POLITICA
LA ENTREVISTA DE MAGDALENA A CHICHE DUHALDE

"De Cristina Kirchner espero cualquier cosa"

Casada desde hace 35 años con Eduardo Duhalde y después de uno como senadora, Hilda González siente nostalgias de las “manzaneras” y opina que la acción piquetera es violenta. Defiende la gestión de su marido, desconfía de la ética de los Kirchner y asegura que el país necesita liderazgos serios. Para ella, la “portación de apellido” compromete más.

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CAMPAA OFICIALISTA. Insiste en que Kirchner no debera hacer poltica desde el Saln Blanco de la Casa Rosada, hablando maravillas de Filmus. | Cedoc

La senadora Hilda González de Duhalde nos recibe en su despacho ubicado en el edificio histórico del Congreso de la Nación.
Todo allí reviste el mágico lustre de los años en los que la Argentina fue lo suficientemente poderosa como para edificar ese templo de la Ley. El palacio, la cúpula, el mármol, las maderas nobles, el trabajo de miles de artesanos dan testimonio de lo que significó también en esa Argentina un marco digno para aquellos que tendrían que legislar.

Chiche Duhalde lleva un año de mandato y parece haber adquirido a lo largo del tumultuoso fin de siglo una cierta sabiduría que no le conocíamos.

¿Cómo es convivir con un hombre público que, por su propia voluntad, ha decidido dejar la vida pública?
La senadora tiene la respuesta a flor de labios:
—Mire, nosotros somos un matrimonio que llevamos 35 años juntos. Y yo siempre lo acompañé y lo apoyé a mi marido. Traté de hacer lo que hacemos normalmente las mujeres cuando nuestros esposos tienen vocaciones profundas. Esa decisión de Duhalde me pareció verdaderamente sabia. Y creo que fue tomada en el momento en que había que tomarla. Era imposible sacar adelante el país si, quien lo intentaba, se postulaba como candidato. Esto hubiera generado dudas sobre su decisión. Pienso que su actitud fue muy sabia y muy patriótica porque mi marido es un hombre con una profunda vocación política y a partir de eso he tratado siempre de acompañarlo. Ahora tiene más tiempo libre y le concede más tiempo a los deportes. También está gestionando su jubilación y creo que ésa es una etapa importante para todos los seres humanos. Duhalde tiene un curriculum que no debe tener predecesores. ¡No creo que haya alguien que, en el transcurso de una vida política, haya ocupado tantos cargos públicos! Bueno... todo eso ya pasó y ahora yo lo acompaño a él, y él a mí. Tratamos de pasar el mayor tiempo posible en San Vicente. Cuando yo no trabajo nos quedamos allí rodeados de nietos. Cada vez más nietos...

Bueno, pero ustedes son todavía relativamente jóvenes. Por ejemplo, cuando se termine su mandato, Chiche, usted ¿qué va a hacer?
—No puedo plantearme hoy lo que voy a hacer dentro de cinco años. Sobre todo en este país tan cambiante. No veo un escenario político hacia delante. A mí lo que me gusta mucho... mucho —repite— ...(y realmente desearía poder desarrollarlo) es aquello que siempre hice. Lo social. Pero ahora, con toda esa experiencia que adquirí y he ido profundizando, creo que tengo mucho para aportar.

—De hecho, en su momento, usted movilizó una gran fuerza social en la provincia de Buenos Aires como fueron las “manzaneras”. ¿Qué ha sido de ellas?
La senadora contesta con calma:
—Las manzaneras eran una red de 35.000 mujeres que, en realidad, gratuita y voluntariamente, le estaban dando al Estado trabajo desinteresado. En números generales, unas 70.000 horas diarias que estas mujeres entregaban al país. En paz. Sin ningún tipo de conflicto. Con mucho amor. ¡Cada chico que nacía, les nacía a ellas y cada chico que se moría se les moría a ellas también! Y así lo vivían realmente. Las manzaneras fueron una red pacífica, que fue cambiada por los movimientos piqueteros que surgieron con un motivo real, puesto que la década del 90 fue dejando cada vez más excluidos. Esta acción piquetera es violenta, no respeta los derechos del otro y no es lo ideal. Entonces me parece que esa red ha sido abandonada, tal vez porque estaba muy identificada conmigo. Yo era, es cierto, la creadora. Era como un hijo. Y cuando uno lleva adelante un programa, se encariña mucho y quiere ver que alguien lo continúe. Claro que esta es otra de las características de nuestro país: no darle continuidad a los procesos aún cuando ya se empiecen a ver los resultados. Por ejemplo, nosotros comprobamos que empezaba a disminuir la mortalidad infantil... En fin, le repito que creo que la red cayó porque la identificaban con mi persona...

