OPINIóN
Análisis

Goebbels, el relato de un hombre "común" en primera persona

Definido para la posteridad como el maestro de la manipulación, se le atribuye la ingeniería propagandística del Nazismo y ha sido considerado a menudo el número dos de Hitler, jerarquía apenas intercambiable con Himmler o acaso Göring.

Joseph Goebbels
Joseph Goebbels | Cedoc

Definido para la posteridad como el maestro de la manipulación, con su poco más de metro y medio de estatura, se le atribuye la ingeniería propagandística del Nazismo y ha sido considerado a menudo el número dos de Hitler, jerarquía apenas intercambiable con Himmler o acaso Göring.

Cualquiera concluiría que por eso el historiador Peter Longerich, profesor de Royal Holloway de la Universidad de Londres, un especialista en la materia, escribió una biografía exhaustiva y rigurosa de Joseph Goebbels antes que la de Heinrich Himmler. El autor, no obstante, escribe que Goebbels ha sido sobrevalorado como figura preponderante y lo retrata al margen de las decisiones cruciales del Tercer Reich, simplemente por “carecer de conceptos y visión política”, obsesionado sólo por su propio lugar dentro del régimen, lo más próximo a su amo. 

Por varias razones, Hitler encontró la forma de sacar partido de ese hombre ínfimo, que estaba lejos de encarnar el ideal de superioridad de la raza, que tanto propagaría su partido. Pero en Goebbels existía además una dependencia de raíz psicológica debido lo que su biógrafo denomina un trastorno de personalidad narcisista.

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Propaganda y engaño

Las publicaciones especializadas conocidas en los últimos años, entre ellas, la de los extensos diarios de Goebbels (1923-1943) y (1943-1945) reflejados en parte en el documental “Das Goebbels-Experiment” dejan entrever algo que une a los personajes: la frustración de Hitler en su deseo de ser pintor –el futuro Führer fue rechazado dos veces por la Academia de Bellas Artes de Viena– y el complejo de Goebbels a causa de su discapacidad física –la atrofia y parálisis crónica del pie derecho desde niño lo convierte en alguien solitario–, unida a una desesperanza por la falta de dirección de su vida; un fracasado necesitado de un propósito, según surge de sus diarios.

Podría decirse, a primera vista, que en ambos confluía ese deseo irracional de atención y aplauso pero Goebbels sería subsumido por la imagen del carismático líder, capaz de mirar en silencio durante segundos a un público absorto, antes de abrir la boca. Hitler quería ser artista y abrazaría la ambición de regir el curso del mundo. Su dilecto discípulo, en cambio, deseaba ser escritor  y como muchos alemanes se convirtió en un ferviente nacionalista y un feroz antisemita, tras el desencanto de la Primera Guerra Mundial.  Llegó a obtener su doctorado en literatura pese a la escasez económica -otro rasgo en común con Hitler en Viena-que rigió su niñez y juventud.

La búsqueda de una referencia llevó a Goebbels, ya convertido en un periodista menor, a unirse al ascendente Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP), a comienzos de 1924. Aunque parezca mentira, el futuro Ministro de Propaganda llegó en un inicio a cuestionar a Hitler-lo consideraba un mero reaccionario- antes de caer rendido al influjo de su verba que lo llevaría a la cima del partido que condujo primero Anton Drexler. Un atisbo de lo que vendría serían las elecciones parlamentarias de 1930 donde el NSDAP lograría 107 escaños, apenas 36 menos que el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) que dominaba el Reichstag.  Los nazis se convertían en la segunda fuerza política del país. “No lo puedo creer”, escribió Goebbels en su diario. En tres años, el escenario de fragmentación política, la crisis económica y el desempleo serían condimentos de los encendidos discursos de Hitler que lo convertirían en canciller, en enero de 1933. “Todos teníamos lágrimas en los ojos”, escribiría Goebbels.

