Cada mañana abre los ojos y nada se siente igual. El dolor de la cintura es agudo y aún no se acostumbra a su pierna derecha inmovilizada. Se terminaron los rutinarios desayunos en Pepino y los paseos en su Harley Davidson. En cambio, las imágenes del tiroteo, la sangre y el olor a pólvora lo acompañan como una jaqueca constante y eterna. Desde el feroz enfrentamiento que protagonizó, Baby Etchecopar no es el mismo. Y no volverá a serlo.
Lejos del country en el que se refugió tras el asalto, y con ocho kilos menos, regresa a la casa donde fue baleado. Volverá a dormir en la cama donde Adriana, su mujer; su hija, María Paz, y la novia de su hijo–Federico Etchecopar–permanecieron inertes a las 37 balas que cortaron el aire en la habitación matrimonial, aquel 12 de marzo. Alejandro Morillo, uno de los tres ladrones que ingresaron al chalet de Francia al 100, no tuvo la misma suerte. Murió acribillado.
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