POLITICA
DIARIO LIBRE

El ejemplo de Brasil

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La corrupción es como el ruido del aire acondicionado: sólo la escuchamos al principio; después nos acostumbramos a él. El problema son nuestros vecinos, que a veces dejan en evidencia lo acostumbrados que estamos: mientras el gobierno argentino persigue a la prensa “hegemónica” y aceita su aparato de propaganda, el brasileño obliga a renunciar a un quinto ministro en sus primeros diez meses de gestión, a partir de investigaciones publicadas por los medios locales.

Dilma Rousseff ha asegurado que la faxina (limpieza) recién comienza: entre 2002 y 2008, la corrupción le costó a Brasil el equivalente a la economía de Bolivia: 23.500 millones de dólares según un estudio de la Fundación Getulio Vargas. Pedro Novais, ministro de Turismo, debió renunciar a partir de una nota publicada por la Folha de Sao Paulo: contrató una mucama y un chofer para su esposa con dinero público mientras fue miembro del Congreso, entre 2003 y 2010. Antes había sido acusado de pagar como gasto oficial su estancia en un hotel. La cruzada de Dilma comenzó con Antonio Palocci, ex jefe de gabinete, a seis meses de su asunción.

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Una investigación periodística reveló que Palocci había multiplicado por veinte su patrimonio entre 2006 y 2010, período en el que fue diputado federal, dueño de la consultora Projeto y jefe de campaña de Rousseff. El ministro de Transporte, Alfredo Nascimento, fue denunciado por la revista Veja debido a fraudes en licitaciones públicas, y días después el semanario Istoé divulgó un video en el que aparece junto a un diputado negociando la licitación de una carretera.

También la Folha dio en el blanco con otro ministro: el de Agricultura, Wagner Rossi, por haber transformado la Compañía Nacional de Abastecimiento, una empresa estatal, en una vidriera para acomodar a familiares de líderes políticos del PMDB, aliado del gobierno: aumentó el número de asesores especiales de seis a 26, y creó 21 nuevos cargos de esa categoría. Cualquier apresurado diría que la distancia entre Argentina y Brasil es de unos dos mil kilómetros. No es esa. Queda mucho más lejos.

(*) Columnista de LIBRE.