El discurso de Néstor Kirchner en Ezeiza ya había sido suficiente demostración de poder como para que las cosas quedaran tal como eran entonces. La dinámica de la crisis alcanzó también al ex presidente quien señaló, en tono y contenido, que él se ponía "al frente" (de la defensa) del Gobierno y eso hizo a la hora de desbancar al ministro de Economía.
El grave problema que se generó con el campo, manejado pésimamente desde el inicio por Martín Lousteau no ha sido seguramente el detonante del problema. Luego vinieron todas las secuelas de descrédito, la aparición de Luis D'Elía, las obsesiones sobre el golpismo, la pelea con la prensa y envolviendo por detrás, el telón de la maldita inflación, que todo lo desestabiliza.
En cuanto a Lousteau, en rigor de verdad, el ministro ya había adelantado su salida con las declaraciones de los últimos días, no sólo cuando pidió una inflación "moderada y previsible" sino cuando habló, a su manera, de enfriar la economía. Estaba harto de Guillermo Moreno y de sus métodos de cantina y él mismo forzó la máquina con sus declaraciones.
Demasiada ortodoxia, para un gobierno que no quiere ceder ni un tramo de ideología y demasiada mojada de oreja para la concepción que tiene Néstor Kirchner de que si cede algo del poder que trabajosamente amasó durante cinco años, el peronismo lo fagocita. Para que vean todos los demás, el operativo limpieza comenzó con un oscuro ministro, joven promesa de las divisiones inferiores a quien no dejaron asomar siquiera por el túnel, alguien "fácil" que servirá de ejemplo a otros díscolos, ministros, legisladores, intendentes o gobernadores. ¿Castigo ejemplar, para que de aquí en más nadie se le atreva o signo de debilidad que sirve para profundizar la crisis?