PERIODISMO PURO
Entrevista

Juan Tokatlian: "Se percibe un vacío de liderazgo en Latinoamérica"

Estudioso de las relaciones globales y de la geopolítica, considera que la pospandemia traerá un recrudecimiento de tendencias previas: una mayor tensión entre Occidente y China y un incremento de la polarización política en ciertos países. Las carencias de la región para minimizar el daño del coronavirus.

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“En latinoamérica estamos cada día más fracturados, con mayor cantidad de opciones estratégicas diferentes entre países... Y Brasil nos demostró que no es poderoso”. | Marcelo Aballay / Gustavo Dandraia

—Los analistas suelen diferir acerca de qué va a pasar luego de la pandemia. Algunos creen que el nuevo orden internacional tendrá preponderancia de los países de Oriente, mientras otros sostienen que la existencia de una dictadura en China y la crisis económica volverán a establecer un centro en Estados Unidos y Europa. ¿Crecerá algún sector frente al otro o seguirá la misma tendencia?

—Habría que partir de un concepto guía: tratar de definir qué nos revelan históricamente las grandes crisis, las profundas, las que tienen un impacto geopolítico significativo, las que tienen impacto financiero, que producen un impacto social de enorme repercusión. Lo que suele suceder es que después de las crisis se potencian tendencias ya existentes. No hay grandes virajes, no hay replanteamientos y reacomodos sustantivos, por lo menos en el muy corto plazo. Doy ejemplos, como para un telón de fondo. Después de la Primera Guerra Mundial, que de hecho fue seguida de manera inmediata por una gripe letal, la famosa gripe española, que produjo 40 millones de muertos, casi el doble de muertos que la misma guerra precedente, las tendencias observables fueron la profundización del malestar social creciente, una tendencia al militarismo de las grandes potencias europeas y un auge de ideologías antiliberales. Ambos fenómenos, Primera Guerra y gran pandemia, no produjeran un viraje sustantivo. Y más cerca en el tiempo, la crisis financiera de 2008, que se inicia en Estados Unidos, que genera lo que se conoce como la gran recesión, y que fue seguida de una pandemia, la de 2009, la de gripe porcina, generó de manera inmediata la expectativa de grandes transformaciones, nuevas regulaciones del capital financiero, de un G20 repotenciado, la alternativa de estabilizar la economía internacional vía grandes acuerdos. Y nada de eso sucedió. Se agudizaron las tensiones, el capital siguió desregulado, las manifestaciones de tensiones geopolíticas se mantuvieron. Hacia el futuro, al menos en el corto plazo, es difícil visualizar un giro significativo en la política mundial. Sí es factible que las tensiones entre Estados Unidos y China se exacerben. Si con Barack Obama tuvimos una etapa que combinaba elementos de colaboración con otros de competencia y transitamos hacia Donald Trump, donde prevalecieron los elementos más de disputa, de rivalidad, que estaban en ascenso y los componentes de colaboración o cooperación se hicieron más restringidos, es presumible concebir que hacia el futuro vamos a tener una expansión de las tensiones entre Estados Unidos y Beijing.

“Cuando termine la pandemia, la Argentina será llamada a definirse, si está con China o con el eje de los Estados Unidos  y Europa.”

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—¿Esa tensión puede implicar también distintas formas de violencia, no necesariamente una guerra? En este mismo ciclo entrevistamos a Martin Wolf, jefe de columnistas del “Financial Times”, y planteaba que con algunos de sus amigos había una discusión respecto de si había que cobrarle a China por la pandemia, como se hizo por en la Primera Guerra Mundial con Alemania, en condiciones tan extremas que terminaron generando la Segunda Guerra Mundial?

