El domingo 15 de noviembre de 1992, el odontólogo Ricardo Barrera masacró a tiros a su mujer, a su suegra y a sus dos hijas en la casona de dos plantas en la que ubicada en la calle 48, entre 11 y 12, del centro de La Plata. Según su propio relato, ese día le dijo a su esposa, Gladys McDonald, que iba a limpiar las telarañas del techo y ella le contestó con desdén: "Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor hacés".
Al abrir el depósito para buscar los elementos, Barreda tomó una escopeta Víctor Sarrasqueta, calibre 16,5, que le había regalado su suegra tiempo atrás, fue hasta cocina donde estaba su mujer y su hija, Adriana, de 24 años, y disparó contra ambas. Al oir los estruendos, su suegra Elena Arreche, de 86 años, bajó las escaleras y fue acribillada, y Barreda cerró la masacre con su otra hija, Cecilia, de 26 años.
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"Aquel domingo bajé lo más tranquilo. Ellas acababan de almorzar", relató durante el juicio. "Pasé por la cocina y le dije a mi esposa: voy a pasar la caña en la entrada, el plumero en el techo, porque está lleno de insectos atrapados que causan una muy mala impresión. O sino, le digo, voy a cortar y atar un poco las puntas de la parra que ya andan jorobando. Voy a sacar primero las telas de araña de la entrada, que es lo que más se ve. Me dice 'mejor que vayas a hacer eso. Andá a limpiar que los trabajos de 'conchita' son los que mejor te quedan, es para lo que más servís'".
"No era la primera vez que me lo decía y me molestó sobremanera (...) Al contestarme ella así, sentí como una especie de rebeldía y entonces le digo: el 'conchita' no va a limpiar nada la entrada. El 'conchita' va a atar la parra. Para hacer eso había que sacar una escalera del garaje. Voy a buscar un casco que estaba en el bajo escalera (...) y encuentro que afuera del bajo escalera, entre una biblioteca y la puerta, estaba la escopeta parada (...) Y ahí, bueno, fue extraño. Sentí como una fuerza que me impulsaba a tomarla. La tomo, voy hasta la cocina, donde estaba Adriana, y ahí disparo".
Miguel Maldonado, uno de los primeros peritos de parte que entró en acción a los días de los crímenes, relató en diálogo con PERFIL: "Ricardo (así le decía yo) era un tipo con acentuados rasgos obsesivos que no estaba para nada conmovido con lo que había hecho, como si el diablo hubiera poseído su cuerpo y lo hubiera llevado a actuar. Fue un caso que me marcó la vida, porque empecé a ver este tipo de criminalidad, que no es por motivos económicos, aunque alguien dijo que él tenia interés por quedarse con la propiedad y demás, pero no tenía el perfil previo para eso".
"Algunos peritos sostuvieron que no había patología en Barreda, sin decir qué lo había llevado a cometer ese delito. Otros, como yo, dijimos que en realidad tenía una patología que consistía en un delirio de reivindicación, él estaba queriendo volver a ser el padre de familia que prácticamente nuca pudo ser por algunas inconductas que él cometía, por ejemplo, sabiendo que su mujer y sus hijas iban a ir al Teatro Argentino de La Plata, él iba con la novia de turno”, continuó. “Era un galán a la antigua Barreda, hacía todo el cortejo como un novio, tanto que tenía una novia en Mar del Plata, a quien visitaba periódicamente y allí tenia una bata y unas pantuflas, clásico del amante antiguo que dejaba en la casa de la amada esto, como si eso fuera el sello de posesión".
"La última vez que vi a Barreda fue durante el juicio oral, porque tuve que ir a declarar. Después no lo vi más", dijo Maldonado. "Él no estaba contento con nosotros, con sus peritos, porque nosotros habíamos adherido y ampliado la posición del perito oficial que había dicho 'Barreda estuvo, está y estará loco'. Y él decía que no, que de ninguna manera. Argumentamos con los abogados de ese momento que lo queríamos convencer, cuando lo entrevistamos antes del juicio, de que entendiera que es lo que nosotros habíamos encontrado como para aliviar su situación. En el caso de haber sido declarado inimputable hubiera ido a un centro psiquiátrico durante unos años".
