Participé el miércoles por la noche, en el corazón de la Corpo, de un debate sobre la libertad de prensa en Venezuela y Ecuador y la posibilidad cierta de que aquello se transformara en el futuro cercano de Argentina.
El disparador de la discusión fue un breve documental del periodista José Vales realizado en Quito y Caracas: allí podía verse a Correa insultando al periodismo de su país, o a Chávez de visita en el set de La Hojilla, la versión caribeña de 6,7,8. Correa acaba de ganarle un juicio por injurias al diario El Universo, condenando a tres de sus periodistas a tres años de prisión y al pago de una multa por 40 millones de dólares.
El caso de Chávez es digno del libro de los récords: hubo, solo en el primer semestre de 2010, 165 casos de violaciones a la libertad de expresión: patotas oficiales contra periodistas en la calle, inspecciones de Impositiva, hostigamiento judicial y policial, y la constante idea de guerra: guerra de quienes se proclaman únicos y legítimos representantes del pueblo y "la oligarquía y el imperialismo".
Las denuncias frente a los atropellos, sin embargo, no provienen de las empresas sino de los gremios y colectivos de prensa de cada uno de los países en cuestión. Supe, apenas llegué, que la producción había convocado a Horacio González y a Ricardo Forster, pero que ninguno de los dos había aceptado asistir.
Su lugar, presumo, fue ocupado por dos chicas que no conocía hasta ayer: Florencia Saintout, decana de la Facultad de Periodismo de La Plata, y Maria Pía López, socióloga de Carta Abierta. También estaba Tomás Abraham, que tuvo un desempeño brillante en la discusión. Abraham fue, precisamente, quien logró el contraste: ahí teníamos a un verdadero intelectual, cuestionador, inconforme, ácido frente a dos empleadas del Estado.
López y Saintout daban por descontado que “algo así” nunca iba a pasar en la Argentina: aquí se debatió la ley de medios, las instituciones funcionan a pleno y no debe hablarse de “periodismo militante”,
sino de “periodismo comprometido”. –Comprometidos, comprometidos –me dijo una vez Julio Cortázar en su último viaje a Buenos Aires– lo mejor que podrían hacer es casarse…
Saintout y López teorizaban como si los únicos medios del Gobierno fueran los del Estado: en su “relato” no existían los aprietes a Continental o Telefe, los papeles flojos del 9, el aparato de propaganda de Szpolski y Gvirtz, los subsidios en blanco y en negro a Página/12, el fomento del circo con Fútbol para Todos (¿para cuándo Comida para Todos? ¿Y Salud para Todos?), la miniserie Amigorena-Magnetto, el
canal 360TV (que ganó el sorteo sin licitación, y ya ganará la licitación), Radio del Plata, la radio de los porteros, la productora de las chicas Moreno-De Vido, etc, etc.
No hay nada más triste que ver a un intelectual convertido en funcionario: la decana premia a Hebe de Bonafini como adalid de la libertad de prensa (la misma Hebe que dijo que solo habla con medios oficiales), y la socióloga escribe su carta abierta desde la Biblioteca Nacional.
Son progresistas, encantadoras, hablan con fluidez de Gramsci y vieron un documental que detalla el rol de los medios venezolanos durante un frustrado golpe de Estado a Chávez. Es todo cierto, pero solo ven lo que quieren ver.
–No quiero cambiar un monopolio privado por otro estatal –me encuentro diciendo, en medio del griterío. Si no existieran Schoklender, Jaime, De Vido, Miceli, las valijas, las bolsas en el baño, los fideicomisos,
la coima estructural, tendrían razón. Pero todo eso existe, y entonces son solamente cínicas.
(*) Columnista de Diario LIBRE