POLITICA
Ecos de las elecciones

Crónica de una sucesión anunciada

El rotundo triunfo de Cristina Fernández de Kirchner no causó sorpresa: el respaldo de los votantes hacia la continuidad de la era kirchnerista marcó, igual que con la reelección de Menem, que en tiempos de bonanza económica la gente no quiere cambiar de caballo a mitad del río.

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El rotundo triunfo de Cristina Fernández de Kirchner no causó sorpresa alguna ni en el electorado ni en los distintos factores de poder del país: el respaldo mayoritario de los votantes hacia la continuidad de la era kirchnerista marcó, igual que lo hizo cuando catapultó la reelección de Carlos Menem, que en tiempos de bonanza económica la gente no quiere cambiar de caballo a mitad del río.

El apellido Kirchner logró así su segunda oportunidad: ahora le toca a Cristina Fernández seguir conduciendo el barco del país por la senda del crecimiento económico como mínimo para mantener la estabilidad política lograda por su marido, pero también le corresponde hacer importantes modificaciones, principalmente en el aspecto institucional, si quiere consolidar en los hechos el respaldo que le dio la ciudadanía.

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Se sabe que cuando se llega a un nivel de cierta calma económica los habitantes del país van por más: ahora se impone la redistribución de las ganancias que hasta el momento disfrutaron mucho más las clases vinculadas con la exportación, los negocios de servicios y la actividad financiera, y se aguarda que efectivamente se produzca el "derrame" del que tanto se habló.

Y no sólo crecen las aspiraciones en materia económica, de mejores salarios y mayor participación en los beneficios que acarrea un mejor poder adquisitivo, sino también se demanda ahora que se corrijan aspectos de debilidad casi terminal que siguen estando al tope de las preocupaciones.

Hasta ahora, no se conoce de Cristina un plan concreto contra la inseguridad, más allá de su adecuada definición de que debe apuntar a la misma gestación del fenómeno: la falta de oportunidades laborales, de instrucción, de vivienda y de salud que todavía padece una gran mayoría de argentinos.

Tampoco se sabe con precisión cuáles serán los grandes lineamientos en materia educativa, ni si de una vez por todas se sacará al sistema de salud pública de su paradojal estado de enfermedad mortal, ni se conoce si de una vez por todas se implementarán auténticos sistemas de crédito para que los millones de argentinos que tienen prohibido su acceso a la vivienda propia puedan por fin tener esperanzas en lograrla.

Como ha pasado en otras etapas de la Argentina contemporánea, los votantes suelen apostar al poder cuando medianamente parece encaminado, pero en el segundo período exigen más, y la continuidad del éxito de Cristina Fernández en la gestión que asumirá dentro de poco más de un mes se basará excluyentemente en su adecuada visión de los problemas graves que aún subsisten en el país.

La reforma política es un capítulo aparte. Durante cuatro años el presidente Néstor Kirchner desoyó aquella contundente demanda sociopolítica de los argentinos que se sumaron a la ola de la crisis del 2001. Hoy es el momento de afrontarla con decisión, otra clave para el apuntalamiento de la Presidencia que está a punto de asumir la mandataria electa.

Cristina dio una buena señal cuando salió a celebrar el triunfo electoral: bajó unos cuantos decibeles su discurso confrontativo, idéntico al de su esposo, para recurrir a un tono de mayor tolerancia respecto de las demás fuerzas políticas que no hicieron mal papel en los comicios. Si esas palabras se tradujeran a una convocatoria de los líderes de los distintos partidos para pensar con todos en esa reforma, entonces habrá dado un gigantesco paso adelante, no sólo para su propia afirmación en el poder, sino hacia el demasiado demorado fortalecimiento de la democracia.

Sin duda las elecciones del domingo último fueron atípicas por muy variadas circunstancias. En el aspecto técnico, fueron las más desprolijas que ocurrieron desde la recuperación de la democracia, con demoras increíbles en la entrega oficial de urnas para la apertura de las mesas, pasando por la falta de autoridades para constituirlas y siguiendo por la trampa perpetrada por tantos electores oficialistas que se dedicaron a hacer desaparecer boletas de la oposición.

Más extraño resulta que las fuerzas de los partidos minoritarios se hayan conformado con la mera denuncia verbal de esos hechos, que sin embargo implican una gravedad a tener en consideración.

La actitud de la mayoría de los ciudadanos, en contraposición, mostró ser de las más maduras de los últimos tiempos. En general, los votantes optaron por sus figuras políticas preferidas y cortaron boletas como nunca, aunque se tenga la casi certeza de que hubo mucho del llamado "voto útil" dirigido a la candidata Elisa Carrió para intentar arrimar votos que permitieran ir a un ballottage. Lo ocurrido no es para olvidar, y debería formar parte de esa fundamental reforma política en espera.

La oposición también reveló un nuevo mapa político ideológico casi inédito: nunca como en estos comicios hubo tantas mezclas de partidos y de ideas en las alianzas y coaliciones conformadas, en actos que parecen ya haberse consumado en las urnas. Hoy, las dos coaliciones que obtuvieron mejor performance, la que lidera Carrió y la que encabeza Roberto Lavagna, están enfrascadas en una dificilísima construcción a la hora de determinar la conformación de sus respectivas bancadas en el Congreso.

Inéditamente, hoy hay una pelea entre las dos fuerzas por quién se adueñe de la primera minoría y, para añadir más confusión al panorama, el propio oficialismo imagina una estrategia que le permita dominar no sólo la mayoría absoluta, sino también la primera minoría, dividiendo su bloque enriquecido con los votos entre kirchneristas puros y aliados, todos, en definitiva, oficialistas.

Los radicales son los que aparecen en la mira de los líderes de las tres fuerzas principales: kirchneristas, coalicionistas y lavagnistas. Del lugar que ocupen los militantes de la otrora fuerza política alternativa del país deben estar gozando un buen momento: todos intentan seducirlos para sumarlos a sus respectivos bloques.

Tan dinámica y fluida ha sido la conformación de las fuerzas para afrontar al kirchnerismo, que hoy por hoy no queda clara ninguna identidad política en la oposición.

Los demás factores de poder optaron por la vía más lógica pero también más conformista: se apresuraron, desde la contestataria Iglesia católica hasta los sindicalistas, pasando por industriales críticos en privado pero aduladores en público, a expresar alabanzas a la presidenta electa, en un oportuno intento de confraternización con el nuevo rostro del poder kirchnerista.

Cristina Fernández ya está tomando de su esposo, rápidamente, las riendas del poder. Kirchner se muestra por primera vez en años relajado, contento. Decían en los pasillos de la Casa Rosada que su responsabilidad ya lo abrumaba y que esperaba un respiro, el que hoy consiguió. Sobre los hombros de su mujer pesarán ahora las decisiones más importantes.

Cristina está obligada a trabajar contra reloj . Para el 10 de diciembre tendrá que tener un gabinete conformado, y no es poca la lidia que debe manejar en estos días entre las distintas internas del propio seno del poder, donde todos luchan por permanecer y se resisten a dejar las mieles de la proximidad a quien ejerza la Presidencia.

Después se esperarán los anuncios de las líneas fundamentales de la nueva gestión: más de lo mismo habrá, pero también tendrá que haber mucho de nuevo para que la mayoría de los ciudadanos que votaron por la continuidad, se sientan satisfechos con esa decisión y no lo lamenten a mitad del camino.