Hay pena y nostalgia en las palabras de Chiche Duhalde.

—¿Usted volvería a formar ese tipo de organización?
—Mire, yo creo que es muy necesaria. No lo puedo hacer hoy porque no tengo un rol ejecutivo y esas cosas son posibles solamente cuando uno tiene poder y ocupa un cargo. Desde el llano y desde la buena voluntad de una organización no gubernamental se pueden hacer pequeñas muestras, pero no se pueden llevar adelante grandes proyectos. Me gustaría que algún gobernante tomara ese modelo y lo impulsara. Ojalá fuera así, pero le repito, para eso se necesitan fuertes liderazgos. En aquel entonces, por ser yo la esposa del Gobernador de la provincia de Buenos Aires, esto me dio una autoridad o, si prefiere, llámelo un poder que me permitía ser escuchada por los ministros y que ellos se reunieran alrededor mío buscando la forma de llevar este proyecto adelante. ¡Escuchando! ¡Simplemente, escuchando! Yo digo siempre que si los políticos supieran escuchar a la gente se sorprenderían porque descubrirían que, sobre todo los más humildes, ¡reclaman mucho menos de lo que se supone! Piden cosas básicas y de sentido común. Reclaman necesidades concretas y... ¡bueno, ojalá alguien retomara nuestra iniciativa y escuchara estos pedidos y volviera a organizar la red!

Hay cierta cansada nostalgia en la explicación de la senadora.

Usted dice que éste es un país difícil, complicado. Y es cierto. Un país en el que ciertas cosas parecen desvanecerse en un tiempo muy corto. A mí me quedó en la memoria lo que usted dijo, cuando se le mencionó cuánta gente, muy próxima a ustedes, se había pasado al kirchnerismo. Me acuerdo que usted se rió diciendo: “Pero ¡cómo no los voy a conocer, si hasta ayer almorzaban en casa!”. La verdad es que se lo tomó con bastante humor...
—Mire, yo aprendí unas cuantas cosas de la vida. Al producirse la dictadura militar, mi esposo era Intendente y aquel 24 de marzo de 1976, aunque él no lo sabía porque recién se lo dije después, cuando él fue a entregar el Municipio al coronel que venía a tomarlo, yo me fui despacito y, desde la esquina, me quedé esperando a ver si él salía o no salía... Y después de ese día a nosotros nos quedaron los amigos de toda la vida. Nada más. Los que se habían criado con él, mis amigas del secundario. Nos quedó esa gente. No se fueron. Y entonces, ya aprendí. Me dí cuenta que en la política uno no tiene amigos sino compañeros circunstanciales de ruta. No está mal que se elijan otros caminos. Lo malo es ofender al otro y, si alguien lo ofende, no defenderlo sabiéndolo inocente. Y pongo un caso concreto: el día del lanzamiento de campaña de la senadora Cristina Kirchner para su candidatura por la provincia de Buenos Aires. Ella organizó un acto muy importante en el Teatro de La Plata. Allí, sin nombrarlo, habló de mi marido como de “El Padrino”. Yo estaba viendo todo eso y también vi... —y aquí se detiene para proseguir con un énfasis entristecido—: y también vi cómo el gobernador Solá se ponía de pie y aplaudía. Me dolió... Quiero decir, no me dolió lo que dijo Cristina Kirchner porque de ella espero cualquier cosa, pero sí me dolió de Solá, ¡que conoce a Duhalde y sabe qué clase de persona es! Le repito: verlo de pie aplaudiendo... ¡Eso sí me produjo dolor!

Pero también hubo otro episodio. Si mal no recuerdo, en Parque Norte, cuando la senadora Kirchner habló de las políticas por “portación de apellido” y usted le contestó mencionando su propia trayectoria...
—¡Hubo tantos casos! Claro que sí. Yo digo que una mujer puede llegar a la política por las suyas. Por supuesto con dificultades, porque esto no es fácil en la Argentina, pero en el caso de la senadora Kirchner como en el mío... En fin, quizá no tanto en el caso de ella porque ha sido un cuadro político importante, mucho más importante que yo... Pero ella tiene un apellido, es la esposa del presidente Kirchner y su suerte está atada a la de su esposo. Lo quiera o no lo quiera. No lo puede evitar —Chiche eleva ligeramente el tono—. Si a su esposo le va mal en política y ella es candidata... ¡Bueno, también le va a ir mal! Y si a su esposo le va bien, a ella le va a ir bien. Entonces, volviendo a lo anterior, no se puede renegar de lo que es un hecho de la realidad. De la más cruda realidad. Entonces, luchamos por diferenciarnos. Yo a veces digo: “La que habla ahora es Chiche”, porque, obviamente, tenemos pensamiento propio. Pero es muy común que se confundan el pensamiento de un esposo con el de su esposa.

