Si en la Argentina quedara un juez o un fiscal que merezca el nombre de tal, debería hacer algo con esto: la historia de Aerolíneas es la de un pozo negro, una empresa quebrada desde los 90 que vuela aún ante la anomia de toda la clase política que decide lavarse las manos.
Es la historia de una empresa vaciada al menos tres veces en su patrimonio, endeudada otras mil y que asiste a su decadencia como línea de bandera de la que sólo queda el mástil. Desde que se transformó en AeroCámpora, en julio de 2009, recibió 2.100 millones de dólares del presupuesto y sigue siendo deficitaria: el rojo proyectado en 200 millones subió este año a 387. Nada más inexacto, en este caso, que los números: los balances de AeroCámpora son un secreto de Estado.
La pérdida de la gestión de Mariano Recalde hubiera permitido que AeroCámpora comprara TAM, la aerolínea brasileña que duplica a la argentina y que fue premiada recientemente en Francia como “la mejor aerolínea de América del Sur”. TAM, por otro lado, da ganancias, y fue valuada en 2.395,8 millones: dobla a AeroCámpora en flota y en cantidad de pasajeros transportados.
La historia de los balances secretos no es nueva: ya en el ’90, el primer balance de Iberia fue objetado por la inclusión de 70 millones de dólares en “gastos de representación”. Aquel era, obviamente, un eufemismo por la coima que había tenido lugar a la hora del remate.
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