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El converso entregaría al líder una devoción sin límites y la lealtad de un fanático hasta el final de sus respectivos días. “El público quedó cautivado, él estaba lleno de fuerza y fe que no se podía comparar con ningún otro del pasado. Su fuerza proviene de la coherencia y armonía de las palabras y de sus expresiones faciales. Ya no necesitamos herir los sentimientos de nuestros enemigos, les damos miedo“, observó, tras ver una y otra vez la película del Führer en El Palacio de los Deportes, del 10 de febrero de 1933.

Convertido en ministro de Propaganda e Ilustración Pública, dividido en cinco departamentos, Goebbels hilvanó un relato del Tercer Reich a imagen y semejanza del culto mesiánico a su dios, la imagen de un “héroe nacional” que supo construir con estratégicas apariciones públicas filmadas desde varios ángulos. El metraje, por lo general, muestra al líder con el saludo Heil de pie en un vehículo que avanza en medio de una muchedumbre extasiada que lo vitorea con el brazo derecho extendido.

 

Joseph Goebbels
Goebbels junto a Hitler

 

 “He dado una conferencia de prensa por primera vez. Desarrollo una nueva estrategia de prensa moderna. Necesitamos romper moldes”, escribiría en marzo de 1933. Lo haría sin pretensiones filosóficas, apelando al instinto emocional de los receptores, buscando empatizar con ellos y alejándose de lo racional. “Muchos de los presentes-escribe sobre la misma conferencia- eran incapaces de decantarse por alguien en concreto. Me desharé de ellos rápidamente”.

La infusión de la intimidación primero y del miedo después fueron otras armas para que funcionara esa conexión sensorial. Durante el boicot a los negocios judíos de 1933 “justificado” por las “mentirosas historias de atrocidades que la prensa internacional sionista” publica “para dañar” la reputación del régimen, escribe: “Dicté un artículo muy duro contra los judíos y su campaña de difamación. Es lo único que hay que hacer. Ellos no reaccionan ante la generosidad y magnanimidad. Tienes que enseñarles lo que estamos dispuestos a hacer”.

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Y de nuevo durante la "acción de la quema de libros contra el espíritu anti alemán" en la Opernplatz-actual Bebelplatz de Berlín-, la noche del 10 de mayo de 1933: “Di un discurso a las puertas del teatro de la ópera frente a una enorme hoguera donde los estudiantes quemaban los libros asquerosos y baratos”.

Con el tiempo, descubriría-casi como un catalizador de lo religioso- la importancia del rito como instrumento de la emotividad en los actos de su líder a través del uso de inciensos y sus apariciones entre unas pocas luces encendidas- las marchas de antorchas, por ejemplo- para lograr el efecto adecuado en el proceso de complacer a los seguidores, seducir a los escépticos y amedrentar a los opositores.

Así fue que Goebbels tocó su cielo. Una vez probada la eficacia del método, el pequeño personaje tuvo en un puño el control total de las industrias de la prensa, la edición, la radiodifusión, el teatro y el cine alemán, la recompensa con la que sueña cualquier ambición totalitaria. Fue por su gestión que se eliminaron las firmas cinematográficas del país para formar una sola empresa, la Deutsche Wochenschau (Perspectiva Semanal Alemana) donde su Ministerio disponía el contenido de cada entrega, incluyendo la edición y la revisión de los guiones. Goebbels supervisa primero los filmes producidos con el tipo de mensaje adecuado: películas como El triunfo de la voluntad (1935), El festival de la belleza (1938) El judío eterno (1940) o “El Tío Krüger” (1941). Sobre esta última escribe en 1942: “Es el tipo de película anti inglesa con la que solo podía soñar”. Goebbels condecoraría al actor Emil Jannings que había ganado en 1928, nada menos que el Premio Oscar. 

Supervisa así los medios de comunicación del estado y se ocupa de que el mensaje “correcto” llegue a los hogares a través de la radio, considerada imprescindible en la dinámica propagandística. Las instrucciones eran que se utilizaran técnicas de persuasión desde la música de Wagner –el gran compositor llevaba muerto más de 50 años, valga la aclaración– hasta los dramáticos cambios de voz y de tono: todo lo que fuera necesario para concitar la atención de los oyentes. 

