Es evidente que Horacio Verbitsky suda odio y resentimiento. Por eso debe sentirse dichoso como escriba de Néstor Kirchner. Ahora lo proyecta en contra de mí con llamativa obsesión. No quería responderle para no infligirle una herida. Una profunda herida. Además, sus acusaciones son groseramente falsas y ya las he desmentido varias veces. Confieso que me cansa repetir explicaciones, máxime si se basan en calumnias. Aprendí de Arturo Frondizi que no se las debe contestar. Por último, no me agrada escribir sobre mí.
Pero en fin, dedicaré un rato a dar respuesta a las mentiras de Horacio Verbitsky. También anuncio a los periodistas que no me prestaré a seguir con un debate tan estéril. Mi atención es demandada por cosas más importantes.
Sin conocer la vida de Horacio, confieso que lo admiré cuando publicó Robo para la corona. Me pareció una investigación seria y valiente. Util para nuestro vapuleado país. Además, sentía un gran respeto y valoración por la vida y obra de su padre, el novelista y periodista Bernardo Verbitsky.
¿Por qué empiezo con la memoria de su padre? Porque Horacio la mancilla. Me explicaré mejor. Yo había conocido al escritor Bernardo Verbitsky cuando viajó a Río Cuarto para presentar su gran novela Etiquetas a los hombres. Pudimos hacer un aparte y hablar horas. Coincidíamos en nuestra decepción del sistema soviético, pese a mantener vivos los ideales y valores de la izquierda, y estábamos irritados con quienes calumniaban sistemáticamente a Israel. Bernardo se había convencido de que el anti israelismo muchas veces encubre judeofobia. Lo expresaba en su novela y en las conversaciones. Además, había tenido el coraje intelectual de criticar a Jean Paul Sartre por haber negado el gulag soviético.
Siga leyendo la respuesta de Aguines, aquí.