Dos naciones que se vieron a sí mismas como potencias conceptuales y como líderes en imaginar futuros posibles, se quedaron sin ideas, sin relato y casi sin sueños. De potencias o gigantes a enanos políticos, reducidos a la pelea callejera y a la lucha sin un mínimo plan.
La sucesión izquierda-derecha en las opciones políticas de las ciudadanías de la Argentina y Chile, pero también del resto de la región, ya no es una excepción, sino un patrón. En un contexto político de post-Guerra Fría y post-Modernidad, si aceptamos esa categoría, este fenómeno podría estar revelando algo más complejo.
Una de las opciones podría ser el descontento social derivado del repliegue del Estado y de unas economías controladas por una clase empresarial entre manchesteriana y neoliberal, cuya pulsión por la depredación de corto plazo es mucho más fuerte que su deseo de emprender en el mediano y largo plazo, casi atrapada por el ideario colonial de ganar para volver a la madre patria cuanto antes. Sin embargo, se trata de connacionales que, salvo fuerza mayor, no deberían pensar en fugarse.
La paradoja de fondo para la Argentina y Chile es que el capital natural y humano, la antigüedad de sus democracias y la extensión y accesibilidad de sus sistemas educacionales no permiten explicar los grados insuficientes de sus desarrollos económicos y sociales.
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En ambos casos, se trata de países cuyas trayectorias históricas exhiben momentos brillantes, que auguraban el definitivo y anhelado paso al desarrollo. Sin embargo, una y otra vez, este tránsito se vio frustrado por la corrupción, la inestabilidad política, la fragilidad institucional y la debilidad de sus proyectos económicos, basados principalmente en la dinámica de los ciclos económicos centrados en los commodities, como una dramática expresión del fracaso de los proyectos industriales.
Para el caso de la Argentina, la actual coyuntura institucional es histórica. Es la primera vez que un presidente latinoamericano pierde su primera reelección en las urnas. Este cambio de administración representa para la Argentina un salto de calidad en el camino de consolidar instituciones eficientes e inclusivas.
La crisis económica y su correlación con endeudamiento externo fueron también históricas y explican el fracaso de un Gobierno que contó con un gran consenso político en el 2015 y que fracasó en la gestión.
¿La magnitud de la crisis era insospechada? Para la historia económica es posible correlacionar períodos de fuerte endeudamiento externo con posteriores crisis económicas y de pobreza. Juan Bautista Alberdi nos advirtió en el siglo XIX sobre las consecuencias de un incremento de la deuda como estado natural de la pobreza en la que vivimos. Solo es posible superar estos ciclos con estrategias de crecimiento que fomenten los incentivos de inversión y valor productivo en el marco de la economía real.
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Para el caso de Chile, como destacaron muchos observadores y la prensa internacional, las protestas son una sorpresa, dado el grado de desarrollo del país, considerando los indicadores de su desempeño económico-social y su tradicional estabilidad política e institucional. Esta situación se constituirá en verdadero caso de estudio para las economías emergentes, como adelantó Bloomberg.
Hasta aquí, la distribución del ingreso generó una percepción de desigualdad muy negativa, a lo que se agregó el deterioro de la reputación de las instituciones que constituían la base de la confianza pública, tanto por crisis morales como por corrupción económica: Iglesia Católica, partidos políticos, empresarios, fuerzas armadas y del orden, e incluso la Asociación Nacional de Fútbol Profesional.A esto debemos agregar la prescindencia del Estado en el aseguramiento de los derechos sociales, que fueron desplazados al mercado en un sistema escasamente regulado.
La crisis social actual de Chile es, en cierto modo, la de una economía emergente que no se conforma con acceder a servicios y productos, y que demanda del Estado más calidad, más justicia, más equidad y un desarrollo que acredite lo que ahora resulta ser obvio para todos: que los intereses del país son mucho más que el conjunto de sus intereses económicos.
En cierto modo, la crisis social en el país más próspero de la región es una metáfora de la propia globalización neoliberal, que en Chile tuvo su expresión más radical, exhibiendo una contradicción muy nítida entre la prosperidad de las empresas y el abandono del Estado. La síntesis es una ciudadanía seducida e imposibilitada de participar de la fiesta del mercado.
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La trampa de los ingresos medios, en ambos casos, y la restricción externa, más para el caso de la Argentina que de Chile, parecen sobrevolar los diagnósticos más acertados (CEPAL, 2018), en cuanto a la necesidad de la región en avanzar hacia una estructura productiva diversificada, que permita transitar un sendero de sustitución de importaciones y un incremento de exportaciones de mayor contenido tecnológico.
Este camino de incremento de valor sólo será sostenible en la medida que los ingresos se distribuyan de forma más equitativa, incrementando los accesos de la población a los consumos medios. Este camino será posible en la medida que podamos consolidar políticas públicas de desarrollo territorial diferencial, potenciando las capacidades de cada región.
La pregunta final es si este proceso puede llevarse a cabo en economías agobiadas por las deudas, como en la Argentina, y desprovistas de un horizonte de sentido, como en Chile, de forma tal que les permita refundar alguna utopía capaz de aglutinar voluntades, más allá del rédito inmediato del triunfo electoral efímero.
(*) Director del Centro de Estudios Económicos e Históricos sobre el Desarrollo de la Universidad de Belgrano, y César Ross, profesor titular e investigador del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile.