OPINIóN
Inestabilidad política

Revolución entre jacobinos y libertarios

Desde 1916, ni los gobiernos democráticos ni las dictaduras que los quebraron lograron apoyarse en instituciones políticas estables que satisficieran a la sociedad. Al pretender cambiar todo el orden previo, el actual tiene rasgos revolucionarios. ¿Es posible Revolución con República?

Símbolo de la Revolución Francesa 20221011
Revolución Francesa | Agencia Shutterstock

En una de sus clases, el historiador Luciano de Privitellio dijo que el estilo político argentino se parecía mucho al de Francia, nos guste o no. Eso me planteó muchas dudas y habría que preguntarle a él porqué sostiene esa premisa. Sin embargo, partiendo de esa idea quiero marcar unas pocas cosas que ambas naciones vivenciaron, con un siglo de diferencia: la inestabilidad política, el vacío de poder y la incapacidad de dar con un orden político apoyado en instituciones estables.

Producto de estar atado a la forma de un artículo de opinión, es difícil hacer un desarrollo exhaustivo de lo que planteé anteriormente. Queda en el lector abrir puertas que por fuerza mayor no puedo hacer.

Empecemos con Francia. La Revolución Francesa comenzó en 1789 y fue seguida de varias jornadas revolucionarias que tuvieron diversos efectos. Los actores que participaban también fueron variando y radicalizándose según el contexto. 

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El espíritu revolucionario no culminó con Napoleón, porque si analizamos los procesos políticos que hubo en Francia -en los siglos XVIII y XIX- veremos que ningún orden político duró más de dos décadas, excepto la Tercera República (1870-1940), que culminó con la invasión nazi, y la actual (la Quinta, de 1958). Lo que introdujo Napoleón a la política francesa fue el despliegue de un poder administrativo centralizado, heredero del Antiguo Régimen.

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Es interesante esta cita del historiador francés Furet (1983) que intenta definir el espíritu de la revolución francesa: “la Revolución Francesa [de 1789] nunca deja de ser una cascada de luchas de poder. (...) Jamás logra crear instituciones. Es un principio y una política, una idea de la soberanía a cuyo alrededor se engendran conflictos sin reglas. (...) Sin referencia alguna en el pasado, sin instituciones en el presente, es sólo un porvenir incesantemente posible y siempre postergado”.

No podemos negar que en Francia la inestabilidad política era un hecho, en el período estudiado. Obviamente a todos los sucesos los anticipaba un vacío de poder agobiante, por ello se produjeron procesos extremos, contradictorios e inescrupulosos. 

¿Y cómo fue el siglo XX en Argentina? Desde 1916, año donde podemos situar el inicio de la democracia de masas, tuvimos un sinfín de períodos de vacío de poder que los precedía una república presidencialista y los sucedía una dictadura militar. Ni los gobiernos elegidos democráticamente, ni las dictaduras que rompieron con los primeros, lograron apoyarse en instituciones políticas estables que respondan a las demandas de la sociedad. 

Hoy, a los cuarenta años del ‘83, un gobierno elegido democráticamente se propuso romper con lo que construyeron los distintos procesos en el siglo XX, y lo que vamos del XXI. De hecho, dar el discurso de asunción de espaldas al Congreso; lanzar un DNU con centenares de modificaciones, derogaciones; proponer un proyecto de ley que intenta modificar cosas como el sistema electoral argentino, entre otras cosas, claramente es revolucionario.

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Pero esto no quiere decir que desde el ‘83 se lograron erigir vastas instituciones que hayan dado respuestas a los problemas de la Nación y que ahora se destruirán. Más bien significa que el consenso político en Argentina es una mera ilusión.

Claramente la inestabilidad política, el vacío de poder y la falta de instituciones son factores que tienen relación entre sí, que no se pueden disociar, es decir, no hay inestabilidad sin vacío de poder y falta de instituciones fuertes. Pero con este trío se suman otros síntomas como la falta de inversión, la inestabilidad económica. Nada que nos permita salir de la “espiral” -tomo esa palabra del título de la novela de Máximo Miccinilli-.

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Por ello todo se polariza, todo se lleva al extremo, y nos acorrala a “Ezeiza o la Revolución”, cuando la primera también tiene un espíritu revolucionario de romper con algo. Ponerle fin a la “Revolución” no sólo era un deseo de los realistas o conservadores franceses, también de los revolucionarios.

Revolución entre jacobinos y libertarios

“¿Por qué este gobierno es revolucionario?” es una de las grandes preguntas que nos podemos hacer. No sólo es revolucionario en su acción y su discurso, sino que quienes forman parte de él lo dicen con orgullo. La romantización de la revolución a la francesa, nos puede conducir a seguir cavando en la espiral, en vez de romper con su lógica para trascenderlo.

¿Es posible el jacobinismo sin terror? Se preguntaban los historiadores del siglo pasado. ¿Es posible Revolución con República? Me pregunto, teniendo en cuenta que también era una inquietud en las almas de los republicanos franceses después de la dictadura jacobina.

La nación Argentina se encuentra en la encrucijada de dar con instituciones políticas estables, es decir, conseguir un modelo económico basado en la seguridad, previsibilidad y certezas, que a la vez sea extenso y dé lugar a lo que alguna vez los argentinos conocieron como “clase media”.

El republicanismo tiene claro que eso debe sustentarse en una conjugación de instituciones apoyadas en los tres poderes que conocemos. Mientras que el poder centralizado en Uno sólo se apoya en la figura del líder, atado a los “caprichos” del mismo. ¿Se puede dar en la tecla siguiendo los pasos de un kirchnerismo centralizado y fuerte? ¿Es posible salir de la espiral con “populismo”?