Margarita Ronco, la secretaria histórica de Raúl Alfonsín, la más cercana, caminaba anónima mezclada entre la multitud que ayer despidió al ex presidente. Lloraba cuando pasó la cureña que transportaba el ataúd. Luego, ya recompuesta, siguió de cerca el contenido de los cánticos. Tenía un piloto a cuadros y una pollera violeta que le llegaba hasta los pies. Sostenía un paraguas con fuerza y nunca, a lo largo de las 17 cuadras que separan al Congreso del cementerio de la Recoleta, se sacó sus anteojos negros.
Margarita estaba con su hijo Juan, de 28 años, que la sostenía siempre del brazo. Juntos, recorrían la avenida Callao formando, con otras tres mujeres, la última hilera de la caravana. Atrás de ellos, sólo quedaban los patrulleros y las ambulancias que escoltaban el cortejo. Por eso, ni las cámaras de la tevé ni los fotógrafos de los diarios pudieron tomar su imagen.
La secretaria eterna de Alfonsín marchaba atenta a las canciones y a las muestras de afecto que brotaban hacia el líder radical. En un momento, levantó el brazo y ella también cantó "Al-fon-sín, Al-fon-sín". Cuando llegaba al final del recorrido fúnebre, ya sobre la calle Guido, Margarita se detuvo. Una barra de jóvenes embanderados gritaban eufóricos: “ Yo nací en Argentina, voy por la vida, voy por la paz, yo soy Franja Morada, de la Unión Cívica radical. Por eso les digo a todos los que no entienden esta pasión, ¡Alfonsín no se toca, la puta madre que los parió!”. Ella se acercó a una de las militantes cantoras y le dijo al oído: “No digan malas palabras”. La mujer, sorprendida, no tardó en contestarle: “Al gordo le hubiese gustado”.
Y Margarita, que tanto conocía a Alfonsín, fue contundente: “Yo te aseguro que no, yo era su secretaria”. Y siguió caminando, entre lágrimas y sonrisas.
(*) redactora de Perfil.com