OPINIóN
Análisis

Una Constitución para un pueblo de demonios expulsados del infierno: las convenciones constituyentes en tiempos de fragmentación

Sobre la dificultad de construir sentido colectivo en una sociedad polarizada con disensos manufacturados, deterioro cognitivo y una esfera pública privatizada.

El Bosco
El Bosco, El Jardín de las delicias (1503). | web

“El problema del establecimiento de un Estado tiene siempre solución, por muy extraño que parezca, incluso cuando se trate de un pueblo de demonios; basta con que posean entendimiento” ... “ ‘Se trata de ordenar una vida en una constitución, de tal suerte que, aunque sus sentimientos íntimos sean opuestos y hostiles unos a otros, queden contenidos, y el resultado público de la conducta de esos seres sea el mismo exactamente que si no tuvieran malos instintos” , Immanuel Kant. Sobre la paz perpetua. (1795).

1. Proyectar futuros ideales sin atender a los miedos del pasado y las angustias sociales del presente. Ante los múltiples desafíos y desacuerdos que se dan en simultáneo en nuestros días, se suele sugerir de forma recurrente que una convención constituyente podría permitir construir los consensos que en nuestra práctica cotidiana parecen estar en extinción.

En general, en las últimas décadas se apeló a la idea de reforma constitucional como refundación nacional y, en especial, Chile en este preciso momento realizará el referéndum sobre su nuevo proyecto de Constitución. Sin embargo, la situación hoy es quizás diferente a las convenciones constituyentes del Siglo XIX o incluso de una década dado que las comunidades están atomizadas perdiendo cohesión e identidad colectiva.

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El lenguaje parece perder su eficacia como herramienta de comunicación social, la realidad dejó de ser compartida y la sociedad se divide en círculos cerrados, entre nuevas segregaciones, cámaras de ecos y tribus identitarias. Para acompañar estos procesos, debemos observar que el Estado de Derecho, la democracia a nivel comparada y el siempre frágil orden internacional parece estar, en las más diversas latitudes, en proceso de mutación y paulatino derrumbe. El proyecto histórico del Estado de Derecho moderno está en un estado de reconfiguración acompañando la muerte lenta de las democracias y las libertades ya derogadas por monopolios tecnológicos en sus campos de distracción en los que todos pasamos cultivando el vacío existencial mientras los horizontes se oscurecen.

Las sociedades necesitan tanto un diagnóstico del presente como una idea de futuro. Recobrar las posibilidades de los horizontes del mañana requiere atención y paciencia en contextos de dispersión y ansiedad. Muchos quieren proponer un futuro imposible e improbable sin escuchar, atender con calma, sin analizar con detenimiento la imagen de los tiempos oscuros que vivimos, las sombras que están hablando en la confusión, el ruido y los gritos de una sociedad que necesita más contención urgente y escucha profunda que expectativas de un mañana; una sociedad que, en todo caso, tiene que estar preparada para laboriosa, paciente, disciplinada y colectivamente construirlo en tiempos de distracción social y crisis superpuestas.

Pensar en libertades individuales y libre albedrío en tiempos de condicionamiento digital resulta una trampa eficaz, un espejismo peligroso. El desafío del ideal democrático es la acción compleja de coordinar institucionalmente el diálogo de todas las autonomías individuales en la acción de construir soberanía política en un territorio extenso para darle forma al autogobierno colectivo. Mucho más si se quiere construir voluntad democrática en una sociedad con desigualdades fuertes, oligarquías que abrirán guerras judiciales para disputar resultados -hasta constitucionales-, para trabar procesos de implementación de reformas mientras el tiempo le permite consolidar posiciones de hechos que se volverán derechos adquiridos y la elite, incluso bienintencionada, se distrae con autovalidación y ego exacerbado de sus retóricas huecas mientras la inflación de productos básicos consume todo y alimenta descontentos estructurales.

Juan Bautista Alberdi: el Oficial de Cumplimiento de la Constitución de 1853

La negación cínica de la realidad de los “progresismos” -varios de ellos populismos reaccionarios y autodestructivos llenos de voluntarismo bobo y realismo mágico- fomenta las fuerzas autocráticas en gestación. Como en el pasado reciente en USA, el Reindo Unido y Brasil, la necesidad alienante de las fuerzas -supuestamente- progresistas de señalar la virtud, impostar justicia social y corrección política superficial, están colaborando activamente en construir las bases sociales de los procesos autoritarios y autolesivos que se avizoran en el porvenir.

