Cristina Fernández de Kirchner citó a Lázaro Báez para darle una advertencia: en la Embajada de los Estados Unidos le habían informado que el empresario estaba fugando dinero al exterior. Para entonces, Néstor Kirchner había muerto y Báez había activado la fuga de capitales de su sociedad con el ex presidente. Báez regresó de la reunión y se dirigió a Leonardo Fariña: le pidió que fueran más “prolijos”. Así lo relató “el valijero” ante el juez federal Sebastián Casanello, el fiscal Guillermo Marijuan y su abogada Giselle Robles, informaron fuentes de la causa a PERFIL. Fue el viernes, durante una declaración indagatoria que se extendió 12 horas y terminó con la imputación de la ex mandataria en el caso de presunto lavado de dinero.
Tras dos años de desmentidas, Fariña volvió a ponerse el traje de valijero arrepentido, quedó bajo protección del Poder Ejecutivo y unió con su relato los dos ejes que hasta el momento nadie había declarado en calidad de testigo presencial en la causa: el dinero que los Báez fugaron con su ayuda era producto de los sobreprecios en la obra pública.
Fariña contó que presenció y participó de las operaciones de lavado de dinero a través de sociedades offshore en paraísos fiscales que desvían el dinero a cuentas en el exterior, como las que los Báez tienen en Suiza. Dijo que la operatoria se activó tras la muerte de Kirchner, que Báez se jactaba de que el imperio de constructoras que logró se lo debía a su “amigo”, el ex presidente, y que una vez muerto Kirchner, la sociedad con la familia presidencial se había resquebrajado. Frente a la advertencia de Cristina Fernández, Báez decía que el dinero que fugaba le pertenecía a él.
El imputado también habría dicho que las sociedades off-shore fueron orquestadas por él y no por Federico Elaskar. Lo mismo dijo a PERFIL un allegado al arrepentido.
Tras la muerte de Kirchner, según Fariña, la entonces presidenta buscó a los empresarios amigos de su marido y les preguntó por el dinero físico de Néstor. Llegó a decir que la mandataria no estaba al tanto de ciertos manejos de su pareja. Cristina comenzó a sospechar de Báez e incluso citó al empresario a la Quinta de Olivos. Fue cuando Fariña lo acompañó a la residencia presidencial. El imputado aportó el teléfono celular que utilizaba entonces para que se corroborara su presencia en la antena de ese lugar el día de esa reunión. Fue tensa, de reclamos y otra advertencia de Cristina ante las maniobras de Báez de vaciar el emporio que construyó gracias a su marido: se le iba a terminar la cadena de felicidad. No más obra pública. No más imperio.
Fariña dijo que los fondos que terminaron en las cuentas de los Báez en el banco Lombard Odier, de Suiza, salían a una “cuenta puente” que estaba a nombre de Teegan Inc, una sociedad fantasma en Belice. Desde allí, el dinero era girado a otra cuenta, pero no quedaban rastros de los movimientos porque la ruta se borraba a los 180 días. Las transferencias se hacían a través de un dispositivo electrónico con claves cifradas que el HSBC le dio a Báez para operar de forma remota.