—No creo que exista una decisión de ese tipo. Pero hay tendencias que deben reubicarse a la luz de la pandemia. La nota singular de tres años de administración de Donald Trump fue un escenario de mayor disputa geopolítica entre Estados Unidos y China. Pero hay un dato nuevo también adicional, previo a la pandemia y es que, por primera vez, en marzo de 2019, hace poco más de un año, la Comisión Europea en la identificación de su proyección estratégica señala a China como un rival sistémico. A su turno, en diciembre de 2019, en la reunión de Londres de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), se reafirma el carácter de China como un desafío. Si la tensión creciente entre Estados Unidos y China se profundiza, pero ahora acompañada por una Europa que siente que China se volvió una dificultad significativa y estratégica, lo que uno puede prever es un nivel mayor de coordinación entre Bruselas y Washington respecto a cómo limitar la proyección geopolítica de China. Buscarán nuevos socios en el área circunvecina, cómo reforzar las relaciones con la India por un lado y con Japón por el otro. Intentarán maneras de contener a este gigante que salió de la situación, a pesar de los problemas reputacionales por no haber comunicado internacionalmente el nivel de gravedad de la pandemia, no haber transparentado que estábamos frente a una situación tan angustiosa. China se pudo recuperar de alguna manera mostrándose como una potencia que resuelve su problema. Lo hizo a partir de una política drástica, casi draconiana, frente a la pandemia. Por otro lado busca, a través de provisión de elementos sanitarios a países de Europa o asistencia en la misma línea con países de América Latina, recuperar algo de eso que se llama soft power. Vamos a ver ahora un Occidente más seriamente preocupado sobre China, tratando de limitar su expansión, y a una China que va a buscar responder a esto potenciando su relación con Rusia, buscando una relación más estrecha y una proyección en otras geografías, ya sea en Africa, ya sea en América Latina. Así se entrará en un juego político mucho más complicado. Los países se verán llamados a definirse sobre en qué lado están, Me parece que ese es un terreno muy delicado para los países de América Latina y entre ellos, por supuesto, Argentina.

—¿Lo que se observaría es el fin de una época de multilateralismo y globalización y el paso otra vez a la lucha entre dos superpotencias y sus aliados?

—Pasamos a la exacerbación de esa competencia entre grandes potencias pero con peculiaridades muy distintas a las de la Guerra Fría. La imagen de la Guerra Fría, aquella experiencia prolongada entre la Unión Soviética y Estados Unidos, traída a esta realidad entre Estados Unidos-Occidente y China, puede producir confusiones. Aquella fue una rivalidad integral entre una potencia occidental y una contrapotencia que buscaba alterar drásticamente las reglas del juego, que tenía un modelo socioeconómico y político totalmente diferente y estaba dispuesta a competir en todas las esferas con Occidente y que tenía, a su vez, mínimos lazos en términos económicos, comerciales, financieros, con Estados Unidos o con Europa. La relación entre Occidente y China es bien distinta, porque estamos hablando de sistemas capitalistas y modalidades de capitalismo. No hablamos de modelos socioeconómicos diferentes. En la relación de Estados Unidos con China hay espacios de codependencia: el comercio bilateral entre los dos países supera los 600 mil millones de dólares. No es el mismo tipo de situación. Es algo distinto, que tiene más las características usuales de las luchas entre grandes potencias que pueden tener los mismos sistemas pero que pugnan geopolíticamente por ampliar su influencia, su prestigio, su poderío. No tiene nada que ver con la Guerra Fría. El término puede confundir. Y nos invita a una cierta tranquilidad: pensar que va a ser más sencillo. Estamos ante un fenómeno estratégico muy distinto.

“Antes de la pandemia ya había señales de regresión democrática.”

—Más allá de las diferencias, hay una variable en común con la Guerra Fría: la exigencia de alineamiento para América Latina. ¿Será difícil poder continuar como ahora, por ejemplo con Argentina o Brasil en la época de Lula, teniendo simultáneamente una relación con ambos bloques casi de la misma intensidad?

—La pregunta es muy pertinente, porque nos enfrentaremos a un cambio de grado. En la situación que hubo por lo menos hasta el primer Obama y parte de su segundo mandato, donde ya se empezaron a vislumbrar cambios en la relación entre Estados Unidos y China y en la que se combinaban colaboración y competencia, era mucho mayor el juego para otros actores, ubicados distante o cercanamente de uno u otro. En ese momento, el elemento de cooperación amortiguaba los componentes de competencia. Además, teníamos una América Latina en otro contexto, con el precio de las commodities al alza, y con un Estados Unidos fijado todavía en la guerra contra el terrorismo, con otra serie de preferencias en cuanto a sus objetivos estratégicos. Nuestro continente tuvo un margen de maniobra muy amplio. Si usamos bien o mal la autonomía relativa, fue una cuestión nuestra, no algo restrictivo desde afuera. Cuando pasamos a un escenario de rivalidad potenciada, automáticamente se restringen los espacios. Automáticamente las opciones se vuelven más limitadas y eso a su turno, después de los efectos deletéreos que tendrá la pandemia en términos socioeconómicos y políticos en la región, nos va a poner en una situación muy delicada. Vamos a tener menos espacio, menos capacidad de maniobra. Allí cobra particular importancia la capacidad o la potencialidad de ampliar la integración regional y encontramos otro defecto de América Latina: cada día estamos más fracturados, con mayor cantidad de opciones estratégicas diferentes entre países. En consecuencia, nuestro margen de maniobra va a ceder, nuestras condiciones creo van a ser mucho más difíciles. Y se nos van a exigir mayores definiciones, como ya lo hace Estados Unidos. Pero por otro lado, como tenemos una relación que se cultivó en los últimos 15 años, más intensa en el plano económico, perder la relación con China sería un contrasentido para los países de América Latina. A resultas de esta situación tan peculiar en la que tuvimos espacios de maniobra que ahora están restringidos, en la que la presencia y proyección del poder de Estados Unidos en la región sigue siendo importante pero la necesidad de China también lo es para nuestros países, nos podemos encontrar en una situación aún más paradójica que en la de la Guerra Fría, donde nos volvamos doblemente dependientes, por un lado de Estados Unidos en algunos aspectos y por el otro de China y, entonces, creo que esa va a ser también una novedad.

