Montevideo, se sabe, es una ciudad gris con un promedio de edad muy elevado. Entre tanto cabello cano, resalta la vestimenta colorida de Jorge Lanata. Por si fuera poco, es alto y grandote. Por si fuera poco, está casi siempre con un cigarrillo entre los dedos. En medio de la sabia mansedumbre charrúa, Lanata destaca.
En especial cuando el equipo de rodaje de Veintiséis personas para salvar al mundo –el documental por el que recorre el planeta y que prepara para la señal Infinito, que se estrenará en octubre (ver recuadro)– le indica que lo tomarán ingresando al edificio del proyecto Ceibal –el mismo con el que el Estado uruguayo brindó a cada niño de una netbook, por primera vez en el mundo–, y Lanata obedece.
Pero, claro, cigarrillo en mano. Nadie se atreve a decirle nada, ni siquiera cuando está por trasponer las puertas automáticas y una chica que trabaja en el proyecto se lleva una mano al pecho y suelta un "va a activar todos los detectores de humo".