—Quizás la sabiduría esté en darse cuenta de que la debilidad humana es mucho más que la amistad...
—Pienso que, a veces, muchos dirigentes políticos se aferran al poder porque no saben vivir sin él. ¡Probablemente hasta se quedarían sin trabajo si no lo tuvieran! ¡O, también, porque sueñan con el poder! No sé qué les pasa. En mi concepto personal el poder tiene que servir para solucionar los problemas de la gente. Si no, no sirve para nada. Por ejemplo, en la película La Reina tenemos un claro ejemplo de un verdadero poder. Pero, también ¡qué vida! Porque también en el poder se sufre. Se llega a ese lugar sabiendo que va a convertirse en una persona pública, que va a perder privacidad, que no va a poder andar libremente por la calle. Pero sabe, tiene que saber, que va a servir. Si no va a servir, el poder no importa. ¿Por qué tantos se aferran a sus lugares como si de ello dependiera su vida? Realmente no lo entiendo, pero esta es mi visión, claro...

—Para usted, Chiche, ¿por dónde pasa la vida?
—Fundamentalmente por la familia. Yo no puedo ser eficiente si no tengo las cosas en paz y ordenadas dentro de mi casa. Cuando mi familia, por alguna circunstancia, entra en conflicto, como ocurre en todas las casas, yo no puedo rendir afuera. En cambio, cuando veo a mis hijos, a mis nietos... Cuando observo que sus relaciones matrimoniales son buenas... Bueno, cuando todo eso está bien, yo puedo finalmente trabajar despreocupada. Y esto indica que, para mí, mi familia es muy importante.

—Volvamos por un momento a este país ingrato que nos ha tocado. ¿Se volvieron a ver con los Kirchner después de la asunción presidencial?
La respuesta de la senadora es contundente:
—No. No. Mi esposo, alguna vez, al principio tuvo reuniones en las que trataba de transmitirle algunas ideas, pero después, no. Y yo, no.

—Es decir que cuando Kirchner llega a la candidatura de la mano de Duhalde esto no produce un efecto correlativo...
—No importa. Realmente no importa porque así como Kirchner llega porque, en aquel momento, Duhalde entendió que era el mejor para representarnos y lo propone como candidato y el justicialismo lo acepta, Kirchner después se construyó. Acuérdese que, a los pocos meses, él ya tenía una imagen altísima en los sondeos, que conserva hasta hoy. Lo construyó él. Podemos disentir pero yo creo que es así. No estoy de acuerdo con ese estilo de conducción pero, evidentemente, hay un sector muy grande de la sociedad al que esto le gusta.

—¿El estilo autoritario? ¿No dar conferencias de prensa ni reuniones de gabinete?
—Esa es una parte del estilo. Hay otras que a mí me preocupan más. Por ejemplo me preocupa lo que sucedió el otro día en el Salón Blanco de la Casa Rosada. Cuando las instituciones se bastardean y se desjerarquizan, es producto de que quien conduce, en este caso el Presidente, que hace un discurso político hablando maravillas tanto de Daniel Filmus como de Daniel Scioli y criticando, en cambio, a un hombre que, le guste o no, ha sido un opositor y merece todo el debido respeto...

