A la presidenta Cristina de Kirchner le gusta imaginarse la protagonista de un "relato" escrito por ella misma en que, gracias a su inteligencia superior y su insólita capacidad administrativa, la Argentina se ve transformada en un país con instituciones eficaces, próspero, equitativo y sumamente agradecido. Por lo demás, para asombro de los odiados neoliberales, lo hace aplicando fórmulas ideadas por los pensadores criollos que tanto le entusiasmaron en los años setenta cuando era una estudiante en La Plata. A su modo es presa de una ficción que creó a partir de sus lecturas. Si no logra escapar muy pronto, su gestión será tumultuosa y podría terminar bien antes de diciembre de 2011.
Desgraciadamente para Cristina, y para el país, el "relato" que según parece la obsesiona ha resultado ser un bodrio. Por algún motivo que acaso podría aclarar un psicólogo, cuando quiere escribir "firmeza" le sale "terquedad insensata", "dignidad" se ve reemplazada por "soberbia" y "autoridad" por "prepotencia". Asimismo, se resiste a entender que el milagro económico de los años últimos debe menos a las bondades del "modelo" setentista o la sabiduría heterodoxa de su marido que a los precios extraordinariamente altos que se han pagado últimamente por las commodities mayormente agrícolas que el país está en condiciones de exportar.
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