Si en 2003 fue el eje Néstor Kirchner-Lula da Silva el que empezó a dar vuelta el signo político de la región, empujando desde el Sur y con la Venezuela de Hugo Chávez cerrando la pinza al Norte, la rotunda victoria del Frente de Todos en las PASO ilusionó a muchos con la forja de un nuevo eje regional, con Alberto Fernández y el mexicano Andrés Manuel López Obrador como extremos, que permita dar otro vuelco a Latinoamérica.
Los contactos entre el Frente de Todos y el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) de AMLO son sólidos, como se vio en julio en la Cumbre del Grupo Progresista Latinoamericano, en Puebla, a la que asistieron Jorge Taiana, Felipe Solá y Carlos Tomada como enviados de Fernández. Allí no solo se reunieron con la presidenta de Morena, Yeidckol Polevnsky, sino también con varios referentes de Brasil, Uruguay, Colombia, Ecuador y Chile. Uno de ellos, el chileno Marco Enríquez-Ominami, pasó por Buenos Aires la última semana para felicitar a Fernández.
Dentro del equipo internacionalista del FdT ponderan a México con entusiasmo por las potencialidades de una alianza entre dos de las economías más grandes de la región, que deben subsanar primero varias fricciones comerciales. Y miran hacia las próximas elecciones en Uruguay, Bolivia y Dominicana con la esperanza de sumar impulso al giro, como el que ya se vio en Panamá y podría replicarse en Argentina. Con medido entusiasmo, trabajan a nivel técnico, a través de papers y reuniones con académicos y diplomáticos, consolidando una hoja de ruta 2020.
Hoy, las fuerzas progresistas en Latinoamérica aspiran a reconstruir una alternativa desde la autocrítica a su experiencia de gobierno. Denuncian a las actuales gestiones por judicializar las luchas populares y precarizar la situación social. Y se piensan como colectivo en oposición al individualismo que endilgan a los partidos que les ganaron el poder. Tienen enfrente a un Donald Trump que podría reelegirse en Estados Unidos el próximo año, y un creciente proteccionismo que enfrenta a las grandes potencias. De allí el espíritu que condensa la declaración final de Puebla, de diseñar “una nueva mirada, que se ajuste a los nuevos tiempos” que corren.