—No se compara tampoco con la situación que tuvimos durante la primera y segunda década de nuestro siglo, de cierta comodidad en esa posición gris. Parece el peor de los mundos. Me hace acordar aquello de los puercoespines, que son mamíferos y por lo tanto necesitan cuando duermen estar cerca para darse calor, pero no tanto, porque se pincharían.

—Eso es correcto. Porque fuera de la relación entre Estados Unidos y China, tenemos otras dinámicas que debemos incorporar a nuestro análisis de los márgenes de maniobra o de la capacidad relativa que tenga la relación hacia el futuro. Veníamos con un tendencia profundamente debilitada en materia de multilateralismo. Un multilateralismo que en diferentes foros, instituciones, agencias, estaba erosionado en términos de credibilidad y de legitimidad. Naciones Unidas ya parecía una referencia del pasado que no podía resolver las grandes crisis. Tampoco el Consejo de Seguridad podía llegar a casi ningún consenso en ninguna crisis grave (ya sea en Siria, en Yemen o en Sudán. La OMS (Organización Mundial de la Salud) estaba impulsada por parte de Estados Unidos para debilitarse en su capacidad de resolución, en su nudo central, que es el mecanismo de resolución de disputas. Teníamos una Unión Europea que se estaba fracturando con el Brexit, más un conjunto de instituciones internacionales, y las regionales ya pasaban por un muy mal momento. Lo que la pandemia nos mostró, entre otras cosas, es que las salidas que los países buscaron fueron individuales, unilaterales. Con esto no se reforzó Naciones Unidas, no se reforzó el G20. El multilateralismo, para los débiles, para los países intermedios, para los países de la periferia, siempre fue importante. porque sirve para restringir la arbitrariedad del poderoso y lograr ciertos márgenes de consenso con una agenda. Ese escenario también se va a ver profundamente debilitado. A lo cual hay que añadir que, previamente a la pandemia, ya había señales de regresión democrática. La democracia liberal estaba en retroceso, no en avance. Ya no eran los 90, donde esperábamos la tercera ola democrática, como prometía Samuel P. Huntington. Había ya un retroceso democrático elocuente. En la pospandemia nos vamos a encontrar con democracias muy fisuradas, muy agrietadas, muy debilitadas. A la competencia entre Estados Unidos y China exacerbada le debemos agregar un multilateralismo estancado o en franco retroceso y una democracia agrietada. No es que quiera aparecer como muy pesimista. No se trata de mi voluntad. Pero no hay indicadores que nos muestren que para la región los años por venir van a ser tranquilos, seguros, de estabilidad y crecimiento. Para nuestros países, se viene una época, individual y colectivamente, en la que lo más importante que tenemos que hacer hacia el futuro quizá sean políticas de reducción de daños de los efectos de estas dinámicas distintas que nos atravesarán.

“Si aumentan la desigualdad y el descontento, también crecerá la grieta global.”

—Jair Bolsonaro manifestó la idea de que no se podía estar bien con los dos. Digamos... al comienzo vio que había que estar bien con Estados Unidos y mal con China. Luego fue cambiando un poco, visitó China pero en líneas generales podemos decir que tiene un alineamiento carnal. Con la renuncia de Sérgio Moro y antes la del ministro de Salud, Luiz Henrique Mendieta, con el tambaleo de Paulo Guedes, su ministro de Economía, Bolsonaro está muy desdibujado. Parecería que Argentina está a la espera de que en Brasil emerja un nuevo ciclo para retomar su unión con el Mercosur, ¿cómo ve a Brasil en estas épocas de coronavirus y en el poscoronavirus?