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Cuando el 9 de noviembre de 1938, Goebbels pronuncia un fuerte discurso antisemita en Munich, tras el crimen del diplomático Ernst vom Rath a manos de un ciudadano polaco-judío, se producen ataques en casas judías, comercios y sinagogas, en la llamada Kristallnacht “Noche de los Cristales Rotos”. “Le mencioné al Führer el asunto. Me dijo que dejara que continuaran las manifestaciones y que retirara a la policía. Los judíos necesitan experimentar la cólera de la gente. Ha llegado la hora”, escribe.

Fue a través de la radio que el régimen lanzó una agresiva campaña para crear apoyo del público en 1939 por una guerra que, al principio, pocos deseaban. “Estoy dando los últimos retoques de la proclama para la gente y para el partido. Estoy trabajando en la campaña polaca. Estamos preparados”, dice el diario del ministro, al día siguiente del 1 de septiembre de 1939, tras la intervención nazi en Polonia.

 

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Los nombres de los hijos de Goebbels comenzaban con H, producto de la obsesión con Hiller: Helga, Hildegard, Hedwig Holding y Heidrum, y Helmut. Todos fueron asesinados el 1 de mayo de 1945, el día en que acabó todo, en ese pacto suicida que ha sido relatado por testigos e historiadores.

 

La invasión quedaría “justificada” a través de la propagación de historias de “atrocidades polacas” como la difusión de los ataques contra alemanes étnicos en Bromberg, donde murieron miles el 3 de septiembre de 1939, dos días después de la invasión. 

El punto culmine de su visibilidad en el régimen parece haber sido el discurso del 18 de febrero de 1943 en el Palacio de Deportes, (Discurso del Sportpalast) donde la filmación refleja una atmósfera febril y de virulencia fanática pese a los primeros reveses alemanes en el frente: “¿Quieren ustedes una guerra total? Los ingleses afirman que el pueblo alemán se resiste a las medidas de guerra total. Les pregunto: ¡¿Quieren ustedes la Guerra Total?! Si es necesario, ¡¿quieren una guerra más total y radical que cualquier cosa que podamos imaginar?! Ahora, pueblo, levántate y deja que la tormenta se desate!”.

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El 23 de julio de 1944, es nombrado Plenipotenciario del Reich para la “Guerra Total”, responsable de maximizar la mano de obra para la Wehrmacht y la industria de armamentos a expensas de otros sectores de la economía, considerados no esenciales. En menos de un año, todo estaría terminado.

De la vida privada, existen detalles que hablan de la complejidad psicológica del personaje. La retorcida unión con su mujer Magda, modelo de disciplina de la mujer nazi, servía de telón de una vida cínica y marcada por la devoción inquebrantable al líder. Si uno espía a los protagonistas a través de su vida cotidiana y la magnanimidad del poder que manejaron, los términos de la unión de Magda y Goebbels parecen encajar con una parodia. Goebbels tuvo amoríos con actrices, entre ellas Lida Baarova quien causó una separación temporal con Magda en 1936. Con el Führer como invitado frecuente a la intimidad del hogar de los Goebbels, el ministro regresó con su esposa. Longerich afirma que Hitler “amaba castamente” a la familia de su ministro de propaganda, incluyendo a la propia Magda. Y ella retribuía eso, al menos desde lo simbólico. Obsesionada con Hitler, los nombres de sus hijos comenzaban con H: Helga, Hildegard, Hedwig Holding y Heidrum, y Helmut. Todos fueron asesinados el 1 de mayo de 1945, el día en que acabó todo, en ese pacto suicida que ha sido relatado por testigos e historiadores.

La propaganda política es el arte esencial de guiar políticamente a las grandes masas”, había escrito Hitler en Mein Kamp. Goebbels fue apenas el hálito de una vida que tuvo razón de ser solo en esas palabras.

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Ah. Y la frase atribuida de siempre: Miente miente, que algo queda. No. No existen pruebas concretas de que ni Goebbels ni Lenin las pronunciaran jamás.