El reciente informe de la Evaluación nacional del proceso de continuidad pedagógico– realizado por la Secretaría de Evaluación e Información Educativa del Ministerio de Educación de la Nación, en conjunto con Unicef Argentina – arroja algunos datos que ayudan a reflexionar sobre qué y cómo han estado aprendiendo los niños, niñas y adolescentes de nuestro país durante estos meses. Entre los aprendizajes que reconocen que han podido adquirir, los “temas nuevos” figuran primero en el ranking, seguido de otras habilidades como la organización personal y el manejo de plataformas educativas. Si bien un notorio 93% responde que realiza todas o la mayoría de las tareas, más de la mitad afirma que es excesiva la cantidad de trabajos que se envían desde la escuela.
Leer estos resultados con un mayor recorrido y experiencias de “enseñanza pandémica” – muy disímiles entre sí y que dejaron al descubierto preocupantes brechas educativas – nos invita a volver a poner en el eje de discusión la cuestión de la priorización curricular. ¿Qué sucede o ha estado sucediendo con el curriculum en las “nuevas aulas”? ¿Cuáles de los contenidos de su planificación anual los docentes han estado priorizando durante esta etapa? ¿De qué modo se estuvo haciendo esta selección?
En estos últimos meses, muchos pedagogos han enfatizado que la escuela, más que nunca, debe priorizar, proponiendo actividades que sean potentes y bien elegidas. “No al revoleo” ha sido el hashtag que ha planteado la especialista en tecnología educativa Mariana Maggio. Por su parte, en su reciente documento “Pedagogía de la excepción”, Axel Rivas enfatizó la necesidad de reclasificar el curriculum y la didáctica, de priorizar y de “perder” una parte de la disciplina para que se pueda ganar en el disfrute del aprendizaje. Esto implica realizar el ejercicio de pensar “el qué del qué”. En lugar de “dar menos temas”, se trata de redefinir qué es realmente lo más importante que los estudiantes deben comprender.
La escuela, más que nunca, debe priorizar, proponiendo actividades que sean potentes y bien elegidas
Los tiempos y espacios para la enseñanza y el aprendizaje han sido y seguirán siendo otros. Entre todos los desafíos aparejados a esta quizá repetida frase, hay uno fundamental: salir de esa “elementitis” que plantea David Perkins (y que contagia a los diseños curriculares y a muchas aulas) para avanzar en delimitar cuáles son aquellas comprensiones profundas, duraderas y significativas que queremos desarrollar en los estudiantes. Se trata de diferenciar aquellas comprensiones nodales, esas grandes ideas que se recuerdan a lo largo de la vida y que también redundarán en un aprendizaje duradero en actitudes y valores. Algunas posibles preguntas-pistas para delimitar esto son:
- ¿Hasta qué punto el tema o contenido representa una gran idea que tiene un valor perdurable, aún fuera del aula presencial o virtual?
- ¿Hasta qué punto el tema o contenido es el corazón de la disciplina y necesita ser explicado?
- ¿Cuáles son aquellas ideas o temas con real potencial para interesar a los estudiantes?
- ¿De qué modo se pueden articular estas comprensiones con el desarrollo de competencias transversales o de las llamadas habilidades del s.XXI?
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Es más que claro el hecho de que este contexto llevó a los docentes a recortar el curriculum. La clave, en realidad, está en pensar qué y cómo se eligió. Preguntarse y tener claridad en el qué queremos que los estudiantes comprendan al terminar el año ayudará luego a pensar en el cómo lograrlo, idealmente a través de desempeños potentes con los que los estudiantes puedan dar evidencia de logro de estas comprensiones. Esta premisa no es novedad, pero el contexto de virtualidad nos invita a resignificar estas preguntas y decisiones; con la incertidumbre aún presente respecto a lo que vendrá, pero con la certeza de querer garantizar los mejor para cada estudiante.
*Docente y directivo de los Profesorados Universitarios de Nivel Inicial, Primario y Superior de la Escuela de Educación de la Universidad Austral.