Aunque quizá sin percibirlo en su exacta dimensión, la mayoría de los argentinos estamos asistiendo por primera vez a un evento extraordinario. A la pretensión organizada de un alumbramiento histórico. Es que, al menos en cuanto ensayo merecedor de cierta consideración pública, la creación de un mito no es algo que suceda todos los días. Ni que cualquiera sea capaz de motorizar por el solo hecho de proponérselo. Hay quienes saldrán a gritar que es cuento chino. Uno más de la prensa canalla.
Pero allá arriba, en lo más alto del poder político, hay un montón de gente trabajando full time y con pilones de billetes a su disposición para que antes de que termine el verano se haya entrado de lleno en la fase final del proceso de mistificación, santificación agnóstica o resignificación ciudadana (a los efectos concretos da igual) de quien en vida fuera Néstor Carlos Kirchner, ex presidente y por qué no decirlo con todas las letras: tan inesperado como sorprendente piloto de tormentas de la desgarradora debacle del 2001. ¿Alguien se olvidó ya de aquellos meses de terror?