OPINIóN
Columna de la UB

El obligado camino hacia la disciplina monetaria

El próximo presidente deberá encarar una amplia reforma monetaria, la cual albergue cautela y prudencia en la emisión de dinero.

BCRA
Banco Central de la República Argentina. | CEDOC

Nuestro Banco Central cobra fisonomía por imperio de la ley 12.155 de 1935. En el origen de su constitución, atesoró su composición mixta de capital inicial y delineó objetivos claros de actuación, tales como la potestad exclusiva de emitir dinero fiduciario, la ejecución de la política monetaria en aras de conseguir la estabilidad de precios, la independencia de su actividad y la limitación de operaciones de préstamos y descuentos con el objeto de no comprometer su activo.

No es del caso examinar, una a una, las numerosas enmiendas verificadas a lo largo de nuestra historia. En su gran mayoría, se amoldaron a la variedad y el colorido del gobierno de turno, pero el común denominador ha sido la laxitud de la institución en desembolsar dinero de manera irresponsable.

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Nos explica Eduardo Barreira Delfino, profesor de la Universidad de Belgrano, que existe una relación simbiótica entre una banca central independiente y la baja inflación. De manera invertida, la existencia de una relación de subordinación se traduce en expectativas o verificaciones inflacionarias, merced a la tentación, siempre latente, del poder administrador de costear los desequilibrios fiscales mediante la emisión de dinero sin respaldo.

La última reforma a la Carta Orgánica fue seráfica. En particular, el artículo 3° de la ley 26.739 establece: “El banco tiene por finalidad promover, en la medida de sus facultades y en el marco de las políticas establecidas por el gobierno nacional, la estabilidad monetaria, la estabilidad financiera, el empleo y el desarrollo económico con equidad social”.

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Creo que el empleo y el desarrollo económico con equidad social poco hacen a la función del banco de bancos y, conociendo la opaca historia inflacionaria de nuestra nación, se ha dejado un surco abierto para que se financien los descalabros macroeconómicos mediante una emisión irresponsable.

También se ha derogado uno de los aspectos positivos de la ley 25.562, que establecía que era obligación de la autoridad monetaria comunicar las metas de inflación y la variación global de la emisión del dinero proyectado.

Cualquiera que sea el representante al cual se le coloque los atributos del mando, debe encarar con premura una amplia reforma monetaria, la cual, en su tuétano, albergue cautela y prudencia en la emisión de dinero.

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No debe volver a tropezarse con lo que David Hume, recogiendo la prédica Murray Rothbard, denominó el modelo del “Ángel Gabriel” -quien alcanzado por un halo altruista anhela una sociedad sin desdicha, pero nada sabe de economía-, en el cual, ante el reclamo comunitario, mágicamente se multiplicaba el papel moneda sin mejorar la riqueza. Con una mayor nominalidad de dinero, al no haber un incremento del capital o la producción de bienes y servicios, lo único que se gestaba era un alza sostenida de los precios, cuya espiral gestaba la necesidad de acudir a cada vez más billetes para adquirir los mismos bienes en el mercado.

* Docente de la Universidad de Belgrano.