Hasta la semana pasada, Néstor Kirchner parecía un general acosado por sus propias limitaciones, un "león herbívoro", tal la terminología que Juan Perón usaba para definir su propia decrepitud, que estaba obsesionado por ganar una batalla, que quizás lo iba a llevar a perder la guerra. Un cabeza dura que por poner "a los del campo de rodillas" no salía del radio de visión de sus anteojeras y embestía para adelante, arrastrando a la parálisis a todo el Gobierno.
El ex presidente había dejado hasta entonces demasiados jirones de su ropaje en el campo de batalla, entre ellos 25 puntos de imagen de su esposa y unos 1.000 millones de dólares de reservas, y tirado por la borda, además, cinco años de protagonismo. Llamaba la atención que Kirchner hubiera perdido inclusive hasta su envidiable capacidad de interpretar acabadamente las encuestas y que, debido a ciertos personajes a los que se supone alentaba para que jueguen a meter miedo, perdiera por goleada la batalla de la construcción mediática. Hasta corría el riesgo de que su propia tropa se le rebelara, tal como se dijo también en esta columna.
Pero todo cambió en pocos días, a favor de una lectura más acabada de la realidad y de un replanteo de la estrategia, que el ex presidente instrumentó en una jugada sorpresa que volvió la manija otra vez, y de modo transitorio, a favor del Gobierno. En el momento de su asunción como titular del PJ, Kirchner eludió una alocución que muchos prometían incendiaria y dejó estudiada y mansamente el protagonismo a la Presidenta.
Fue todo muy extraño en ese discurso que brindó Cristina en el estadio de Almagro desde la proyección de su investidura presidencial, aunque en un marco partidario en el que ella es sólo una caracterizada afiliada. En la ocasión, la Presidenta realizó un llamado a "debatir y a discutir en un marco democrático" no estrictamente las cosas del campo (nunca empleó la palabra "diálogo"), sino que, de modo más general, se planteó cómo hacer para "profundizar la transformación y el crecimiento", se supone, aunque no lo precisó, que dentro del contexto del mismo modelo.
Y lo hizo en medio de una batahola sindical y en un marco muy raleado de militantes, que no pudieron disimular las pancartas del campo de juego ni tampoco esconder el helicóptero de la TV oficial. "Un partido Almagro-Chacarita trae más gente a esta cancha", señaló con razón un dirigente local, acostumbrado desde siempre a las batallas del fútbol de los sábados. Desde el palco, entreverada con peronistas antiliturgia de saco y corbata, la Presidenta hizo también una convocatoria inesperada (o quizás confundida en el concepto), la de sumarse a la "concertación plural", una herramienta que hasta ahora sólo sirvió para agregar radicales a las listas oficialistas y no para mucho más, artilugio criticado más de una vez por el modo casi sectario de aunar voluntades y denunciado por otros dirigentes por ser el instrumento de la cooptación. Además, en su discurso Cristina dejó casi de lado al justicialismo como partido ("nos ninguneó", señaló un ortodoxo) y reivindicó al Frente para la Victoria, la sigla que 19 años atrás la había llevado como candidata provincial en las elecciones que ganó Carlos Saúl Menem. Fue en medio de todo este jeroglífico político partidario, cuando la Presidenta planteó de modo bastante errático la necesidad de ampliar hacia todos el debate y la discusión.
El shock para la dirigencia agropecuaria fue tal, que en el seno de las entidades no sólo hubo poco debate interno (tuvieron apenas 24 horas para hacer una lectura acabada de lo que había sucedido) sino, además, cierta fractura en el férreo consenso que existía entre los dirigentes, algo que quedó patentizado en el poco tino exhibido a la hora de prolongar el paro.
Además, el sistema asambleístico utilizado le ha dificultado a la cúpula de la Mesa de Enlace cuatripartita una salida más tradicional. De allí, que Alfredo De Angeli sea hoy sindicado por las voces que amplifican el pensamiento oficial como el nuevo cuco de la política argentina, un Blumberg de izquierda, sin hacerse cargo de que se trata del mismo personaje al que se le dio aire con los cortes del puente de Gualeguaychú, cuando las asambleas en las rutas eran algo folclórico y tolerable para el Gobierno.
En la decisión de los dirigentes pesó mucho la desconfianza de "las bases", quienes ya se habían sentido bastante manoseadas durante la tregua anterior, tras un par de discursos bastante ambiguos de la misma Presidenta. Les faltó cabeza fría, ya que la bronca colectiva fue la que no les permitió percibir que, en todo caso, ésta era una oportunidad más para volver a quedar como víctimas, si el tan promocionado verbo "dialogar" no incluía la negociación por las retenciones, tal como un par de días después, cuando era evidente que la debilidad había cambiado de bando, se encargó de reafirmar el ministro Florencio Randazzo. A partir de la arrebatada decisión, que los dirigentes intentaron disfrazar con una carta pidiendo una audiencia a la Presidenta, el lobo mutó de piel y los productores se quedaron solos en el escenario, en posición desairada frente a la opinión pública, con el Gobierno, los gobernadores y el resto de las entidades empresarias cayéndoles sobre la yugular.
