Hay lugares que quedan marcados por las huellas de la muerte para siempre. Boulogne Sur Mer, Barranca Yaco, Santa Marta, José León Suárez: es imposible pensar en esos sitios sin pensar en las distintas muertes que ahí se dieron o se encontraron. Timote ya portaba de por sí las huellas de la muerte, las huellas de una muerte. Una muerte y no cualquiera: justo ésa que definió el sentido que iban a tener el matar y el morir a lo largo de toda una época.
No se pensó aquel acto como venganza, se pensó como justicia. Los verdugos de Aramburu debieron ser sus jueces primero, y también sus fiscales, y también sus carceleros. Fue una muerte política en el sentido más cabal de la expresión: nada personal se ponía en juego en el asunto, no había cuestiones privadas de por medio. El campo a veces puede ser un perfecto lugar de encierro. A Aramburu lo encerraron en el campo, en el reino de lo abierto.
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(*) Escritor.