En realidad, nunca fueron amigos. No se sabe si fue por simpatía o por desprecio que el ministro Julio De Vido, fanático de las aves, le puso “Moreno” a uno de los tantos loros que cobija en su chacra de Zárate. Tampoco si era con ironía o con respeto que el polémico secretario de Comercio Interior llamaba “General” al jefe de Planificación Federal.
Lo que sí se sabe es que la relación entre los dos hombres más cuestionados del Gobierno terminó de desgastarse hace varios meses, en medio de la guerra gaucha, y que el resquebrajamiento definitivo se produjo en las últimas semanas.
El trato, o destrato, entre Julio De Vido y Guillermo Moreno se agudizó cuando el primero pidió, entre otras cosas, la renuncia del segundo. Una historia apadrinada como ninguna otra por el matrimonio presidencial.
Superpelea. Mientras se consumaba la humillante derrota K en las últimas recientes legislativas, De Vido sacó a relucir su carta más jugosa, aunque tal vez, la más riesgosa: sin rodeos, pidió a Cristina Kirchner la cabeza del multidenunciado Ricardo Jaime, de su secretario de Obras Públicas, del polifacético José López, y de Moreno.
Hasta puso a disposición de la Presidenta su propia renuncia y aconsejó un recambio total de su Gabinete. Pero sólo logró la salida del ex secretario de Transporte, acosado ahora por la Justicia. El polémico secretario de Comercio no logra aún digerir la jugada. “Quién lo hubiera esperado de Julito?”, dijo sonriendo frente a su jefe, Néstor Kirchner, el primer día de julio.
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