Cinco de ellas plantearon su postura de llamado a "la reflexión" en una Solicitada en común, redactada por dirigentes de la Unión Industrial y circularizada vía mail y retocada por varios referentes de la banca nacional (ADEBA), la construcción, la Bolsa y la Cámara Argentina de Comercio, documento que reconoce como inspirador al gobierno nacional, aunque dos dirigentes de primer nivel de esas entidades le aseguraron a DyN que fue una iniciativa propia.
Sin embargo, la propia Presidenta y sus acompañantes habrían inducido a las entidades (y así lo concedieron las fuentes), cuando fueron recibidas durante la última semana para hablar del Acuerdo hacia el Bicentenario que tanto le importa al Gobierno mostrar rápidamente para generar algún cambio de clima, a "hacer algo" para tratar de acercar nuevamente al redil a las entidades agrarias, tras escucharle decir sutilmente a cada una de las organizaciones empresarias que, sin el campo, ellas tampoco se sumaban.
El documento, que pide por igual un "desprendimiento patriótico" a las organizaciones agrarias y al Gobierno nacional, alude a la necesidad de que el agro esté integrado a los acuerdos (algo "impensable e imposible", sin su participación activa), lo que es en la práctica la dificultad principal para mantener el 25 de Mayo como fecha emblemática de la firma. Sin embargo, la decisión de recoger el barrilete no será fácil ahora para los dirigentes del campo, ya que los productores están muy heridos desde hace mucho tiempo, no sólo por los discursos, sino porque además se sienten manoseados, antes que con el episodio de las retenciones móviles sobre la soja, con sus expectativas productivas sobre diversos rubros, como el trigo, la carne o la leche. Ya sea porque se levanta el paro antes del miércoles, porque las autoridades deciden convocar a las entidades, aunque se mantenga la posición de fuerza, para mostrar que siguen teniendo la iniciativa o por cualquiera de las circunstancias que se quieran imaginar, igualmente, el round que sigue será el de sentarse a conversar nuevamente y allí es el Gobierno el que volverá a estar primero que nadie en la mira de la opinión pública, porque necesita dar señales no de autoridad, sino de conducción.
Es probablemente en este punto donde debe estar posicionado ahora Néstor Kirchner en su mesa de arena, simulando las próximas escaramuzas de la batalla. Como todo general, seguramente el ex presidente está planeando el futuro a partir de las últimas movidas, después que consiguió con su sorpresiva jugada descomprimir algo la delicada situación por la que estaba pasando el Gobierno, con impacto claro en tres o cuatro frentes de la economía (minicorrida en los mercados, postergación de ingresos de recursos fiscales por el conflicto con el campo y parate productivo, por ahora en el Interior) que complica otras cuestiones más de largo plazo (crecimiento anual, superávits y necesidades de financiamiento).
¿Genio de la estrategia o manotón de ahogado? Probablemente pragmatismo puro, ya que el ex presidente es un realista crónico, aunque en esta ocasión se le ha combinado el atributo con una dosis de suerte, debido al paso en falso que dieron los dirigentes del agro. Igualmente, esto no debería permitirle creer que el Gobierno se ha vuelto a encaramar de modo definitivo en una posición de fuerza de cara a la gente, ya que habrá que ver primero cómo termina la cuestión con el campo y luego, las secuelas de otros temas sensibles que alteran a la opinión pública, los precios en primer lugar. Una de las mayores obsesiones de Kirchner es que nadie se dé cuenta de sus debilidades, ni las de conducción (divorcio del mundo, carencias institucionales) ni mucho menos las operativas (falta de energía, desborde de la inflación). Siempre ha sido una norma en su Administración (y en la de su esposa) barrer debajo de la alfombra todas esas dificultades, derivadas de los graves problemas de gestión que nacen, a su vez, de una conducción tan centralizada. El problema para él, de ahora en más, es que su secreto ha sido develado: ya es público y notorio que su principal debilidad es su pasión por disfrazar esa realidad en la que tanto cree. La gente ya le ha hecho saber al Gobierno que no le gusta este método y los Kirchner ya han comprobado como la opinión pública muda de opinión rápidamente ante cualquier dificultad. El péndulo ahora ha vuelto a darles la iniciativa y dependerá de sus decisiones, más allá de los truquitos que usen para recuperar consenso, retomar a pleno la conducción e intentar reconquistar el terreno perdido.
"Es el destino el que baraja las cartas, pero somos nosotros los que jugamos", escribió William Shakespeare en tiempos en que se creía a pie juntillas en los cambios permanentes de pareceres y en que la siembra de vientos, desata las tempestades.