—Es un caso muy interesante desde el punto de vista conceptual, y también desde el punto de vista empírico, entre lo que significa tener poder y ser poderoso. El Brasil de los 2000, el Brasil heredero de Fernando Henrique Cardoso, el de los dos gobiernos de Lula y del primero de Dilma, mostró claramente en la región y hacia afuera que era un actor con muy importantes atributos de poder. Tenía poder por su tamaño, su economía, su visibilidad internacional, su capacidad de forjar coaliciones importantes en distintos foros internacionales, pero el Brasil del segundo mandato de Dilma, el del gobierno de Temer y este de Bolsonaro nos muestra claramente que nunca alcanzó a ser poderoso. No tiene las capacidades de liderazgo, de gestar una forma de inserción que arrastre a un seguimiento de parte de América Latina. Es un Brasil ensimismado que perdió credibilidad internacional por su manejo de la pandemia, de la cuestión del medio ambiente, de las cuestiones vinculadas a los derechos humanos. Es un Brasil que no gesta coaliciones positivas, que opera a la defensiva. En algunas cuestiones se parece al Brasil de los 60, con un rol significativo de los militares y también en cuanto busca una relación estrecha con los Estados Unidos. Abandonó aquella intención de ampliar su autonomía relativa en política exterior. Y creo que esto es producto de los límites domésticos que tiene Bolsonaro, de una economía que ya se ha reprimarizado de manera muy significativa, de una sociedad que, a pesar de haber sacado de la pobreza a grandes contingentes, sigue siendo profundamente desigual. A eso se suman problemáticas vinculadas al auge del crimen organizado como principal problema de seguridad. Lo que patentiza Bolsonaro es otra vez un Brasil que aspiró a ser poderoso y lo que nos mostró es que tiene atributos de poder pero que tiene un límite, tiene una serie de restricciones, y esas restricciones fueron más domésticas que internacionales o regionales. También hay que ser cuidadosos al contestar la pregunta sobre si eso abre espacios para otros actores en la región, porque lo que se puede encontrar es una suerte de vacío de liderazgo. México, con Andrés Manuel López Obrador, está interesado en sí mismo, en su relación con los Estados Unidos, está retraído por razones de su política interna, de su economía. Argentina, si tuviera la voluntad o la posibilidad, tiene restricciones fenomenales derivadas de la crisis económica y social, más el tema de la deuda, más las dificultades de crecimiento que viene teniendo su economía. Venezuela está casi colapsada. Colombia no termina de tener un proceso de paz fecundo, Chile está más concentrado en sus dificultades, que van a reaparecer seguramente después de la pandemia en términos del cuestionamiento de lo que fue su modelo económico. Perú está siempre retraído. Tenemos una región vacía de liderazgo. Y Brasil nos mostró que no es poderoso. Lo seguro en la región es esta condición tan particular, con la cual Estados Unidos y China sobre América Latina van a crecer en buena medida también por la falta de una cosmovisión compartida.

“Lo que suceda con la pandemia será decisivo para la suerte de Bolsonaro.” 

—En el caso específico del Mercosur, ¿la decisión argentina de no acompañar las negociaciones de libre comercio con países de Asia responde a una cuestión coyuntural que supone que puede haber un impeachment en un futuro con Bolsonaro y que con el vicepresidente Hamilton Mourão podrían entenderse de otra manera? Incluso, si hubiera elecciones podría surgir una opción más socialdemócrata, más parecida a las ideas de Alberto Fernández.

