POLITICA
PANORAMA// La muerte del enganche

En busca del asesino

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Sabemos que fue Nietzche el que afirmó “Dios ha muerto”. Que Foucault mató al hombre, Roland Barthes al autor y El Narigón Bilardo a los wines. Pero poco se sabe sobre la misteriosa desaparición del enganche, una exótica posición futbolera autóctona, artesanal, criolla, tan argentina como el dulce de leche, las medialunas de grasa, la pasión por el psicoanálisis y la soberbia. Primera pregunta filosófica: ¿qué engancha el enganche? Teóricamente a los delanteros. Recibe la pelota de sus lacayos, los volantes, y con precisión quirúrgica debe colocar el pase definitorio. Su oficio es la genialidad.

Llamarlos “asistidores” es una cruel chicana que hiere su orgullo de artistas. Nuestros periodistas los muestran casi como “freaks”: “son distintos”, dicen. Es así: mientras los demás corren como arrebatadores de carteras, ellos piensan y arman estrategias. Son los instigadores ideológicos, no se ensucian con barro. Parecen lentos, pero, dicen, “se adelantan dos segundos a la jugada”. Casi paranormales, llevan de la mano al equipo, frotan la lámpara, separan las aguas, encuentran la aguja en el pajar. Son el orgullo del fútbol rioplatense. Hoy están en extinción. Como los ornitorrincos, los buenos oradores y el sentido común.

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Hace tiempo, cuando los jugadores hablaban al salir de la ducha y las conferencias de prensa eran propiedad exclusiva de los ministros, la palabra enganche no existía. Existía un número, que a la vez era una calificación: el 10. Alonso y Bochini eran eso, aunque jugaban de manera muy diferente. Bochini, era chiquito, poco elegante, no cabeceaba ni pateaba fuerte. Tenía, eso sí, una capacidad insólita para dejar solos a los delanteros. Carpintero genial, su oficio fue “inventar” centrofowards: Giachello, Maglioni, Ruiz Moreno, Magán, Outes, Percudani, entre otros, fueron creaciones suyas. Cuando los vendían... se les acababa la pólvora. Alonso era lo opuesto: elegante, rápido, buen cabeceador, le pegaba como los dioses, era goleador. Es cierto, no triunfó en Europa, pero su juego podía adaptarse cómodamente. No así el de Bochini, que como Nicolino Locche fue un Chaplin único, pero ninguneado por el Gran Mercado.