—¿Usted se refiere a Macri cuando el Presidente lo incluyó en aquello de representante de “la farandulización de la derecha”?
—Sí, claro. ¡No se puede utilizar, repito, el estrado del Salón Blanco de la Casa Rosada para hacer campaña política! ¿Y sabe por qué? Porque ésa es la casa de todos los argentinos. Y cuando un Presidente se olvida de eso... Bueno, esta es una de las cosas que más me preocupan de él. Que, por ejemplo, no se dé cuenta que es el Presidente de todos. De los que lo apoyan y de los que no lo apoyan. Que tiene que abrir el oído y escuchar los consejos de todos porque, humildemente, de todos tenemos algo que aprender. Y esto fue muy bueno en aquel momento difícil que le tocó a mi marido... Puede ser que hoy la economía ande mejor, pero tampoco deja de ser un momento difícil el que estamos viviendo hoy. Repito que, en aquel momento, fue muy buena la Mesa del Diálogo que condujo el embajador de España, Carmelo Angulo Barturen, a través de las Naciones Unidas. Fue muy bueno reunir a la Iglesia, a las ong. Ese ámbito de diálogo, en el que se escuchaban las opiniones de cada uno, sirvió de mucho y hoy sigue siendo útil. Saber escuchar es muy útil. ¡El tema es cuando uno se cree el dueño de la verdad! ¡El Presidente cree que sabe de economía! ¡Y no es malo reconocerlo! —explica con vehemencia—. No es malo porque es la verdad. ¡El no sabe de economía! El Presidente debe contar con un buen ministro o ministra de Economía que sea quien lleve adelante las políticas económicas. ¡Pero para eso hay que tener cierta humildad!

—¿Usted concuerda con que Lavagna fue un buen piloto de tormenta?
—Yo creo que, en realidad, discúlpeme, ¡el piloto de tormenta fue Eduardo Alberto Duhalde! ¡El tuvo lo que había que tener para salir adelante! Cuando se publique su libro, el periodismo y el público en general podrán enterarse con todo detalle de lo que fueron los primeros cuatro primeros meses de su gestión. Allí se tomaron decisiones fundamentales y, en aquel momento, fue terrible tener que hacerlo. ¡Toda la sociedad se quejaba y también toda la sociedad tenía razón! ¿Cómo hacer para conformar a todos? Fue muy difícil y le costó el retiro de Remes Lenicov y de De Mendiguren. Ahí llega Lavagna y profundiza, impone continuidad, conocimiento, experiencia. Aporta un montón de elementos a ese proyecto. ¡Pero la decisión de salir de la patria financiera y entrar en la patria productiva fue absolutamente una decisión de Duhalde!

—Y saliendo por un momento de lo político, vayamos a la educación. Usted es docente y vive en la provincia de Buenos Aires ¿Hay solución para esta encrucijada?
—En la provincia de Buenos Aires, como en la mayoría de las provincias, la educación tiene problemas. La de Buenos Aires es una de las que tiene un más alto índice de pobreza. Lo que están pidiendo los docentes es justo. Es difícil compatibilizar la necesidad del docente con la realidad provincial. Si no recibe ayuda del Estado Nacional, la Provincia no está en situación de poder cumplir con estos pedidos. ¡Filmus se lanza como candidato y hace estos anuncios! Yo le voy a decir que estoy de acuerdo con la nueva ley de Educación. Creo que hay que volver al secundario tradicional. Creo que hay que ir hacia una doble jornada. Toda Latinoamérica la necesita. También pienso que hay que generar tutores para que ayuden a los chicos con mayores dificultades. En una palabra, creo en la ley y absolutamente en los docentes. Ahora bien: ¡No creo que se la pueda aplicar! Porque si no vamos a poder cumplir con lo que el docente necesita, menos vamos a poder hacerlo sin el doble de docentes y el doble de escuelas que necesitamos. Entonces vamos a terminar haciendo lo que hemos hecho toda la vida: es decir, leyes de las que hablamos cuando vamos a congresos internacionales y todos las admiran pero... ¡Ah, eso sí!: No las podemos aplicar!

—¿No la asusta la falta de seguridad en la provincia de Buenos Aires?
—Desde ya. La falta de seguridad es analizada por mucha gente en forma superficial. Como si fuera un problema fácil de solucionar. El tema es muy complejo porque tiene muchas aristas. ¡Tiene que ver con la falta de trabajo, la droga, la violencia, la falta de educación, la falta de preparación de la Policía. La falta de Justicia. Por ejemplo, ¡ya están sueltos los que mataron a Cabezas! La solución ante la falta de seguridad no es fácil. Tiene que ver con que cada ciudadano tenga el derecho a tener un ingreso mínimo que lo dignifique, porque si no va a haber cada vez más ricos encerrados en barrios privados y más pobres metidos en el mundo del delito.

—Usted recién mencionaba a Cabezas. A Duhalde le tiran el cadáver de Cabezas en el camino que él tomaba para ir a pescar...
Un pequeño silencio de angustia cae sobre el despacho. Finalmente Chiche dice:
—Duhalde fue a pescar ese día como casi todos los días y se encontró con eso... Fue mucha casualidad, ¿no?