—La decisión que toma Argentina de replegarse de la mesa de negociación, especialmente de la que se lleva a cabo con Corea del Sur y que va a tener una nueva ronda ahora en mayo y que se espera que se concrete en algún punto del año 2020, tiene que ver con otros factores. Por un lado, hay lecturas muy distintas en Buenos Aires y Brasilia respecto de cuál va a ser la reconfiguración internacional después de esta pandemia. Argentina opera con el criterio de que vamos a entrar en una estructura cada vez más proteccionista, en la posibilidad de tener nacionalismos más agresivos, en una globalización mucho más competitiva, en un contexto geopolítico distinto, y por lo tanto hay que prepararse para esa reconfiguración. Brasil, al menos el Brasil de Bolsonaro y de Guedes, piensa todo lo contrario. Cree que la globalización es un fenómeno que se va a mantener inalterable, que Brasil va a tener musculatura internacional solo si se libera en materia comercial y que es el momento de explorar acuerdos de libre comercio. Además, tenemos dos memorias hacia el pasado muy diferentes. La apertura de Argentina tiene esencialmente tres hitos. El primero fue la dictadura del 76 y el primer paso de apertura, desindustrialización, auge del capital financiero. Luego, con el menemismo y las reformas estructurales de aquel momento histórico, de desregulación, privatización, liberalización. La última fue el gobierno de Cambiemos: el objetivo de reinsertarnos en el mundo, de abrirnos nuevamente, de sentir que si eso ocurría iba a haber una lluvia de inversiones. La primera de esas experiencias terminó en Malvinas; la segunda terminó en la crisis de 2001-2002, y la tercera experiencia nos tiene ahora en esta crisis fenomenal. Para la Argentina qué hacer con el comercio se convirtió en un dilema. El Gobierno entiende que necesita más socios comerciales, que necesita exportar más, ser más productivo, pero en el contexto de un dilema histórico. A eso suma la duda de qué hacer en materia comercial. Brasil nunca tuvo este dilema. No tuvo esa experiencia, y además tiene la expectativa de su tamaño, de que su significación le va a dar un impulso notorio. Pero dado que la situación interna es tan inestable, también es raro que confíe tanto en una carta tan liberalizadora. Además, los dos países tenemos coaliciones defensivas y ofensivas muy distintas, producto de lo que ha ocurrido en los últimos veinte años. Si uno consulta a quienes hacen agronegocios en Argentina y en Brasil, digamos que quieren acuerdos de libre comercio con China, con Corea del Sur, con Singapur, con todo el sudeste de Asia, porque esta es una parte del mundo que requiere alimentos y va a seguir comprándolos. Por lo tanto hay potencialidad de negocios fuertísimos para distintos productores, en Argentina y Brasil. Si uno va a los sectores industriales en Brasil y en Argentina, ve que se encuentran mucho más a la defensiva. Porque hubo procesos de desindustrialización. Además se agrega la altísima competitividad de los asiáticos y los industriales sienten que se van a ver arrastrados con acuerdos de libre comercio. Para entrarle a este tema, me parece que tenemos que hacer lecturas varias y ver si lo que pasó se vincula con el pasado o con el presente. Si se debe a coaliciones existentes. Uno tendería a pensar que a Argentina quizás le hubiera convenido todavía seguir en una mesa de negociación, porque uno en una mesa de negociación tiene al menos voz. Sin embargo, el Gobierno optó por una postura un tanto azarosa que veremos si es redituable o no con el tiempo.

“Occidente buscará reforzar a India y a Japón para contener al gigante que es China.”

—¿Se puede decir, pensando en la lógica de Carlos Marx que afirma que las personas actúan de acuerdo a intereses, que la alianza con el campo es la de Mauricio Macri y Jair Bolsonaro, mientras que por el contrario, la clásica posición de Itamaraty era más en relación con la federación de empresarios de San Pablo, que sería más parecida a la UIA argentina? Lo que se discute en este momento es si Bolsonaro va a continuar o su ciclo está en una etapa final y va a volver el Brasil de la socialdemocracia, más de centro, que pueden representar con sus variantes tanto Lula como Fernando Henrique Cardozo e Itamaraty?

—No me atrevería a dar un juicio tan categórico. Creo que la situación de inestabilidad institucional en Brasil continuará. No necesariamente la salida puede ser de centroizquierda o de izquierda. Me parece que hay que observar con más detenimiento y de manera mucho más aguda el papel de los militares, que hasta ahora fue de costura entre los sectores pragmáticos y los sectores más ideológicos del gobierno de Bolsonaro. Han jugado ahí como una balanza tratando de que eso no se quiebre. No veo a los militares brasileños hoy golpeando las puertas de los cuarteles y de las casas civiles para asumir el poder, pero sí observo un rol que crece. También percibo falta de autocrítica importante de parte del PT y la necesidad de un cambio de liderazgo dentro de la misma organización como para convertirse otra vez en una alternativa creíble y atractiva. No hay condiciones para avanzar en un impeachment con un presidente que todavía tiene entre el 30 y el 40% de adhesión. Veo un escenario muy volátil, pero no veo el resultado de ese escenario.

—Habrá resolución antes de que se llegue a un acuerdo con Corea del Sur.

—No creo que eso suceda de manera inmediata. Pero las tensiones y fricciones en el seno del propio gobierno van in crescendo. Además, lo que suceda con la pandemia será decisivo para la suerte de Bolsonaro.

