Sergio Berni pasea por todos los canales y radios al mejor estilo “yo me lanzo y me importa nada el resto”. Aprendió que si quiere ser candidato a Gobernador o a Presidente debe moverse desde ya, arrancar la campaña y "hacerse conocido" a cualquier precio. Por eso continuamente trata de embarrar la cancha para hacerse notar. A veces es Rambo, otras es el doctor René Favaloro, otras el Comisario Montalbano y otros días aparece con los que fumigan la calle en cualquier localidad del la provincia. Berni es un personaje caricaturesco, pero es solo un síntoma de un malestar más profundo.
La gran complicación del oficialismo (tanto a nivel nacional como al de la provincia) es que no sabe instalar temas y no tiene ministros que instalen debates públicos mediáticos o que llamen la atención. La gente no los conoce, y ellos prefieren optar por la típica técnica de hablar a los amigos para que tal información salga en los medios, en lugar de que aparezca por un interés genuino. Son más "chusmas" del gobierno que funcionarios .
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Al gobierno nacional le falta un plan comunicacional integral. Los funcionarios no cuentan con independencia para enfrentar a cualquier medio, solo buscan la campana de cristal del amiguismo que no los pongan en aprietos, y sin embargo a veces ellos mismos se ponen el collar por las cosas que dicen. Esto vale tanto para Martín Guzmán o Santiago Cafiero como para Matías Kulfas, Wado de Pedro, Mario Meoni, Daniel Arroyo, y ni que hablar del canciller Felipe Solá, hombre preparado para las mil batallas y hoy más que guardado. La mayoría son personajes grises para la comunicación política, no saben darle a los medios lo que necesitan
Tener presencia en los medios, tradicionalmente “salir en la tele”, “salir en los diarios”, en la radio o últimamente recibir likes y retweet es el santo grial de los especialistas en comunicación. Quien está en los medios existe, y quien no está, no existe. Medio y mensaje funcionan en pareja, comprometidos más o menos, puesto que uno puede contener a otro, como afirmó Marshall McLuhan. Parece tan importante tener presencia que se deja de lado muchas veces cómo alcanzarla. Pero es algo que debemos repensar.
No es lo mismo el que sale en el programa de Andy Kusnetzoff y le manda un saludo a la abuela que el que es entrevistado en una cadena internacional por su expertise en algún campo. No es lo mismo el que es noticia por falsificar dinero que el que lo logra por devolver los miles de dólares que alguien se olvidó en un taxi. Ni el político corrupto que el científico que acaba de inventar una nueva vacuna. Podemos dar miles de ejemplos para demostrar que, una vez más, no todo vale.
La diferencia entre unos extremos y otros es la reputación. Hoy parece una palabra pasada de moda. Dejemos la palabra, si es preciso, pero volvamos al concepto. La reputación no es sinónimo de imagen, ni de identidad; es un concepto multidimensional y netamente emocional. La reputación te convierte en alguien sólido y creíble, y, sin ella, la presencia en los medios no vale de nada ni tiene sentido.
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Los funcionarios del gobierno tienen un complejo albertista. La comunicación no puede depender solo del presidente, y sin embargo últimamente esto es lo que ocurre. Nadie dice que Alberto Fernández no sepa comunicar; en general lo hace bien. Pero aun en este caso hay que apuntalarlo con otros voceros importantes que digan cosas serias, creíbles y bien fundamentadas. Para ello, la reputación juega un papel fundamental, y la reputación es un bien escaso en el gobierno de Alberto.
¿Quién espera con ansias la palabra del ministro de Economía? ¿O la de Cafiero? ¿Quién es el ministro de Agricultura y por qué no participa en conferencias de prensa importantes sobre el caso Vicentín? Pocas figuras del gobierno tienen real peso y trascendencia; hay personajes menores de la oposición que los opacan. Mientras tanto, Alberto tiene que cargarse a los hombros la responsabilidad de la comunicación… o lo que quiere ser la comunicación oficial.
Mientras no haya un plan, con comunicadores y voceros que resalten y que trasladen las decisiones y acciones del presidente al público, no habrá realmente una política de comunicación. Lo que hay en estos casos es solamente prensa. Mensajes oportunistas, monotemáticos y unilaterales. La comunicación en cambio debe producirse con solidez y credibilidad en todas las áreas, también (o especialmente) en aquellas que no sean las más cómodas para el gobierno.
La comunicación también puede llevarse a cabo por omisión. Es una estrategia, sí, pero la peor que se puede elegir. La sabiduría popular dice: el que calla otorga. Las declaraciones incendiarias de Hugo Moyano juegan en contra del gobierno, que tácitamente está de acuerdo con ellas, y que si las condena lo hace no muy enérgicamente. Que aparezca Amado Boudou a reclamar su jubilación habla también del gobierno, sus amigos y aliados. Y no es posible que Alberto Fernández, además de gobernar, tenga que ocuparse de cada cuestión puntual para sostener la reputación del gobierno. Eso es tarea de una buena campaña de comunicación (no de prensa). Una que todavía no existe.
Tres o cuatro palabras pueden causar un gran impacto emocional en la opinión pública , dar la vuelta a un estado de opinión y mover a la acción. La calidad de la comunicación no es decir mil palabras, porque como ya se sabe no son lo mismo cantidad y calidad. Debemos pensarla, armarla, corregirla y medir su alcance antes de pronunciarla. Los hombres sabios hablan porque tienen algo que decir; los necios porque tienen que decir algo.-Platón.