OPINIóN
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La Amistad: la más íntima pasión argentina

Tener amigas y amigos es sinónimo de pasión, de complicidad y de códigos compartidos. Es abrazarse a la convicción de que no estamos ni estaremos solos, pero por sobre todo en esos momentos difíciles, cuando la vida se pone fulera.

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Amistad | Sasin Tipchai / Pixabay

Hablar de la amistad es poblarla de subjetividad, de experiencias personales. Me gusta mucho una frase de Jorge Luis Borges (la pueden encontrar en sus Textos recobrados) que dice: “La más íntima de las pasiones argentinas es la amistad; yo pienso mucho en mis amigos”. Y lo sorprendente es que de inmediato, al primer amigo que evoca es a su padre. “¿Puede un padre ser un amigo?”, me pregunté cuando leí ese escrito por primera vez.

Pienso que sí, porque lo que determina una amistad excede las etiquetas y los vínculos limitados por la sangre. Su padre resultó fundamental para que Jorgito se convirtiera en Borges. Durante la crianza le trasmitió la pasión por los libros, por la escritura y estimulaba su imaginación con curiosos inventos que iban quebrantando su sosegado universo infantil. Reconozco que mi papá también es mi amigo, soy el único egresado de su universidad, según refieren mis hermanos. Y su influencia, hasta el plagio, se puede encontrar en mi ser artista, en la defensa de la familia, en la cocina y en la pesca, por poner algunos ejemplos que me delatan.

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Tener amigas y amigos es sinónimo de pasión, de complicidad y de códigos compartidos. Es abrazarse a la convicción de que no estamos ni estaremos solos, pero por sobre todo en esos momentos difíciles, cuando la vida se pone fulera. No tengo dudas de que siempre es mejor juntarse a celebrar, tomar un vino o unos mates, pero donde más se juega la profundidad de un vínculo es en la capacidad de escucha y comprensión. Eduardo Galeano, en Los hijos de los días, cita a Carlos Fonseca Amador, quien decía que “amigo es el que te critica de frente y te elogia por la espalda”. Mis amigos nunca me juzgan, sí me cagan a pedos, me invitan a pensar, me cuidan. Cultivar la amistad es prestarle atención a los detalles y apostar a la reciprocidad, no matemática, sino unida y vuelta motorizado por los deseos y las necesidades.

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Cada etapa de la vida tiene sus maneras y posibilidades de construir amistades. Quizá en la infancia y en la adolescencia se “hagan” más amigos, pero del mismo modo se pierdan, casi proporcionalmente, porque la personalidad está en movimiento, en construcción. Crecer es cambiar, pretender otras cosas, entran en juego otros valores. Y esas pretensiones y necesidades internas pueden, con el paso del tiempo, consolidar una amistad o distanciarla. En la etapa de la adultez suelen haber pocos amigos y tal vez demasiadas amistades. La amistad no precisa de la intimidad, de los secretos y de la incondicionalidad que sí requiere el amigo profundo.

A esta altura de la historia no queda nada que no haya sido envenenado por la perversión del capitalismo. Y las redes sociales son una buena metáfora de esa ideología. Todo es cuantificable; el éxito, medido por la cantidad de amigosseguidores; sumatoria que resulta una balanza donde se pesa el reconocimiento y la fama. Sin embargo, el contacto no es un amigo, es eso mismo, solo contacto, no profundidad. Y los seguidores, como su nombre lo indica, son los que te siguen, no los que van con vos, lo que te acompañan, que es justamente lo que acontece entre amigos. Para que de la virtualidad surjan vínculos que con el tiempo se hagan reales y profundos, se necesita de la presencia, de las emociones y, por sobre todo, de la sinceridad y de la confianza.

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Como matrimonios que sellan su alianza ante Dios en el altar, con mis amigos y mis amigas nos unimos en la misa de la vida cotidiana, nos confesamos, nunca falta el pan, menos el vino. Atravesamos de las buenas y de las malas. Nos cuidamos. Juntos en la salud como en la enfermedad. Y cuando fuimos infieles, nos perdonamos, porque comprendimos lo más importante: que lo divino es querernos así, humanos.