En el barrio La Celia, ubicado a tres kilómetros del Complejo Penitenciario Nº 1 de Ezeiza, de donde el lunes a la noche se escaparon trece internos, los vecinos que viven allí recién se enteraron de la fuga al día siguiente y por televisión. No hubo rastrillaje puerta a puerta. Ni helicópteros sobrevolando la zona. Ni un aviso de alerta.
Juan Ortiz trabaja como encargado y cuidador en una casa quinta de la zona, con calles de tierra y rodeadas de césped. “De la fuga me enteré por la tele”, dice montado encima de un caballo. “Acá no vino la policía ni se hicieron rastrillajes. Para nosotros, el tema pasó inadvertido”.
En ese radio de 54 manzanas con un perímetro de 126 cuadras y treinta calles cerradas al tránsito, algunas familias utilizan las casas en forma permanente y otras sólo el fin de semana. Allí también vive el intendente Alejandro Granados, el vecino más famoso que va por su quinto mandato y por quien el municipio extremó las medidas de seguridad.
En el frente de su vivienda, una lujosa estancia de gran extensión, se observan caballos de polo y una garita con vigilancia. “Acá es común que circule una patrulla especial a cualquier hora para custodiar al funcionario”, comenta Gladys, una empleada doméstica con cama adentro que trabaja a pocos metros de allí. “Sin embargo, durante la noche del episodio del penal acá no hubo ningún operativo, ni control. Lo que realmente pasó, es un misterio”, asegura.
Para llegar al barrio, hay que bordear el Centro Atómico de Ezeiza, a cuarenta minutos de Capital, a la altura de las calles Río Mendoza y La Atómica y no es necesario cruzar la autopista Ezeiza-Cañuelas, con el riesgo que podría implicar para un recluso la posibilidad de huir por esa vía. Según informaron fuentes del Servicio Penitenciario Federal (SPF), treinta minutos después del suceso, se dio la voz de alarma a los oficiales de turno y se montó un operativo de alrededor de treinta personas a cargo de la División Canes.
Durante el rastrillaje se realizó un seguimiento de las huellas visibles en el barro entre los matorrales de los complejos 19, 31 (perteneciente a la cárcel de mujeres) y el predio ex 24.
Se sospecha que los presidiarios, una vez que atravesaron el muro con salida al exterior se fueron arrastrando entre las matas y cortaron cuatro tejidos de los alambrados perimetrales.
Según se comenta, además de la falla en el funcionamiento de los sensores y las cámaras de seguridad, que la niebla de esa noche impidió a los dos guardias penitenciarios que estaban asignados en las torres, pudieran advertir la maniobra.