En 1995, Barreda fue condenado a prisión perpetua y estuvo 11 años preso en la Unidad 9 de La Plata hasta que, en 2007, y por su buena conducta obtuvo el beneficio de la prisión domiciliaria. Dos años más tarde, confesó sentirse "muy arrepentido". "Lamento mucho lo que me pasó, sobre todo lo siento por mi hija más chica,
que fue a la que menos le di y de la que más recibí", dijo en una entrevista en la que confesó que por momentos le parecía "irreal" lo ocurrido. "Es como que uno estaba inmerso en algo que nunca podía prever que le podía pasar. Yo digo lo que me pasó a mi, pero hay veces que todavía no me doy cuenta, me parece una cosa irreal", reveló.
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El odontólogo dijo entonces que iba a lamentar "toda" su vida los terribles asesinatos y admitió que hay momentos del día en que estaba bien, contento, risueño y, de pronto "me viene (el recuerdo) y se me baja la máscara". "Siempre se dijo que yo en esa oportunidad sostuve que volvería a hacer lo que hice. Y eso no es así. Cuando me hicieron esa pregunta, yo lo que respondí fue que si las circunstancias volvieran a darse de la misma manera, creo ( hay un creo ahí) que volvería a responder de la forma que respondí, porque cuando el cúmulo de pruebas, de ofensas, humillaciones, injurias llegan a cierto punto, uno estalla".
En 2011, la Sala I de la Cámara Penal platense le concedió hoy la libertad condicional al odontólogo, quien dijo que "se hizo justicia". A partir de entonces, el odontólogo continuó viviendo con su novia en el barrio porteño de Belgrano. "La mayor pena que sobrellevará en su vida es saber que fue el autor de la muerte de quienes más quería", dijo su abogado Eduardo Gutierrez, quien afirmó que era necesario entender los crímenes en "el contexto de lo que se vivía en ese hogar, donde había una patología que involucraba a toda la familia".
Entonces se fue a vivir con su nueva pareja, la docente Berta "Pochi" André, a su departamento del barrio porteño de Belgrano. Allí vivió hasta 2014, cuando la Justicia consideró que la relación con Berta se había vuelto "peligrosa" y el odontólogo volvió a la prisión, al penal de Olmos. "El periodista Rodolfo Palacios, autor del libro 'Conchita: Ricardo Barreda, el hombre que no amaba a las mujeres', cuenta que cuando lo visitaba a Barreda notaba cómo trataba a su concubina (Berta) con quien se ponía muy hiriente y la llamaba 'chochán' (chancho al revés)". Y amplió: "Durante el último tiempo la maltrataba porque decía que no lo atendía como correspondía y que estaba muy gorda y que no se cuidaba. Él quería una modelito".
A fines de 2015, la Sala I de la Cámara de Apelaciones le dio la libertad condicional y se mudó a Tigre. En mayo de 2016, la justicia consideró cumplida su condena y se convirtió en un hombre libre. Solo unos días después de haber quedado extinguida su condena, Barreda fue fotografiado en la sala de espera de un hospital de Pacheco visiblemente desmejorado, con la mirada perdida y abandonado, por una mujer que lo fotografió y compartió la imagen a su cuenta de Facebook sin saber de quien se trataba, ya que el hombre le dijo que se llamaba Alberto Navarro. "Amigos, este señor abuelo, esta en el hospital, no se cuanto hace. Se llama Alberto Navarro, dice que no tiene parientes. Pero yo creo que si, ahora me pregunto, como pueden abandonarlo, a su suerte, si usted lo conoce y conoce a su familia, esta en el hospital de Pacheco", escribió la mujer, que agregó: "Y díganle también, a sus hijos, o sobrinos, hermanos. Que son, no voy a decir, la palabra, pero, yo daría por tener a mis viejos vivos, cuidarlos como ellos me cuidaron a mi".
En 2017, Barreda dijo que se arrepintió de haber cometido el cuádruple crimen, mientras pasaba sus días en un hospital de la localidad bonaerense de Pacheco. Ante la consulta de si considera que se pudo haber comportado de otro modo cuando cometió el cuádruple crimen, el odontólogo dijo: "Eso pienso siempre. Es una cosa que uno la va a respirar siempre". "A veces uno se alegra con algunas cosas, hay que buscarlas y seguir para adelante", indicó. Otra de las preguntas que le hicieron es cómo convive con ese peso, a la que contestó: "Eso lo marca a uno para toda la vida. A cualquiera, o al menos a mí. A los demás no sé, ni me importa". Barreda dijo primero que se arrepintió de haber matado a Adriana, su hija menor, pero luego dijo que se arrepentía del cuádruple crimen al señalar: "A las cuatro, sí. No vamos a establecer diferencias". Allí, el hombre le habría confesado a un enfermero: "No hay día que me despierte y no sienta culpa".
DS