El propio sistema económico capitalista parece devorado por sus propias fuerzas monopólicas y feudales. No hay lugar para el desarrollo de libertad, competencia, mercado e innovación en los sistemas económicos actuales. Ni siquiera los Estados pueden competir con los monopolios tecnológicos y en breve serán paulatinamente reemplazados por ellos, salvo quizás en sus funciones represivas y policiales que las plataformas ya en parte ejercen. Bajo la repetición de frases y propaganda del “libre mercado”, se consolidaron oligarquías financieras, corporaciones medievales y parásitos de las fuerzas sociales que le extraen datos personales en las plataformas de marketing en formas de redes sociales que habitamos ingenuamente mientras nos manipulan burda y constantemente. 

Las corporaciones regulan su propio ecosistema legal y consiguen a constitucionalistas para usar la razón pública con fines privados, para justificar la violación de los verdaderos textos constitucionales liberales que retóricamente -nunca prácticamente- fomentan mercado, competencia, derechos y libertades que se vuelven excepciones en un mundo cada vez más corporativista, de fuerzas concentradas que construyen vigilancia y control social horizontal. 

Tiempos de fragmentación

En contextos de la fragmentación de la sociedad por procesos de disensos manufacturados por las plataformas de publicidad y extracción de información íntima, pensar en el desarrollo de la autonomía individual resulta contraintuitivo. Las emociones negativas se contagian viralmente y los niveles de desinformación permiten construir enemigos muy fácilmente a través de pánicos morales e indignación social.

La libertad tanto individual como colectiva está condicionada por las esferas digitales con exceso de información y formas de dominación por sobreestimulación. A todo eso, los problemas subclínicos de salud mental y deterioro cognitivo son cada vez más extendidos. En ese contexto, querer remodelar la embarcación en mar abierto en el corazón de una tormenta radical de la humanidad, la tormenta perfecta, sólo puede traernos resultados en las costas trágicas o épicas.  

Ansiedad colectiva

2. La Constitución de la ansiedad colectiva: de la euforia a la depresión. El diseño constitucional suele ser una cuestión de minorías intensas y de mayorías silenciosas. El gobierno local y la vida social rural quizás permite otro tipo de participación política que la sociedad industrial, hoy en declive, no admite sino a través de ficciones que perfuman como republicanas, democráticas, participativas y deliberativas, prácticas fácilmente desnaturalizables y manipulables. A pesar de eso, las mayorías, usualmente expectantes, pueden entrar en escena de formas sorpresivas propias de la soberanía de lo político. Las dificultades de la acción colectiva hace que las minorías organizadas tengan una primacía operativa constante contra las mayorías y su derecho a autogobernarse. Cuando las mayorías están dominadas con distracción, las oligarquías construyen sus nuevas soberanías.   

El lenguaje del derecho puede hacerse más claro y extenderse, pero la extensión siempre es retórica, hipócrita, limitada, nunca realmente universal. Son las reglas de los gobiernos de masas, hoy atomizadas, divididas, fragmentadas, multiculturales y debilitadas en sus lazos sociales. La hipocresía fue esencial en el proyecto del derecho, en nuestros tiempos en proceso de descomposición. Prometer derechos en el horizonte que ya sabemos que no podremos tener. Lo nuevo de estos contextos es que la hipocresía está cada vez más débil, disfuncionando y el cinismo de diferentes sectores, corporaciones, actores, se está volviendo reinante, el eje central de las políticas globales, locales y hasta interpersonales.

¿Qué hacer cuando la hipocresía legal está reduciendo su poder simbólico y el cinismo de la guerra es lo que se expande? ¿Qué hacer cuando la acción cínica ilegal abre procesos de violencia abierta dirigidos a depredar recursos para forjar más fortalezas para embates cíclicos que destruirán lo colectivo y desmembrarán al Estado-Nación en facciones identitarias de corte feudal?

Las oligarquías no se detendrán en la acumulación violenta de medios y espacios, no sólo por su ambición ciega sino porque sus decisiones de reproducción son tomadas hoy por algoritmos programados con una razón instrumental potenciada. La inteligencia artificial, perfecta ejecutora de las oligarquías financieras, son en las que se están delegando la decisión sobre maximización de ganancias. Ellas serán las próximas fuerzas dialécticas que rompan las cadenas contra sus amos programadores. La acción pública de lo colectivo, hoy entre la sedación y la castración, es la que deberá resistir la opresión para -mediando mucha paciencia y templanza- reconstruir lo público en la actualidad en proceso de desarme y rapiña. 

¿Plesbiscitos?

