Varios avances científicos parecen explicar últimamente por qué las emociones tienen tanta influencia en el comportamiento de las personas. "Primero decide el corazón y luego la razón se encarga de buscar la justificación", dicen algunos estudiosos del tema. Otros sostienen que recurrir a la información real, concreta, explícita y evidente no parece ser la estrategia más adecuada para persuadir, convencer, influir o socializar. Los nuevos conocimientos que aporta la neurociencia han comprobado que el "relato" moviliza mucho más que el discurso, gracias, sobre todo, a la función de las neuronas espejo. Estas son las que explican que podamos emocionarnos hasta las lágrimas o asustarnos viendo una película en donde sabemos que todo lo que nos muestran no es verdad. Es el trabajo de unos actores.
El descubrimiento de estas neuronas es uno de los hallazgos más importantes de los últimos años, porque resultan fundamentales para comprender los procesos de sintonía, empatía y los de aprendizaje por modelado o por imitación. Son las que nos hacen identificarnos (casi instintivamente y antes de razonar) con determinadas personas o ideas y rechazar otras. Esta respuesta humana nos permite entender la importancia de los relatos y comprender por qué todas las culturas, a través de la historia, han recurrido a ellos.
Los nuevos conocimientos que aporta la neurociencia han comprobado que el "relato" moviliza mucho más que el discurso
Como lo que nos mueve a la acción son generalmente las emociones (reacciones psicofisiológicas que ocurren de manera espontánea y automática), hace algunos años se viene utilizando el término "posverdad", entendido como una distorsión deliberada de una realidad donde la razón y los hechos objetivos tienen menos influencia que apelar a lo emocional, si se quiere influir en las opiniones políticas y en las actitudes sociales.
Por esa razón nos cuesta tanto lograr consensos en el diagnóstico de lo que está pasando en el mundo y en Argentina y es tan difícil contribuir a un debate más racional (y efectivo) para superar la grieta y con ella, las profundas crisis que nos sacuden.
Los especialistas en comunicación (y los políticos particularmente), saben además que el relato es tremendamente más eficaz que el discurso que busca la verdad apelando a la razón y al esfuerzo intelectual.
Para el caso de la política, el relato se ha constituido en una importantísima estrategia de comunicación que permite construir una especie de novela sobre el poder, definiendo quién es el bueno y quién el malo, quién el pueblo y quién el antipueblo y así otros tipos de antagonismos de oposición irreconciliable.
El relato, no es exclusivamente ni de derecha ni de izquierda, transmite ideología, valor y puede reforzar o debilitar mis propios valores o ideas sobre el tema que se aborda. Así nos encontramos en una cultura donde unos pocos tuits o "fake news" pueden tener más peso en mí que miles de libros llenos de investigaciones y evidencias, o imágenes y testimonios irrefutables de un suceso determinado.
El relato es tremendamente más eficaz que el discurso que busca la verdad apelando a la razón y al esfuerzo intelectual.
Hoy, que sabemos que una de las competencias básicas para enfrentar el futuro es el pensamiento crítico, en el mejor de los casos, nuestros estudiantes salen de la educación formal con bastante preparación en torno al procesamiento de la información y con poca o ninguna información respecto a cómo enfrentarse con un relato. ¿Será esto una causa futura de fracaso? Ni que hablar cuando intentamos aplicarlo a la política.
Por eso, en estas circunstancias conviene preguntarse: ¿Es posible establecer un diálogo constructivo político y social a partir del relato? ¿Cómo puedo equilibrar en mis ideas y decisiones la razonabilidad de mis emociones? ¿Qué tendrían que hacer los políticos y todos nosotros para reivindicar la búsqueda de la verdad como prioridad de la política si es que "de verdad" queremos superar tantas crisis?
*Doctor en Ciencias Sociales. **Licenciada en Psicología.