La charla fue dura. Por momentos sólo se escuchaba el tictac de un reloj. Exactamente seis años atrás, el tiempo comenzó a desdibujarse en la mente de Sofía. “Un eje transversal” dividió su vida en “un antes y un después”. Ocurrió el 19 de septiembre de 2006, cuando un hombre la sujetó del cuello con un brazo y le susurró: “Fingí que sos mi novia”, mientras arrastraba una bicicleta roja. Se trataba de Emiliano Perandones (27), “el Sátiro de la Bicicleta Roja” que este miércoles fue condenado a 49 años de prisión por violar a treinta mujeres en un año, entre ellas, Sofía.
—¿Recuerda el ataque?
—Iba caminando y me agarró por la espalda. Me dijo que terminaba de robar, que lo seguía la policía y que fingiera ser la novia porque tenía un arma y me iba a matar. Me pidió que caminara con él unas cuadras y dijo que me dejaba ir. Le creí, y me tuvo una hora caminando buscando un descampado. Después de violarme, me ofreció plata para un taxi. Fue perversamente caballero.
—Cuando volvió a verlo, ¿qué sentimientos le generó?
—Fue en rueda de reconocimiento. Fue confuso porque los presos tienen derecho a poner clones. Eso me indignó. Ese día me equivoqué y no lo reconocí. Me sentí una estúpida. Una vez más me había ganado la pulseada psicológica.
—¿De qué manera influyó el ataque en su vida?
—En todo sentido. La violación marcó un eje transversal en mi vida. Todo es “un antes o un después”. Tuve siete intentos de suicidio, depresión profunda, ataques de pánico, muchísimo estrés. Fobia al día de hoy para salir a la calle. Todavía no puedo vivir tranquila y sin miedo. Estoy muy perseguida. En la calle veo cosas que antes no veía. Desarrollás un sexto sentido rarísimo.
—¿Pudo contar lo que le pasó?
—Fue lo que me ayudó a no morir. Soy docente y lo conté a mis alumnas y conocidas. A partir de lo que yo dije, me empezaron a contar que ellas también habían sido violadas. Lo noté como algo habitual y tabú.