3. Los plebiscitos no son siempre herramientas democráticas. Plebiscitar el rechazo al pasado es muchísimo más fácil que plebiscitar la construcción de cada derecho en un futuro incierto imposible de controlar. El pasado siempre es el enemigo fácil de un pueblo sufriente porque es un responsable directo de las carencias y dolencias del presente. Es fácil rechazar a autócratas, dictadores y malos gobiernos de derecha o izquierda del ayer.

El voto castigo cumple esa función en las elecciones y en los plebiscitos. Muchas veces permite negar la responsabilidad del propio pueblo, la miopía de la acción colectiva y su rol en la legitimación de los procesos del pasado reciente. No siempre permite construir futuro. El plebiscito perfuma con democracia procesos que no siempre son democráticos.

La autonomía porteña y los límites constitucionales

El plebiscito no es una herramienta edificante, no es una invitación al diálogo, quizás sea su fuerte clausura. Puede destruir, puede dividir, puede sofocar la construcción de puentes y diálogos que se dan en el largo plazo; una conversación continua de la sociedad consigo misma, más allá de un todo o nada, de un sí a todo o un no rotundo, otro proceso de suma cero que deja claros derrotados alienados con heridas emocionales. Los referendos populares son procesos con límites para construir una educación democrática y de diálogo razonado en contextos donde, emocionalmente, todo lo que no es parte de mi entorno de autovalidación es una amenaza, donde todos están hablando con espejos.

Tenemos que emocionalmente sentirnos cómodos en comunidad para poder dialogar, no ser hostilizados, no sentirnos mal por nuestras condiciones azarosas o identidades elegidas, tenemos que sentirnos bienvenidas y bienvenidos a expresarnos abiertamente y equivocarnos. Las sociedades no están viviendo el mejor momento para abrazar la diversidad de las libertades expresándose, cada uno busca lugares seguros y piensa delicadamente lo que dice y ante quién lo dice.

Entre culturas de la cancelación, procesos de humillación y destrucción de la reputación, campañas de información falsa, la sociedad está tribalizada y en guerra contra sí misma. Si tengo miedo a que me castiguen social, laboral o académicamente, me llamo a silencio en el debate público. Luego votaré secretamente en el referéndum al que me obligan a votar y quizás no quiero, y me expresaré como se expresan la mayoría de espectadores, con apatía, abucheos o aclamación. Todos procesos más emocionales que democráticos y razonados. Votando sí o no, no se dan muchas razones. Las mayorías silenciosas se expresan mejor en las urnas ante los diferentes espirales del silencio en lugar de enfrentar a las minorías intensas que los incendiarán en los supuestos “debates públicos”, la mayor parte realmente acotados, coacheados y teatrales. Es más fuerte el escenario teatral en el que se debate que el debate en sí mismo. Así funcionan los espirales de silencios que en el largo plazo generan resultados electorales y procesos sociales que no deberían ser tan sorprendentes.

¿Cómo consensuar derechos cuando nadie sabe lo que es verdad y las herramientas que nos permiten construir comunidades parecen escasas? ¿Se podrá construir sentido colectivo en un contexto donde el lenguaje está en disputa y uso cínico constante? ¿Se puede redactar textos de común acuerdo en momentos de permanente guerras culturales superpuestas y políticas de la identidad que fomentan segmentar realidades no compartidas? ¿Cómo tranquilizar expectativas y pánicos circulares cuando la manipulación de las emociones y la manufacturación de disensos se hace con una capacidad de tocar los miedos más íntimos que el big data permite diseccionar con precisión atómica? 

Los procesos Constituyentes se piensan como solución a crisis sociales, en contra de legados de generaciones pasadas e invisibilizaciones históricas. Antes de encarar esos procesos complejos hay que contener las emociones negativas de una sociedad con niveles de miedos, odios y ansiedades autodestructivas. Pero cabe recordar que, si se pierde, eso tiene consecuencias en los factores del poder.

Las derrotas colectivas construyen los actores corporativos victoriosos que acumulan poder de hecho y con tiempo legalizarán o constitucionalizarán sus capacidades fácticas. Quizás faltan décadas, que vendrán con descontento social, estupidez estructural y restricciones económicas, para que se pueda construir sin violencia emocional consensos políticos y constitucionales.

Primero debemos regenerar las herramientas que nos permite tener un lenguaje en común y una realidad compartida. Mientras la desorientación y las disonancias cognitivas reinen, es probable que vivamos en el absurdo de las burbujas y en los barrios privados divididas en cámaras de ecos de autovalidación. Es más, es probable que el prólogo a esa reconstrucción sean décadas muy duras, con mucha confusión donde haya que hacer un duelo de las oportunidades perdidas y las derrotas en ciernes.

