"Una persona estúpida es aquella que causa pérdidas a otra persona o grupo de personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo e incluso incurriendo en pérdidas" (Tercera Ley Fundamental -o de Oro- de la Estupidez Humana, Carlos María Cipolla, profesor emérito de Historia Económica, Universidad de Berkeley).
Eduardo Duhalde –denostado y reivindicado en menos de 24 horas por Luis D'Elía y Néstor Kirchner, respectivamente- dice que lo que está haciendo es "juntar al peronismo", no conspirar para suceder a los Kirchner: "El error de Néstor fue poner a su mujer en la Presidencia. Ahora puede perder todo". La política, para él, es más importante que las retenciones. Los costos, más importantes que las pérdidas (ver recuadro). Alfredo De Angeli –convertido en un líder carismático por los medios- también se posiciona en la política para pulsear con el Gobierno: "A los diputados y senadores los vamos a ir a buscar, para enseñarles a legislar", aprieta al mejor estilo kirchnerista. Cada vez le resulta más difícil sostener una metodología de lucha que va contra la sociedad, incluido aquel sector más solidario con sus reclamos.
"¿Cómo llegamos a esto?", se preguntó uno de los máximos directivos de la poderosa Asociación de Empresarios Argentinos en su último encuentro. "Porque somos así", simplificó otro. Y tal vez esa sea la respuesta.
Estado ausente. Gobierno debilitado. Funcionarios y líderes hipócritas: entrenados para la mentira. Gobernadores e intendentes alquilados: preparados para la traición. Economía bombardeada. Oposición impotente. País paralizado, partido en dos, fragmentado. Antes de los últimos 100 días de anarquía política, económica y social, la Argentina no era el paraíso que pintaba un gobierno negador, pero tampoco vivía la trágica realidad que sufre hoy sin atinar a nada. Hace 100 días había que encarar algunos "retoques". Néstor Kirchner tenía que dejar gobernar a su esposa. Los funcionarios debían abandonar esa utopía de "quedarse con todo", incluso con las empresas y los negocios de los demás. Había que aflojar con el manejo descontrolado de la caja. Y aceptar la necesidad de emprender sencillas correcciones en la macroeconomía para parar la inflación y dejar de espantar a los inversores. Eran los reclamos que se le hacían al matrimonio presidencial, incluso desde su propio entorno de industriales del dólar alto, economistas del "modelo" y legisladores ñoquis. Sólo eso se le pedía. Tanto y tan poco.
Pero, de pronto, se disparó la estupidez agazapada y hoy ya hay que hablar de una reconstrucción de la política y de la economía a futuro, tales son los daños provocados por el autismo y la intransigencia. La impunidad del poder pudo más que cualquier atisbo de racionalidad democrática y se fraguó, en soledad y de espaldas a la Constitución, un impuesto sospechado de confiscatorio. Ya sea porque las cuentas –así, de repente- no cerraban y peligraba el superávit fiscal (explicación de un funcionario del Banco Central). O porque algún chofer o funcionario "vivo" –de esos que suelen rodear a Néstor Kirchner- constató cómo se disparaba el precio internacional de la soja y vio la oportunidad de un financiamiento de largo plazo para el continuismo en el poder (explicación de un jefe de bancada del PJ oficial). "Vamos a sacarle al campo; no pasa nada", alentó entonces el tan informado y preclaro jefe de Gabinete, Alberto Fernández (ver NOTICIAS Nº 1633). El sector que debía pagar era, precisamente, el que había liderado la recuperación económica de las provincias a partir del 2002, gracias a la devaluación y a las retenciones impuestas por Eduardo Duhalde. Ni siquiera supo el Gobierno con quiénes se estaba metiendo. Justo ahí, empezó a perder.
Pura pérdida
¿Cómo explicar ahora semejante voracidad fiscalista, tamaña falta de cálculo político para medir la reacción del sector agropecuario y tanto desatino en el manejo de una crisis, que empezó siendo sectorial y ahora se ha desparramado por toda la economía y el sistema político? ¿Por una diferencia de 2.000 millones de dólares se rifaron casi 3.600 millones, que es la primera evaluación de las pérdidas acumuladas en estos 100 días de dislates? El filósofo Tomás Abraham no tiene la explicación, pero ensaya una apoyada en la historia: "Es la conducta de los políticos argentinos: que reviente, así nadie tiene la culpa".
*Editor de Economía de la Revista Noticias
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