Tras los comicios del 28 de junio, el Gobierno y Hugo Moyano ratificaron su alianza, lo cual quedó reconfirmado días atrás, cuando los gremialistas oficialistas fueron convocados a la Casa Rosada, igual que un grupo de empresarios de primera línea. El encuentro privilegiado, al que se sumó la presidenta Cristina Fernández, fue el prólogo de la ronda de conversaciones por el diálogo político relanzada por la administración kirchnerista.
La reunión sirvió, sin dudas, para establecer un marco en el que se garantice la paz social y una gobernabilidad sin fisuras, habida cuenta de que aún hay más de dos años de gestión de las actuales autoridades. Ese objetivo debe incluir el aporte de los sectores responsables de la producción y el trabajo, que a su vez demandan a los gobernantes las políticas que favorezcan la reactivación y la preservación de los empleos, en medio de los aún vigentes ramalazos de la crisis internacional.
Claro que los tres actores –Gobierno, empleadores y sindicalistas-, a los que deberían sumarse las fuerzas políticas y sociales que tienen protagonismo en la realidad nacional, tendrían que apuntar, como objetivo central, a la búsqueda de la equidad social, para ir cerrando la brecha que hace estragos y genera riesgosas divisiones.
Pero en el escenario vuelven a aparecer las cuestiones de coyuntura que obstaculizan ese tránsito hacia un acuerdo social y que no son desconocidas para los millones de ciudadanos que son testigos y muchas veces han visto mutiladas sus esperanzas.
Específicamente en el terreno sindical, volvieron a desatarse las internas, donde van levantando cabeza los detractores de Moyano, a quien le reprochan su personalismo y sus acuerdos con el Gobierno de manera presuntamente inconsulta.
El panorama gremial muestra hoy a una CGT dominada por el "moyanismo", sin la participación de los llamados "gordos" –que tiempo atrás habían aceptado volver- y con el oscilante accionar de los autodenominados "independientes".
Uno de los "gordos", Oscar Lescano (Luz y Fuerza), fue estos días quien "blanqueó" la embestida a Moyano y propuso una fórmula ya usada y que en su momento terminó naufragando: una conducción de la central obrera compuesta por un "triunvirato" o un grupo colegiado.
Algunos años atrás se concretó el liderazgo de tres: Moyano, José Luis Lingeri y Susana Rueda. Pero al final Moyano terminó fagocitando a sus colegas y se quedó con todo el poder.
A partir de allí, la historia desarrollada después es archiconocida. Tanto como podría serlo esta ¿nueva? etapa de la CGT, con finales abiertos pero ya vistos, donde otra fractura es posible. De todas maneras, si todavía no hay quiebre, existe un serio esguince.
Pero con Moyano ocurre lo mismo que con varias otras figuras oficialistas, de acuerdo al ejercicio del poder que caracteriza al kirchnerismo: cuando más se lo hostiga, más se lo afirma en su espacio. Algo similar a lo que ocurre con el Secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
Apenas pasaron los comicios, comenzaron a arreciar las presiones sobre Moyano, en principio de manera anónima, hasta que ahora habló Lescano. Pero desde entonces hubo varios gestos gubernamentales que consolidaron al camionero.
Con dos ejemplos basta: uno fue la ratificación de un hombre de su confianza en la Administración de Programas Especiales (APE), un área que maneja cuantiosas sumas de dinero de las obras sociales, y el otro, el reciente cónclave en la Casa de Gobierno, que significó, como se ha dicho, un privilegio en el espacio político.
No obstante, la interna sindical, un clásico que ya a nadie causa extrañeza, en este caso tiene un peso especial, pues se da en medio del intento del Gobierno por iniciar un camino de diálogo con todos los sectores. Un diálogo por cuya suerte, dicho sea de paso, nadie se anima a hacer fuertes apuestas.
Así, la administración, pese a que tiene en Moyano un aliado incondicional, hizo saber a los gremialistas que los necesita a todos sentados a la misma mesa. Por un lado para evitar el desmadre de alguno que se tiente por sus propias necesidades y por revanchismo con Moyano. Y por otro, para demostrar que puede contener a todos en el mismo escenario.
El Gobierno –como los anteriores- tiene mecanismos para presionar a los díscolos, y Moyano sería el instrumento ideal para esa eventualidad. Pero también sabe que es muy delgada la línea que separa una acción de ese tipo de la coerción, aunque del otro lado no haya "nenes de pecho".
Por ello, trascendió que desde las oficinas del ministro de Planificación, Julio De Vido, de aceitado diálogo con los sindicalistas, se habrían iniciado gestiones para que, al menos en esta instancia, la división sindical no tome una forma que trabe el diálogo.
Otrosí: los gremialistas que fustigan a Moyano y por ende incomodan al Gobierno han tomado debida nota de los resultados de las elecciones, y como se preveía van arando un surco prudentemente cada vez más ancho entre ellos y el oficialismo, pese a que han sabido también degustar las mieles de los favores de la administración.
En definitiva, no hacen más que mostrar actitudes que respetan a rajatabla su tradicional accionar, como las internas que a esta altura son tan incontables como interminables.
(*) Agencia DYN