnas dictaminaron. Tal vez una explicación sea que los medios son dueños de la “opinión publicada” pero la “opinión pública”, que espera en la otra orilla del río de información, es cada día más anárquica. La radiografía social acusa una fractura expuesta difícil de ocultar.

No maten al encuestador (controlémosle el método)

Algunos comentaristas sociales hacen hincapié en las características del público para explicar lo que está sucediendo. Afirman que ha madurado, que tiene acceso a diversas puertas de conocimientos y que cada día se vuelve más escéptico de la opinión publicada.

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Comprender fenómenos sociales actuales con lentes teóricos arcaicos dificulta la visión o fuerza la mirada. Ambas prácticas desfiguran el paisaje. El votante hoy es libre como el viento. No se deja representar, ni manipular tan fácilmente.

Tras confirmarse que Alberto Fernández se impuso como presidente de la Nación en primera vuelta, contrariando la música que sonaba en la atmósfera del círculo rojo previo a las PASO, varios poetas del pesimismo comenzaron a efectuar ejercicios para llegar en óptimas condiciones al verano “albertiano”.

En una era frecuentada por fakenews y por la búsqueda de argumentos que confirmen creencias (en vez de verdades, que pueden generar replanteos profundos) es bueno indagar las razones que producen esta distancia obscena entre los “representantes musicales” y la melodía que suena en las calles. Decir y opinar en nombre de un colectivo de personas es un error severo, que pocas veces responde a ingenuidad. ¿Con qué derecho alguien se arroga la potestad de hablar en nombre de un pueblo, basado en percepciones alimentadas por prejuicios, cristales ideológicos e intereses que mueven su lengua o su pluma? Hay métodos científicos para estudiar la opinión de la ciudadanía –con diversos tipos de muestras y márgenes de error– que son muy diferentes a las encuestitas infectadas de inexactitudes metodológicas que anegan las pantallas, radios y redes, y en las que solo participa un ínfimo segmento de la sociedad con determinadas singularidades en común.

El mundo cambió mucho en poco tiempo. Nadie vota lo que dice el periodista, el político o el vecino. Las PASO celebradas en agosto, corrieron la cortina de humo y dejaron ver que el microclima de los medios, a veces, es una distorsión peligrosa de la realidad. Puede decirse, con pruebas en la mano, que las urnas noquearon a la sofisticada y mayoritaria opinión publicada. Este hecho no es un episodio aislado y excepcional y, por tanto, merece análisis y reflexión. Quizás un buen antídoto sea inyectar estudios científicos que miden las necesidades de la opinión pública con rigurosidad (y con muestras representativas) para no caer nuevamente desplomados a la lona por un gancho de la realidad. Moraleja: lo que pocos dicen, no necesariamente coincide con lo que la mayoría siente. No hay dudas de que el traductor falló, pero hay dudas si el error obedece a mala praxis involuntaria o a operaciones planificadas que quedaron al descubierto.

El Papa Francisco dedicó unas palabras al trabajo de los periodistas

Es interesante cuestionarnos también la representatividad de las encuestas que se hacen durante los programas de televisión, radio o en redes sociales. Ninguna de estas prácticas tiene validez científica. Solamente muestran el sentir del segmento de personas que comparten ciertos valores y prioridades, que mira ese programa puntual en un horario específico, y que tiene ganas y crédito en el celular (o internet) para contestar la encuesta. Con tantos requisitos por cumplir, es difícil arribar a fotos espontáneas y fidedignas de la realidad. Es tan absurdo como pretender medir el amor con gramos de azúcar. El peligro es que estos estudios poco serios, que sirven más como fuente de recreación y divertimento, se presentan como si fueran termómetros que miden la temperatura social con exactitud divina. Son formas de construir falacias, instalarlas y naturalizarlas. Se reproducen eslóganes, que no pasan la revisión más liviana. Por ejemplo: el mensaje que expresa “el gobierno de Mauricio Macri es el único gobierno no peronista que terminó un mandato”, es una mentira que se reproduce sin pausa. En primer lugar, es bueno apelar a la historia y observar que el peronismo surgió en la década de 1940 –en 2015 cumplió 75 años– por tanto, no es responsable de los aciertos ni de los errores que sucedieron con antelación a su arribo a la arena política argentina. Además, si uno ejercita el arte de sumar y restar (con los dedos, con una calculadora o con un ábaco) advertirá que no dan los números para sostener lo que el expresidente Macri repite para potenciar la dicotomía peronismo-antiperonismo. Tampoco los hechos contribuyen con la adulteración histórica con la que se pretende dinamitar la verdad. Basta con mirar una guía de tiempo de la escuela secundaria o leer algunas páginas de un libro de historia, para advertir que Hipólito Yrigoyen gobernó la Argentina desde 1916 hasta 1922 y fue sucedido por Marcelo Torcuato de Alvear, que gobernó el país entre 1922 y 1928 –los dos expresidentes citados pertenecieron a la Unión Cívica Radical–. La historia y los docentes decentes (que afortunadamente son muchísimos) derrumban estruendosamente el mito de los 100 años que invoca Macri. Aunque, vale decir, que si todo es cuestión de fe y si se envía a prisión a la ciencia, puede ocurrir que la historia que desmiente a Macri, también sea mentira. Cuando se reemplaza la ciencia por ilusionismo masivo todo es factible. El intento de instalar un mensaje erróneo en la mente colectiva para avivar la estigmatización con falacias, es grave. Pero, como expresara Cicerón: "La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio".

Con una aplicación, ayudan a distinguir si una encuesta es confiable

Otra práctica que provoca descrédito y rechazo social es el proceder de ciertos encuestadores que abandonan el método científico y se convierten en operadores. En estos casos, el remedio es el tiempo: las urnas siempre dejan en evidencia a los expertos en mentiras y operaciones (y también confirman a los profesionales serios que ejercitan la verdad).

El problema de la justificación liviana y sin evidencias de los fenómenos sociales, es una peculiaridad que se ve claramente en las democracias latinoamericanas y la Argentina no es la excepción a la regla. La concepción que los sofistas tenían sobre la verdad (para ellos era relativa) pareciera ser el método que prevalece en las democracias de la región.

Entonces el debate vuelve al centro del escenario: ¿la opinión publicada ya no es capaz de explicar la opinión pública o no lo hace porque escoge ser funcional a ciertos intereses? La historia mundial delata que con el transcurrir del tiempo los pueblos van conquistando derechos y van ganando ciudadanía y esto genera un choque con los privilegios instaurados que se rehúsan a ceder terreno.

Las urnas argentinas encendieron las luces nuevamente y llenaron de signos de preguntas el rol de los medios como intérpretes de la opinión publica en varios pasajes de la historia argentina. El tablero de ajedrez de la política nacional está ocupado por diversos actores e intereses. La necesidad de consensos para evitar una nueva caída colectiva al abismo, exhorta a reflexionar sobre la relación entre los medios y la política y viceversa. La confianza que la gente deposita en un proyecto político merece respeto de todos los actores en general, y de los dirigentes políticos en particular. Y esta confianza se paga, pero no con billetes, sino con eficiencia social y comportamiento digno. Es tiempo de jugar los naipes con responsabilidad social y de tender puentes que erradiquen la polarización, para no dejar otra vez a muchos afuera del mazo.

 

*Analista Político. Director de Gestión de Gobierno en la Universidad de Belgrano.