—También en Estados Unidos se percibe que hay estados en su centro que coinciden más con Donald Trump en que haya cuarentenas, mientras que los estados de las costas están más de acuerdo con los estados demócratas. ¿El coronavirus pone en duda una posible reelección del actual presidente?

—Antes de la pandemia daba la sensación de que Trump tenía garantizada su reelección. Ahora no se debería ir del otro lado y suponer que estamos frente a un escenario de derrota segura. Los sondeos siguen mostrando que hay una base muy potente que sigue movilizada por Donald Trump y el Partido Republicano. Los sondeos continúan mostrando que Joe Biden es un candidato interesante, pero no es alguien que enamore masivamente a los jóvenes, a las minorías, a los afroamericanos, a los latinos. Va a ser una elección muy reñida y otra vez va a haber que desagregar estado por estado. A los efectos de América Latina, probablemente vaya a pesar el estado de Florida y posiblemente en esa misma dimensión la política de Trump sea determinante. La cuestión de Cuba, la política de Trump de amenaza permanente a Venezuela se verá muy exacerbada en los días y semanas antes del proceso electoral.

 

—Según ese análisis, ¿el movimiento de la flota de los Estados Unidos hacia el Caribe puede indicar que haya una invasión a Venezuela?

—No lo plantearía así. No creo que existan condiciones. Desde 2018 en adelante Washington realiza una presión y una búsqueda de aliados en la región para producir un cambio de régimen. Hasta ahora hubo resultado resultados fallidos y a cada uno de ellos ha respondido Washington con un escalamiento aún mayor, con incrementar las sanciones, con prometer acciones militares, con hacer amenazas personales. Lo último fue declarar que el presidente Nicolás Maduro está buscado y por su cabeza se pagan 15 millones de dólares. Creo que todo eso es un poco más de lo mismo en una condición desesperada, pero que alienta por un lado a una oposición muy enflaquecida en Venezuela, una oposición muy fracturada también en el seno de la propia sociedad venezolana, y a un electorado que en Estados Unidos tiene una postura crítica frente a Nicaragua, frente a Cuba, frente a Venezuela, pero que en los hechos no cambia la ecuación que se tenía. Mi mayor temor en todo caso es que estamos otra vez en el ojo del huracán. Aquí sí vale jugar con las similitudes con la Guerra Fría. América Latina estuvo muy pocas veces en el corazón de esa situación. Un caso fue el de la crisis de los misiles de Cuba en el 61. Ahí sí estuvimos presentes, en un contexto en que la Unión Soviética y los Estados Unidos casi llegan al borde de un enfrentamiento nuclear. Y ahora estamos con Rusia y Estados Unidos también jugando sus alianzas y sus apoyos, respaldos y compromisos, en torno a Venezuela, internacionalizando la situación venezolana. Lo que menos necesita América Latina es convertirse en una fuente de turbulencias. Y a más turbulencias, más actores externos van a intervenir directa o indirectamente en la región.

“La polarización y la grieta son un componente objetivo de la política que vendrá.”

—¿Podríamos decir que lo que viene o se mantiene, y aún más fuerte, es la polarización: la interna y la externa? Lo que en Argentina llamamos “la grieta” se da a todo nivel, en todos los países. Un mundo en el que las audiencias consumen informaciones que confirmen sus prejuicios.

—Acuerdo con esa definición. En dos direcciones: una que consiste en señalar un factor extendido, que no es patrimonio de la situación argentina. Las elecciones que hemos visto en Europa, también en Estados Unidos y en Brasil, más lo que se aproxima seguramente en el plebiscito chileno, más la que tuvimos en Argentina, pueden analizarse desde la lupa de una polarización. Este fenómeno se va a exacerbar, y este fenómeno no es subjetivo, no es producto de que ciertos actores quieran extremar adrede una situación. Es cierto que hay políticos que se benefician de ella, que hay partidos que quizás también se benefician extremando las condiciones del debate público. Pero en esencia la polarización es un resultado objetivo del desmantelamiento gradual pero incisivo del Estado de bienestar y del crecimiento de la desigualdad. Si por otro lado esta pandemia nos trae sociedades más desiguales con Estados más debilitados a pesar de que ahora todo el mundo saca la billetera para pagar lo que sea y manejar esta coyuntura, es de esperar que con menor Estado de bienestar, con mayor desigualdad y con más actores políticos que busquen extremar las situaciones domésticas nos encontremos con un escenario de mayor polarización.