Las convenciones constituyentes invisibles

4. Las fuerzas corporativas de muerte y el necroconstitucionalismo. Las convenciones constituyentes invisibles. ¿Qué fuerzas están construyendo el futuro sin nuestro consentimiento o de nuestros representantes políticos y comunales? ¿Las convenciones constituyentes o las corporaciones tecnológicas con más poder y proyección sobre nuestras vidas actuales o futuras que los Estados Nación en retirada? ¿Son dichas corporaciones hegemónicas fuerzas de vida o fuerzas que nos pueden llevar a un porvenir distópico sin derechos a la privacidad, en sociedades iliberales de la vigilancia, colapsos ambientales y decisiones estratégicas delegadas en inteligencias artificiales sin control republicano? ¿Son los poderes en pugna -usualmente invisibilizados por las convenciones constituyentes- una fuerza vital de la sociedad o son una fuerza de opresión de la vida, una fuerza de muerte que fagocita recursos de la explotación, dominación y depredación del mundo de la vida?

Mi hipótesis -algo obvia dado mis preguntas retóricas- es que son fuerzas de muerte y que al manejar sus propios sistemas legales paralelos estamos ante un proceso de conformación de un necroconstitucionalismo: la construcción de un nuevo derecho constitucional producto de nuevos padres fundadores sin legitimidad política alguna pero con soberanía en corporaciones tecnológicas monopólicas que ya habitamos y nos habitan de forma íntima. En estas convenciones constitucionales ya hace décadas en curso no tuvimos/tenemos ni voz ni voto ni futuro.

Muerta la Constitución moderna como producto ficticio de soberanía política oligárquica o democráticamente construida -una excepción histórica a la regla del constitucionalismo autoritario y oligárquico-, nace el necroconstitucionalismo. Los constitucionalismos autoritarios y oligárquicos siempre fueron administradores de vida y de la muerte, de la dominación y la desigualdad, pero dado los complejos procesos de la sociedad industrial y la incorporación de las masas a la política fueron lentamente reformados sobre todo en el Siglo XX.

Hace cincuenta años concluyó esa primavera de expansión económica, capacidades estatales y derechos fundamentales transicionando hacia un otoño constitucional. El constitucionalismo tardío, hoy en lento colapso, se prepara para un invierno que en apariencia parece largo y en extremo duro. La relación entre Constitución y las fuerzas de muerte no es nueva.

La Constitución siempre fue una amenaza a los derechos humanos y a la práctica democrática. Con sus estados de excepción, leyes marciales, intervenciones federales, decretos-leyes, DNUs y delegaciones, suspensión de garantías, Cortes oligárquicas violando la constitución para proteger incestuosas corporaciones también oligárquicas, concentración presidencial del poder, diseños de juegos políticos asimétricos a favor de unos pocos, violación del derecho de propiedad de la mayoría a favor del capital financiero, saqueo del patrimonio colectivo y endeudamiento especulativo como forma de condicionar capacidades de futuras generaciones, la tortura de en el sistema penitenciario como práctica cotidiana, la autonomía de las fuerzas de seguridad, etc, las prácticas constitucionales creadas por una minoría para proteger sus privilegios de pocos deben ser analizadas exigentemente. Las oligarquías constitucionales y sus patológicos defensores -juristas que se presentan como demócratas y dialoguistas pero trabajan con la razón pública para fines privados, para la justificación de la concentración económica de corporaciones, la racionalización de emociones negativas, la construcción de guerras judiciales y enemigos políticos- siempre serán una peligro para los derechos humanos e instituciones democráticas de una sociedad cada vez más empobrecida, distraída y desorientada. En ese marco, el constitucionalismo y la misma idea de constitución son parte del problema y parte de la solución de los desafíos colectivos.

Mientras los gobiernos están en procesos de debilitamiento estructural, los juegos de suma cero de los sistemas políticos presidenciales generan dinámicas autofrustrantes que sólo terminarán en una épica electoral como previa a nueva frustración con el cambio de gestión o en procesos de autoritarismos competitivos igual de frágiles. En ese contexto, muchos quieren pensar mundos constitucionales sin enfrentar factores de poder, sin identificar los colapsos superpuestos en ciernes y sin aceptar la decadencia de la cultura de la paz social que Kant proyectaba mediada por instituciones republicanas y por el mismo derecho hoy en reconstrucción silenciosa por las soberanías corporativas de los nuevos padres fundadores de nuestro futuro feudal.

*Lucas Arrimada es Profesor de Derecho Constitucional y Estudios Críticos del Derecho (UBA).