Por lo menos desde mediados del siglo XX la filosofía y la literatura no solamente fantasean con los beneficios del desarrollo de la tecnología sino que también se preguntan por los límites reales y éticos de los desarrollos de las computadoras y las máquinas. Así desde Tiempos modernos de Charles Chaplin hasta Terminator, pasando por ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, Yo robot, o el test de Turing; tenemos infinidad de planteos y dudas acerca de entregarle nuestra vida a la tecnología.
Sin embargo, el siglo XXI nos superó tan rápidamente que apenas podemos darnos cuenta de la conexión que hay entre nuestras vidas y la tecnología.
Pese a lo que muchos políticos sostienen orgullosamente respecto de su intuición y experiencia, poco a poco se ven relegados por los cada vez más vertiginosos avances en la automatización de la vida. Entonces vemos que tenemos un futuro que a penas podemos imaginar, manejado por algoritmos que se alimentan de la Big Data y a penas tenemos un resto de reacción para preocuparnos o fantasear con un futuro mejor.
Los argentinos, después de ver en el presente gobierno semejante irresponsabilidad, soberbia, egoísmo, incapacidad, ruptura que dan por resultado hambre, falta de presupuesto por falta de decisión y variables, aprendimos más que ninguno a desconfiar de las administraciones humanas y a probar cualquier cosa nueva que nos ofrezca una mínima posibilidad de salir de las malas.
Ahora que ya probamos sin éxito, un gobierno de fanáticos, uno de ceos, uno de científicos, uno con “volumen político” y hasta ya probamos el “que se vayan todos”; estamos dispuestos a poner un robot en el gobierno. Los problemas éticos y políticos por la mala administración o las posibles derivas autoritarias que la ciencia ficción fantasea sobre las computadoras al poder, poco susto pueden ya generar en la imaginación de los ciudadanos argentinos.
Lo cierto es que si la política no toma medidas en función del bien común de manera rápida y efectiva termina siendo un fracaso que se convierte en desilusión y le falta el respeto a los votantes.
Todos los políticos argentinos blanden datos manifiestamente falsos mientras muestran elaborados cuadros que solamente reflejan sus fantasías. Si pudiéramos basarnos en datos serios y honestos. Si el gobierno tuviera un laboratorio tecnológico de Big Data y de predicciones lógicas, que pueda disponer de todos los datos para programar escenarios eventuales; un gran algoritmo nacional que tomara decisiones.
Si bien es cierto que se deben aprovechar los avances y las máquinas para mejor y más justo desarrollo. También es verdad que delegar determinadas responsabilidades en herramientas sin sensibilidad haría que se pierdan los sentimientos, la intuición y otras herramientas que nos hacen humanos. A una máquina podemos cargarle absolutamente todos los datos para que los procese lógicamente, pero no tendría escrúpulos ni ideas creativas propias, ni solidaridad, ni vergüenza, ni arrepentimiento. En cambio los políticos argentinos…
Si olvidamos las inteligencias y el apego a los datos de los funcionarios argentinos y vemos cuáles son sus sentimientos, veremos que tampoco hay tanto para perder. ¿Cuáles son las pasiones que el algoritmo nacional argentino perdería? la pasión por la rosca, el amiguismo, la discusión política inútil, el amor por las cajas y la pulsión irracional por el poder.
Un robot no busca nuestro respeto ni se preocupa realmente por habernos ofendido, pero al menos podría programar un mensaje y no dejarnos en vilo, como lo hicieron el lunes a las 11 de la mañana cuando nadie se hizo presente en la casa de gobierno para explicar algo o al menos dar la cara ante lo inexplicable.
No salen a dar explicaciones no solo porque no tienen vergüenza, sino porque tampoco tienen idea de lo que puede pasar ni de lo que pueden hacer. Una inteligencia artificial puede que tampoco tenga vergüenza o cara que dar, pero al menos podría ofrecernos millones de caminos posibles, basta con cargarla de datos y dejarla ejercitar.
En lugar de una multiplicidad de caminos de salida se nos ofrece una multiplicidad de rumores que nos dicen que puede que Alberto se vaya o que Massa suba o se vaya que Cristina finalmente se haga cargo y solucione todo con sus poderes mágicos de “brillante oratoria” y “maestría política” que la hacen una Dios que no debe someterse a la justicia humana porque la absuelve el pueblo. Al menos el algoritmo no se toma vacaciones de invierno para gastar los dólares que deberíamos estar utilizando para activar la producción.
Presos del populismo que como explica Gérald Bronner, ofrece disparates políticos como solución a algunos problemas complejos, disfrazando de sentido común la estupidez.
En las próximas elecciones todos los partidos buscarán la misma respuesta emocional de la opinión pública para inclinar la balanza y que sean votados. Pero habría que preguntarse si podría un robot con sofisticados sistemas de Inteligencia artificial gobernarnos mejor que el presidente. Estamos entrando en el año dónde nos van a vender honestidad e interés por los problemas de la ciudadanía y en lugar de reflexiones y soluciones reales nos van a ofrecer empatía y caminos rápidos. Pero lo cierto es que, como el mundo es tremendamente grande y lleno de oportunidades, el político debe analizarlas, crear escenarios posibles para resolver los mínimos problemas de hambre, orden, seguridad y crecimiento.
Para todo eso tenemos que estar preparados y no dejarnos llevar por los sentimientos de venganza de frustración y de incapacidad. Porque hoy ya estamos en un gobierno incapaz, dormido, ausente y vergonzoso. No estaría mal abandonar un poco esta sentimentalidad para decidir sobre los datos.
Es verdad que el mundo es todavía algo más que un algoritmo, y que tiene sentimientos con sus alegrías y tristezas y que pensar en el bien de los ciudadanos implica compadecerse un poco por ellos, pero también es cierto que frente a la incapacidad de la conmoción auténtica de los políticos, al menos sería bueno contar con la inteligencia de un robot que puede ser frío y hasta a veces injusto por no entender las necesidades humanas, pero que al menos puede ofrecernos caminos verdaderos para solucionar alguno de nuestros problemas.