La presencia de Néstor Kirchner durante los primeros años de Cristina Fernández como presidenta trajo consigo no sólo certezas, sino también discusiones. El carácter intempestivo de su forma política al entrar en la Casa Rosada en 2003 no había bajado su intensidad, aun cuando ya fuera expresidente y senador, y artífice de lo que la oposición prefirió llamar “doble comando” del poder.
Como una continuidad de esa forma partidaria, su muerte abrió un panorama incierto. Ya sin el incansable compañero del binomio político, la figura de la Presidenta se reformuló no sólo en su imagen personal, sino que se convirtió en el apóstol del relato kirchnerista, nacido a pocas horas del fallecimiento del Néstor hombre. Contra cualquier expectativa de una nueva Cristina en la asunción de su segundo mandato presidencial, la mandataria no sólo mantiene su apuesta como artífice de la memoria política de su esposo, sino que refuerza su política para construir una versión contemporánea de los mejores mitos peronistas.