Una quinta en La Rejita, partido de Moreno. Es la última jornada de rodaje de Secuestro y muerte –el filme que narra el asesinato de Aramburu-, y cuando Perfil arriba el equipo almuerza. Entre el director Rafael Filipelli, los técnicos y el elenco, destaca una nariz aguileña. Enrique Piñeyro no se quita el maquillaje para facilitar cuando deban reiniciar las últimas escenas, y deba enfrentarse al sótano donde su personaje encontrará la muerte.
En el lugar, más que por las posibles repercusiones políticas del filme, se preocupan por los abundantes mosquitos y la posibilidad del dengue, que en cualquier momento se elevará a la categoría de leyenda urbana. Piñeyro está tranquilo al respecto: en su celular tiene activado un zumbido que, asegura, espanta a los mosquitos. “Santo remedio”, dice.
-¿Cómo te tomás el hecho de interpretar a una persona real en una situación trágica como la de Secuestro y muerte?
-Primero, tenés una responsabilidad histórica. Tanto Aramburu como quienes ejercieron la represión ilegal en la última dictadura utilizaron mecanismos delictivos, pero hay una diferencia sustancial. Para empezar, porque cuando Aramburu manda a matar a alguien él pone la firma. Ignora la legalidad, pero se responsabiliza de hacerlo. Los cobardes del Proceso no se animaron a hacer eso. Obviamente, del bombardeo en Plaza de Mayo no hubo ninguna firma al pie, pero no se apropiaron de los cuerpos ni de niños. Lo importante es no juzgar al personaje sino entrar en su lógica. De lo contrario, empezás a hacer ese cine declamativo que te dice qué está mal (se detiene, piensa, sonríe). Bueno, es gracioso que yo diga eso cuando al dirigir cine soy lo más “baja línea” que hay...
-¿Cómo te tomás el hecho de interpretar a una persona real en una situación trágica como la de Secuestro y muerte?
-Primero, tenés una responsabilidad histórica. Tanto Aramburu como quienes ejercieron la represión ilegal en la última dictadura
utilizaron mecanismos delictivos, pero hay una diferencia sustancial. Para empezar, porque cuando Aramburu manda a matar a alguien él pone la firma. Ignora la legalidad, pero se responsabiliza de hacerlo. Los cobardes del Proceso no se animaron a hacer eso. Obviamente, del bombardeo en Plaza de Mayo no hubo ninguna firma al pie, pero no se apropiaron de los cuerpos ni de niños. Lo importante es no juzgar al personaje sino entrar en su lógica. De lo contrario, empezás a hacer ese cine declamativo que te dice qué está mal (se detiene, piensa, sonríe). Bueno, es gracioso que yo diga eso cuando al dirigir cine soy lo más “baja línea” que hay...
-¿Cómo se hace para entrar en la lógica de alguien como Aramburu?
-Hay que pensar en alguien que ordenó el bombardeo a Plaza de Mayo, que perpetró un golpe de Estado, que profanó un cadáver... Si vas mirando los delitos que acumuló este hombre en su vida pública, son para cadena perpetua. Pero, por otro lado, si uno trata de pensar en la dinámica y la lógica de la política argentina, el delito es una herramienta que se utilizó y utiliza cotidianamente. Los montoneros también cometen un delito: hacen esta parodia infernal del juicio, unos mocosos insolentes que lo ejecutan y luego ellos también profanan un cadáver, el de él. No me imagino nada menos revolucionario que pegarle un tiro en un sótano a un anciano desarmado, y que encima la causa sea algo que hizo quince años atrás.
-¿Cuántos años tenías cuando ocurrió la ejecución?
-Trece años.
-¿En tu casa festejaron con un asado?
-No, y dudo que haya habido. Si lo pensás como acción revolucionaria, la ejecución de Aramburu fue algo bastante patético: ni siquiera hicieron un simulacro de fusilamiento militar, lo llevaron a un sótano. Y no pudieron hacerlo en el campo porque tenían miedo que los viera el casero de la quinta, que era de la madre de uno de ellos. Y usaron los autos de los papás de Firmenich.
Lea la entrevista completa en la edición de hoy del Diario Perfil.